"Legislar en caliente"

 
            Uno de esos mantras que recorre el mundillo de la tertulias radiofónicas y televisivas y también de nuestra vida política; una fórmula afortunada de incierto autor utilizada por todo aquél que se niega a que se legisle sobre algo y no sabe, o mejor aún, no quiere, explicar las razones por las que se opone a hacerlo.

            Lo van a oír Vds. muy a menudo en estos días aplicado al caso de ese malnacido, por joven que sea, que se ha cobrado la vida de un maestro y casi la de otro, y que va a quedar prácticamente impune por razón de su edad, siendo como es la española una de las legislaciones más laxas del mundo por lo que al tema se refiere. Pero lo oirán Vds. muy a menudo, como digo, en todos los círculos de debate político, aplicado a cualquier caso donde el interpelado prefiera no legislar aún a conciencia de que sí se debería hacerlo.
 
            El argumento es falaz en su mismísima raíz. Se le llama “legislar en caliente” a hacerlo a raíz de un hecho sucedido, por lo que, a sensu contrario, “legislar en frío” debería ser hacerlo sobre hechos que no suceden… ¿pero acaso hay algo más absurdo que legislar sobre hechos que no tienen lugar? Desde tal punto de vista, legislar en caliente no es sólo que no sea contraproducente, es que es lo que habría que hacer ¿o no?
 
            Pero es que si bien es cierto que nadie debe responder “en caliente” a las pequeñas provocaciones que nos ocurren a diario porque en la gran mayoría de los casos haríamos cosas que nos avergonzarían y cuyas consecuencias nos obligarían a arrepentirnos, el símil no es aplicable al proceso legislativo, siendo así que pocos procesos son, por su propia naturaleza, tan desgarradoramente fríos, tan lentos y tan sosegados como el de elaboración de una ley.
 
            Una ley se puede llevar, sin ningún problema, hasta un año antes de ser promulgada. Y ello, si supera todos los obstáculos que ha de superar. La ley la elabora el ministerio concernido que no aprueba el anteproyecto sin haber cursado las oportunas consultas a todos los organismos y sujetos implicados en ella; de ahí pasa al Consejo de ministros; de ahí pasa a los diversos órganos consultivos obligados, según el caso, a emitir su informe; de ahí pasa, en forma de proyecto de ley, al Congreso de los Diputados; de ahí al Senado; de ahí vuelve al Congreso de los Diputados; de ahí pasa a la firma del Jefe del Estado, de ahí a su publicación en el Boletín Oficial del Estado y de ahí a su promulgación. ¡Y que no sea trasladada al Tribunal Constitucional!
 
            Son muchas las leyes malas que existen en nuestro ordenamiento jurídico, procedentes la mayoría de ellas de un impostado buenismo muy cultivado por la izquierda española y que, en la inmensa cobardía que la caracteriza desde que Franco murió, la derecha no se atreve a derogar o, al menos, corregir, a pesar de no creer en ellas. Todos sabemos que, en consecuencia, son muchas también las leyes que deberíamos actualizar y adaptar a la dura realidad de la calle y del momento. No hacerlo para no “legislar en caliente” no es sino una excusa de vagos para dejar de acometer reformas que son cada vez más imprescindibles.
 
            Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos les deseo. Con estas y otras cosas, mañana seguimos.
 
 
            ^©L.A.
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