historias de la pandemia
Universidad de los pobres
Yóselin se está examinando estos días de la selectividad de septiembre. Una joven de tantas. Pero tiene algo de especial. Su historia apareció a doble página en El Pais, el 24 de abril. En lo más duro de la pandemia.
Yóselin, una joven estudiante de 2º de bachillerato, de una familia que se había quedado en el paro, comenzó a recoger comida del comedor social san José de mi parroquia. Con su chupa de cuero y sus gafas de sol, su mascarilla y la bolsa para llevarse el táper. Un día y otro, esperaba paciente la larga fila para llevarse la comida a casa. Un día llegó un periodista de El País para hacer un reportaje sobre este fenómeno del tsunami de nuevos pobres que aporreaban la puerta de la misericordia de la Iglesia. Entrevistó a muchas personas, pero al final la historia de Yóselin fue la principal de su artículo. Ella se quedó pasmada de verse en la prensa. El relato de una joven estudiante de bachillerato que tenía que recoger su comida, era conmovedora.
Al día siguiente del artículo, me llamó el periodista. Quería contactar con Yóselin porque un lector del periódico desde Berlín, quería pagarla dos meses de alquiler, para que pudiera estudiar con tranquilidad. Este benefactor había nacido en Vallecas, y se le removió el corazón y la cartera a favor de su compañera de barrio. Los vallecanos lo llevan tatuado. Nos pusimos a buscar entre las fichas –miles- y nada, porque estaba a nombre de su madre. Total, que dimos con ella rebuscando en la fila de la mañana. Cuando se lo conté, no se lo podía creer. Un tipo de Berlín quería ayudarla. Llamé al periodista, que se puso muy contento, y concretaron el asunto. A los dos días, otro artículo sobre Yóselin y el donante generoso de Alemania.
Así trabé amistad con Yóselin y su pequeña historia. Conocí a una chica muy responsable, muy decidida, y esperanzada a pesar de su tragedia familiar. Cuando se convenció de que no llegaba a la selectividad de junio, se volcó con el voluntariado del comedor. Cada mañana, la que antes esperaba pacientemente su turno, ahora organizaba –con su peto fosforito- la entrega de comida. Al cabo de algunas semanas, vista su capacidad, la nombramos encargada del voluntariado. Se notaba su especial tacto para tratar a la gente. Tanto para comprender como para exigir orden. Dulce, pero firme. Una excelente voluntaria es la que ha pasado por el trance de la necesidad y de pedir. Así estuvo más dos meses, hasta que se zambulló en sus estudios para llegar bien a septiembre. Sus vacaciones fueron el voluntariado del comedor.
Pobre, agradecida, generosa, responsable. Cuánto se aprende de los pobres.