Domingo, 22 de diciembre de 2024

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De las respuestas más astutas de Jesús

por En cuerpo y alma


 
            Que Jesús de Nazaret más allá de toda otra consideración era una persona muy inteligente es algo que rezuma de todos y cada uno de los episodios que narran los evangelistas. Pero era algo más que inteligente. En muchas ocasiones se muestra como una persona verdaderamente astuta. Y para demostrarlo, traigo aquí para Vds. las respuestas más astutas que brinda a sus contemporáneos.
 
            En el quinto lugar y diploma olímpico, este episodio que recoge Lucas en el que vemos a Jesús detectar lo que piensa su interlocutor y prepararle celosa y pacientemente la trampa en la que le quiere hacer caer:
 
            “Un fariseo le rogó que comiera con él, y, entrando en la casa del fariseo, se puso a la mesa. Había en la ciudad una mujer pecadora pública. Al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume y, poniéndose detrás, a los pies de él, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume.
            Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: «Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora.» Jesús le respondió: «Simón, tengo algo que decirte.» Él dijo: «Di, maestro.» «Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?» Respondió Simón: «Supongo que aquel a quien perdonó más.»
            Él le dijo: «Has juzgado bien.» Y, volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. .Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra.»” (Lc. 7, 37-47).
 
            En el cuarto lugar, y también diploma olímpico, este episodio que tiene en común con el anterior el cuidado con el que Jesús prepara la trampa en la que quiere hacer caer a sus interlocutores:
 
            “En esto, unos hombres trajeron en una camilla a un paralítico y trataban de introducirle, para ponerle delante de él. Pero no encontrando por dónde meterle, a causa de la multitud, subieron al terrado, le bajaron con la camilla a través de las tejas y le pusieron en medio, delante de Jesús. Viendo Jesús la fe que tenían, dijo: «Hombre, tus pecados te quedan perdonados.»
            Los escribas y fariseos empezaron a pensar: «¿Quién es éste, que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?» Conociendo Jesús sus pensamientos, les dijo: «¿Qué estáis pensando en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: `Tus pecados te quedan perdonados', o decir: `Levántate y anda'? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados -dijo al paralítico-: `A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa'.» Y al instante, levantándose delante de ellos, tomó la camilla en que yacía y se fue a su casa, glorificando a Dios” (Lc. 5, 18-25).
 
            Con la medalla de bronce este episodio en el que aquél al que se le tiende la trampa es a Jesús, y él apenas dispone de unos segundos para zafar de ella:
 
            Y le envían sus discípulos, junto con los herodianos, a decirle: «Maestro, sabemos que eres veraz y que enseñas el camino de Dios con franqueza y que no te importa por nadie, porque no miras la condición de las personas. Dinos, pues, qué te parece, ¿es lícito pagar tributo al César o no?» Mas Jesús, conociendo su malicia, dijo: «Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Mostradme la moneda del tributo.» Ellos le presentaron un denario. Y les dice: «¿De quién es esta imagen y la inscripción?» Dícenle: «Del César.» Entonces les dice: «Pues lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios.»” (Mt. 22, 16-21)
 
            Con la medalla de plata esta respuesta perfectamente pergeñada, con la que no sólo evita caer en la trampa que le tienden, sino que consigue hacer caer en ella a los que se la han puesto: el clásico caso del cazador cazado:
 
            “Llegado al Templo, mientras enseñaba se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo diciendo: «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Y quién te ha dado tal autoridad?» Jesús les respondió: «También yo os voy a preguntar una cosa; si me contestáis a ella, yo os diré a mi vez con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan, ¿de dónde era?, ¿del cielo o de los hombres?» Ellos discurrían entre sí: «Si decimos: `Del cielo', nos dirá: `Entonces ¿por qué no le creísteis?' Y si decimos: `De los hombres', tenemos miedo a la gente, pues todos tienen a Juan por profeta.» Respondieron, pues, a Jesús: «No sabemos.» Y él les replicó asimismo: «Tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto.»” (Mt. 21, 23-27).
 
            Y en el lugar más alto del podio, con la medalla de oro, este episodio en el que Jesús apenas tiene unos minutos para pensar un ardid que sirva para salvarle la vida a una mujer, y de paso a él mismo, que si no juega bien sus cartas, puede verse atrapado en la red en la que lo está la mujer a la que quiere salvar:
 
            “Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?» Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra.» E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra. Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos” (Jn. 8, 3-9)
 
            Y bien amigos, sin más por hoy sino esperar que hayan pasado un ratito agradable con esta lectura original que les propongo del Evangelio, me despido de Vds., una vez más, no sin desearles que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.
 
 
            ©L.A.
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