La memoria de los mártires
La memoria de los mártires
por Duc in altum!
En el encuentro que sostuvo el Papa Francisco con los sacerdotes y religiosos en Sarajevo el pasado 6 de junio, habló sobre “la memoria de los mártires”; es decir, el recuerdo imborrable de los hombres y mujeres que han perdido la vida a causa de la fe cristiana, convirtiéndose en puntos de referencia obligados para vivir el Evangelio. Así las cosas, nos viene bien reflexionar acerca de tres actitudes que chocan contra la memoria del martirio que el Papa ha pedido custodiar:
Relativizar la verdad:
Jesús es la verdad. Si no tenemos esto en claro, “apaga y vámonos”. Pues bien, cada vez que un católico, desde dentro, enseña algo distinto de lo que dice el magisterio de la Iglesia, haciendo concesiones que definitivamente no le tocan, falta a la memoria de los mártires, pues falsea la fe por la que ellos se entregaron heroicamente. Si un fusil no pudo callarlos, que el relativismo no se vuelva un obstáculo que opaque su ejemplo en medio del mundo, de la realidad.
Falta de compromiso:
Los mártires se dieron hasta las últimas consecuencias. Es decir, supieron comprometerse, siendo constructores de una sociedad más justa. Cuando un católico no se siente identificado con su fe, pierde terreno, ya que termina estancado. Por esta razón, hay que superar la frialdad, la indiferencia ante las cosas de Dios y atrevernos a proponerlo con audacia. De otra manera, olvidaremos la sangre que ha costado llevar el Evangelio, empezando por la de Jesús. Los mártires no se “lavaron las manos”, inventándose toda clase de pretextos, sino que fueron fieles y eso significa mucho para nosotros.
Mundanidad:
El secularismo; es decir, el olvido sistemático de Dios, influye en la forma de ser, en el estilo de vida. Si de verdad somos de Cristo, nos comportaremos a la altura de las circunstancias. El problema viene cuando terminamos secularizados, al aceptar conductas que simplemente chocan con el Evangelio. Ser mundano es perder de vista que el centro, el primer lugar, le toca a Dios. Los mártires supieron entenderlo y, desde ahí, seguir a Jesús con alegría.
Mantengamos nuestra identidad como católicos, valorando el “si” de las y los mártires que hoy son un ejemplo de reconciliación, pues perdonaron a sus enemigos, cumpliendo así el mandamiento de amor establecido por Dios.
Relativizar la verdad:
Jesús es la verdad. Si no tenemos esto en claro, “apaga y vámonos”. Pues bien, cada vez que un católico, desde dentro, enseña algo distinto de lo que dice el magisterio de la Iglesia, haciendo concesiones que definitivamente no le tocan, falta a la memoria de los mártires, pues falsea la fe por la que ellos se entregaron heroicamente. Si un fusil no pudo callarlos, que el relativismo no se vuelva un obstáculo que opaque su ejemplo en medio del mundo, de la realidad.
Falta de compromiso:
Los mártires se dieron hasta las últimas consecuencias. Es decir, supieron comprometerse, siendo constructores de una sociedad más justa. Cuando un católico no se siente identificado con su fe, pierde terreno, ya que termina estancado. Por esta razón, hay que superar la frialdad, la indiferencia ante las cosas de Dios y atrevernos a proponerlo con audacia. De otra manera, olvidaremos la sangre que ha costado llevar el Evangelio, empezando por la de Jesús. Los mártires no se “lavaron las manos”, inventándose toda clase de pretextos, sino que fueron fieles y eso significa mucho para nosotros.
Mundanidad:
El secularismo; es decir, el olvido sistemático de Dios, influye en la forma de ser, en el estilo de vida. Si de verdad somos de Cristo, nos comportaremos a la altura de las circunstancias. El problema viene cuando terminamos secularizados, al aceptar conductas que simplemente chocan con el Evangelio. Ser mundano es perder de vista que el centro, el primer lugar, le toca a Dios. Los mártires supieron entenderlo y, desde ahí, seguir a Jesús con alegría.
Mantengamos nuestra identidad como católicos, valorando el “si” de las y los mártires que hoy son un ejemplo de reconciliación, pues perdonaron a sus enemigos, cumpliendo así el mandamiento de amor establecido por Dios.
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