Domingo, 22 de diciembre de 2024

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¿De verdad está considerando la Iglesia cambiar la Semana Santa para celebrarla en fecha fija?

por En cuerpo y alma


 
            Leo con alguna sorpresa que Francisco ha declarado que la Iglesia Católica estaría dispuesta a celebrar la Semana Santa en una “fecha fija” que podría ser “que se yo, supongamos el segundo domingo de abril”, al objeto de hacerla coincidir con la de la Iglesia Ortodoxa, que por cierto, no la celebra en fecha fija, como cabría deducir de la declaración, sino de forma tan móvil como la Católica, aunque con alguna diferencia que el lector va a comprender muy bien cuando haya terminado de leer este artículo.
 
            Mucho me gustaría creer que tan extravagante medida es el paso que falta de dar, el único y el último, para que la unión de la iglesia de occidente, -Roma en otras palabras-, y la iglesia de oriente, -Constantinopla en otras palabras-, de la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa por decirlo de una tercera manera, sea un hecho, y que todos los demás ya están dados, caso en el cual podría llegar a medio entender, si no la medida en sí, sí al menos su oportunidad. Aunque ello querría decir, en todo caso, que nos hemos perdido algo sobre lo avanzado que se hallan las negociaciones dirigidas a la unión de las dos grandes iglesias de la cristiandad (todos menos yo, permítanme la petulancia, que ya lo avancé, pinche aquí si no se lo cree, aunque fuera un día de los inocentes).
 
            Ahora bien, de no ser así, como no parece el caso, las declaraciones del buen pastor Francisco, por muy papa que sea, no parecen el fruto de la más sosegada meditación.
 
            Son muchos los elementos a tomar en consideración antes de proponer, y menos aún adoptar, una medida de semejante calado. A los efectos, lo primero que no estaría de más recordar es que la celebración de la Pascua móvil en el modo en el que lo hacemos los cristianos (todos los cristianos, ¿eh?, católicos, ortodoxos y protestantes) representó en su día el certificado de emancipación de la nueva religión cristiana frente al tronco común judaico, y por eso mismo, una seña de identidad sin la cual los cristianos actuales dejarían de reconocerse en los muchos cristianos que les han precedido ya a lo largo de dos milenios de historia. 
 
            En segundo lugar, y lo que es más importante si cabe, nadie debe olvidar lo que es el aspecto fundamental de la cuestión, a saber, que la distinta celebración de la Pascua por católicos y ortodoxos no deriva de disenso alguno, ni dogmático ni tan siquiera ritual, sino, como el lector leal de esta columna conoce tan bien, del solo hecho de que para hacer el mismo cálculo que hacemos los católicos (¡el mismísimo!), los ortodoxos utilizan el calendario juliano y los católicos el gregoriano. Lo que quiere decir que todas las diferencias se dirimirán NO el día que unos y otros se pongan de acuerdo sobre la fecha de celebración de la pascua, algo en lo que ya lo están, sino aquél en el que los ortodoxos decidan (¡por fin!) adoptar para el cálculo de la celebración el calendario gregoriano que, ni que decir tiene, es el calendario perfecto para ajustar el año solar. Y por cierto, no porque así lo hayan decidido Roma o el Papa, no, sino porque así lo ha decidido… ¡¡¡el sol!!! Una incorporación al calendario gregoriano que, no les quepa a Vds. duda, ocurrirá más pronto que tarde, pues a la hora de diverger en lo relativo al calendario, no es que la Iglesia Griega diverja de la Iglesia Romana… ¡¡¡es que diverge del propio Gobierno griego y de la propia sociedad griega, que adoptaron el calendario gregoriano hace ya nada menos que noventa y siete años!!!
 
            En tercer lugar, tampoco debe olvidarse que, por esa misma razón, la distinta celebración de la Pascua con los ortodoxos no se produce todos los años, sino sólo uno de cada dos, aquéllos en los que el solsticio de primavera enreda entre un calendario, el juliano, y el otro, el gregoriano, para que así sea.
 
            En cuarto lugar, se ha de tener en cuenta que la distinta celebración de la Pascua sólo se produce con los ortodoxos -y como vemos, no todos los años- y no con ninguna otra confesión cristiana, por lo que a lo peor ocurre eso tan socorrido que acostumbra a decirse de que para vestir a un santo desnudamos a un pecador, y después de tantos esfuerzos para celebrar la Pascua con nuestros hermanos ortodoxos griegos, nos vamos a quedar sin hacerlo con nuestros no menos hermanos protestantes alemanes (paradoja, por cierto, muy al caso en los tiempos que corren).
 
            Y todo ello si, en quinto lugar y para terminar, no resulta que la genial idea no produce dentro del catolicismo un nuevo cisma y unos se quedan celebrando la pascua gregoriana mientras los otros celebran la “nueva Pascua romana”; y entre los griegos, los menos (o ninguno) se unen a Roma en la celebración de la “nueva Pascua romana”, mientras los más continúan celebrando la “pascua juliana”, y unos terceros hasta aprovechan que el Pisuerga pasa por Valladolid para dar el paso que tarde o temprano tiene que afrontar la Iglesia griega y se ponen a celebrar, pero no ya con Roma sino con los cismáticos romanos, la “pascua gregoriana” de toda la vida. A los efectos, tampoco está de más recordar que el primer cisma en la larguísima historia de la Iglesia, en tiempos tan tempranos como el s. II, se debió precisamente a la cuestión de la celebración de la Pascua, que enfrentó a los sucesivos obispos de Roma S. Pío I y S. Aniceto de un lado, y al obispo de Esmirna, San Policarpo, de otro.
 
            La idea propuesta es muy arriesgada. Honestamente, creo que el buen pastor que es Francisco la soltó en un “calentón”. A los efectos, es revelador ese “¡que sé yo!” tan argentino (en España, divertimentos de la lengua, no decimos “¡que sé yo!”, sino “¡yo que sé!”) que exhibe a todas luces la espontaneidad e improvisación de la declaración, uno de los rasgos más notorios en un papa que degusta y disfruta –yo también, por cierto- de ese género tan literario y divertido que es el del “pequeño exabrupto de salón”, el cual le permite licencias tan divertidas como llamar “conejas” a las mamás cristianas, obsequiar con puñetazos de sotana blanca que no ofenden a sus gasbarris, o llamar “la vieja” ¡¡¡a nada menos que Santa Teresa de Jesús, primera mujer doctora de la Iglesia!!!
 
            Descuiden Vds., no se va a hacer: el cambio de la Pascua a fecha distinta de como la celebramos los católicos (y con ellos los protestantes, y casi casi también los mismísimos ortodoxos) es un completo disparate. Es más, es que se convertiría en un nuevo elemento de distanciamiento con los ortodoxos con los que se dice querer tender puentes, un verdadero paso atrás en el ecumenismo, y éste sí, créanme, insuperable, porque es conocer muy poco a los ortodoxos creer que se puede alcanzar con ellos un acuerdo sobre la base de cambiar la pascua móvil a una pascua fija. Pero es que hasta los papas pueden decir de vez en cuando un disparate: el de Francisco no es el primero en la historia de la Iglesia, tampoco será el último. Conociéndole, él mismo ha de añadir todavía alguno a la lista: forman parte de su carácter, y él lo sabe y le divierte. Divirtámonos nosotros también ¿no les parece? La vida está hecha para sonreír.
 
            Pues bien amigos, esto es todo por hoy. Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Mañana más, ya lo saben. Yo por aquí andaré. No me fallen Vds.
 
 
            ©L.A.
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