Domingo XXVI: Obras son amores
“Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: Hijo, ve hoy a trabajar en la viña. Él le contestó: No quiero. Pero después se arrepintió y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: Voy, señor. Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre? Contestaron: ‘El primero’”. (Mt 21, 28-31)
El Evangelio de esta semana nos propone dos modelos diferentes con algo de positivo cada uno. Nos invita a no imitar a ninguno de los dos sino a sumar lo bueno de ambos. Es decir, nos propone intentar una respuesta perfecta: hacer la voluntad de Dios sin protestar, sin quejarnos. Porque hay personas que no hacen nada pero en cambio tienen buen carácter y hay otras que son muy trabajadoras pero a las cuales su manera de ser las vuelve insoportables. ¿Por qué no convertirnos en personas que son trabajadoras y amables, que hacen lo que hay que hacer sin darse importancia y sin estar gruñendo todo el tiempo?
Cada uno de nosotros se encuentra muchas veces a lo largo del día con la "voz" del Señor que le indica el camino a seguir. Esa voz habla a través de la conciencia, de las personas que nos rodean o, simplemente, de nuestras obligaciones. Es preciso escuchar la voz de Dios y obedecerla, intentando hacerlo con la mayor alegría posible, reduciendo al mínimo las protestas o las quejas. Porque obras son amores y Dios tiene derecho a ellas.
El Señor está esperando un tercer hijo al que mande a trabajar a su viña y lo haga sin quejarse e incluso dándole las gracias por poder hacerlo. ¿O quizá habría que decir que está esperando una hija?. Posiblemente sí, porque ese “tercer hijo” perfecto fue una mujer, fue la Virgen María.