Domingo, 22 de diciembre de 2024

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De esa "estola" gay que portaba un "cura" en el "funeral" de Zerolo

por En cuerpo y alma

 
            … que ni era estola, como la prensa ha dicho, pues define el Diccionario de la Real Academia “estola” como el “ornamento sagrado que consiste en una banda de tela de dos metros aproximadamente de largo y unos siete centímetros de ancho, con tres cruces, una en el medio y otra en cada extremo, los cuales se ensanchan gradualmente hasta medir en los bordes doce centímetros”, definición a la vista de la cual, lo que el cura en cuestión portaba no era, desde luego, una estola.
 
            … ni tampoco funeral, como igualmente se ha dicho, pues parece que era un extraño homenaje oficiado en una iglesia de Madrid.
 
            ... ni siquiera cura (católico), que era un pastor protestante según ha trascendido últimamente.
 
            Así que por lo que hace a los aspectos litúrgicos del tema, dejo su cabal análisis a tantos que lo pueden hacer mejor que yo, limitándome a expresar que la “estolita” de marras me pareció de mal gusto, como de mal gusto me habría parecido que el mismo cura, pastor, o cualquier otra persona se hubiera presentado con una “estola” adornada con la bandera americana, la del Atlético de Madrid o la del Partido Popular, pongo por caso. Como de pésimo gusto me parece, por cierto, que se presenten en las iglesias mujeres con las tetas al aire, aunque tal parece el último grito para conseguir un buen subidón de adrenalina (y en el caso de algunas, algo más que eso)... pero indiscutiblemente, corren malos tiempos para el buen gusto.
 
            Me interesa aquí una cuestión diferente, y es que Pedro Zerolo, como cualquier otro ciudadano, mucho más allá de ser “un” gay, es una persona, una persona que practicó comportamientos sexuales de una determinada orientación los cuales llevó a gala, sí, pero una persona... con acciones y con sus pasiones, con sus virtudes y con sus pecados, con sus cualidades y con sus defectos, con sus fortalezas y con sus debilidades, con sus amores y con sus odios, con sus posibilidades y con sus carencias, con sus habilidades y con sus torpezas, con sus problemas y con sus soluciones, con sus aficiones y con sus ascos, con sus partidarios y con sus detractores, con sus amigos y con sus enemigos…
 
            Desde este enfoque completo y acertado de la cuestión, que Pedro Zerolo fuera homosexual, que practicara comportamientos homosexuales, es sólo un aspecto secundario, muy secundario diría incluso, de su persona, para unos exaltable, para otros execrable, pero en todo caso un aspecto más. La persona, cada persona, es mucho más que eso. Constreñir a una persona a su condición de gay (o de heterosexual) es reducir en exceso los múltiples y riquísimos aspectos que componen su personalidad irrepetible, que es lo que interesa –o debería interesar- no sólo a un funeral u homenaje como el que se oficiaba en San Antón, sino a cualquier análisis bien intencionado e integrador de las esencias y profundidades que conforman a una persona, aunque esa persona sea, precisamente, Pedro Zerolo.
 
            Lo que digo es difícil de entender en una sociedad que, como lo es la convulsa sociedad de principios del s. XXI, ha elevado el sexo a los altares y concibe el sexo como el fin único y sagrado al que se destinan todas las cosas y al que están destinados todos los esfuerzos que realiza un individuo desde que se levanta hasta que se acuesta. Pero el sexo, queridos amigos, no es más que eso, sexo, un aspecto más de la persona, una actividad más, -para unos más importante, para otros menos, para unos terceros, -que también los hay, aunque nos neguemos a aceptarlo-, casi nada, de las que componen el riquísimo elenco de actividades, habilidades, inquietudes que definen la infinita polimorfia del ser humano, de cada ser humano único e irrepetible.
 
            Desde este punto de vista, convertir el homenaje (en una iglesia) de Pedro Zerolo en el homenaje a un activista gay, me parece de un profunda pobreza, diría más, de una profunda injusticia para con la persona de Pedro Zerolo. A no ser, claro está, que lo que se pretendiera fuera otra cosa, que, o mucho me equivoco, o es lo que en realidad se pretendió. Pero eso, queridos amigos, forma parte de otra cuestión muy diferente, y está relacionada más bien con la obsesión que tienen algunos de convertir al sexo en el nuevo dios del s. XXI, enfoque desde el cual, nada tiene de particular que fuera precisamente un sacerdote el que exhibiera la bandera gay. Un pobre dios en todo caso, éste que nos quieren imponer, que no puede conducirnos sino a la horrible constatación de “la insoportable levedad”, o si lo prefieren Vds. “la infinita finitud”, del ser humano.
 
            Y bien amigos, poco más por hoy, sino desearles, eso sí y como siempre, que hagan Vds. mucho bien y no reciban menos. Mañana más.
 
 
            ©L.A.
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