Vivir en la alabanza
La alabanza no depende de cómo uno esté, ni de los dones que haya recibido, ni de si Dios ha dado o no ha dado alguna gracia. La alabanza se centra en Dios porque es Dios, por eso uno debe alabar esté como esté.
Es más, la alabanza le mueve a uno a olvidarse de sí mismo y de sus penurias, para concentrarse en la grandeza de Dios. Muchas veces el enemigo nos hace focalizarnos en lo negativo de nuestra vida, y por eso entra la tristeza en nosotros: porque estamos centrados en nosotros mismos.
Cuando uno, en la alabanza, se centra en Dios y se entrega totalmente a Él, se identifica plenamente con la voluntad de Dios, y deja de ser el centro. Dios entonces toma su lugar, porque el centro de toda vida es Dios. Esto produce paz y alegría.
Por eso la alabanza es más que una oración: es un modo de vivir. Hemos de vivir en la alabanza, es decir, hemos de vivir totalmente centrados en Dios y pendientes de su voluntad, alabándole en todo momento aunque las cosas no sean como nosotros queremos. Hemos de ser un sacrificio de alabanza, como el incienso. Quemar nuestra vida, ante Dios y en el servicio de Dios, para darle gloria, ser grato perfume para Dios en toda nuestra vida.
Vivir en la alabanza nos permite descentrarnos de nuestra vida y vivir para Dios, es dejarnos llevar por el Espíritu Santo que nos mueve siempre a esa alegría verdadera que brota del que se deja extasiar por la belleza de Dios.
Vivir en la alabanza es reconocer que sólo Dios es Dios. Es decir, que nos toca a nosotros hacer de Dios, ni defender a Dios; que no nos toca comprender por qué pasan las cosas ni cómo se solucionarán. Nos toca confiarnos plenamente a Dios y alabarle por su grandeza.
Vivir en la alabanza es devolver el poder a Dios. Él es el poderoso, el majestuoso, el omnipotente. Él cuida de nosotros porque nos ama más que nosotros mismos. Por eso podemos abandonarnos en sus brazos en la alabanza, sabiendo por la fe que no nos defraudará. El poder es suyo, él es quien actuará; a nosotros nos toca cantar su gloria y colaborar con nuestra libertad en su obra.
Vivir en la alabanza es devolver bendición por maldición, es alabar a Dios sobre todo cuando todo va mal. Esto ahuyenta al demonio, que no soporta la alabanza al Rey. Y da una inmensa paz y alegría verdaderas que brotan de lo más profundo del corazón.