Viernes, 22 de noviembre de 2024

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Tres son multitud (hijos, claro)

por No tengáis miedo

Pues eso, que el dicho reza que dos son compañía, tres son multitud. No hablo de una pareja de enamorados, ni de tener varios gatos o perros en casa. Hablo de niños, de hijos. Y el tema da para largo… porque tener varios animalitos en casa resulta una cosa simpática, de tener gran corazón. Pero ¡ay!, tener más de dos hijos, qué valor, qué valor…

Uno podría empezar contestando que, donde caben dos, caben tres. Pero esta sociedad occidental nuestra, al menos en España, nos demuestra lo contrario.  Pisos en su mayoría de dos habitaciones (tres con mucha suerte), vehículos donde resulta imposible meter tres sillitas, ofertas vacacionales que incluyen hasta dos niños, etc. Películas, series… siempre familias con no más de dos hijos. Hasta en los dibujos animados es difícil encontrar protagonistas con más de un hermano (si es que tienen alguno). Por poner dos ejemplos familiares, Peppa Pig cuenta con George, y Caillou con Rosie.

Y luego tenemos la reacción de la gente. Conocidos, familiares, amigos, con las “estúpido-manidas-frases”. A saber:

 -¡Tres niños, tal y como están las cosas!

-¿Es que no tenéis tele en casa para entreteneros?

Y sobre todo, la más maleducada e imprudente, que además es la más común:

-Os plantaréis ya, ¿no?

Si te pilla en un día con paciencia, puedes responderles más o menos bien. Pero llega un punto en que uno se harta de que le pidan explicaciones de su situación familiar, y te dan ganas de preguntar si acaso te los van a criar, o si van a contribuir económicamente a su mantenimiento, ya que se permiten el lujo de opinar.

Socialmente, tener más de dos hijos es ofensivo. Lo ves en las miradas desaprobatorias de la gente cuando sales a comprar y, en la cola de caja, se te embarrancan un par de ellos a la vez. O cuando abres el portón del coche y empiezas a armar carritos. O cuando no puedes entrar con dos de ellos a la vez en el ascensor. O, por qué no decirlo, cuando entras en una iglesia llevando a los tres peques, y las cabezas se giran y comienzan a cuchichear, reprobando y renegando (“estos serán de esos de los kikos, o del Opus”).

No es sino un síntoma más de una sociedad decadente, llena de contradicciones, que coquetea con la autodestrucción. Dejemos a un lado convicciones, creencias, religión. Olvidémonos de que nos gusten los niños o no. Quedémonos con la pura lógica: con un crecimiento vegetativo rozando tasas negativas, nuestro “estado del bienestar”, nuestro sistema económico, es insostenible. Pero parece que ni de esto nos damos cuenta. La búsqueda de la autocomplacencia, de la autorrealización, o dicho llanamente, el voraz egoísmo que nos envuelve, hace que no busquemos sólo la comodidad para nuestras vidas, sino que pretendamos lo mismo para la vida de los otros.

No quiero ni pensar lo que viven aquellos que tienen más de tres, tratados como poco menos que locos…

Sea como fuere, lo cierto es que esto no deja de ser una cosa de tres: Dios y los esposos. A nadie más compete el tema: ni abuelos, ni tíos, ni amigos, ni jefes o compañeros de trabajo, ni al Gobierno o la administración pública, ni siquiera a los sacerdotes. Dios y los esposos, en continua oración.

Por mi parte, permítanme, como en los tiempos antiguos, seguir viendo en mi hijo la señal de que Dios bendice mi vida y mi matrimonio. No sé a qué dedicará su vida, sólo tengo la certeza de que será un hijo de Dios. Y esto ya es motivo de enorme alegría.

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