Sábado, 23 de noviembre de 2024

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El genocidio armenio, nazi y estalinista

por Victor in vínculis

Ayer, Domingo de la Divina Misericordia, el Papa Francisco habló a la Iglesia universal del primer genocidio del siglo XX, como ya había llamado san Juan Pablo II, en 2001,  a la masacre que sufrieron los armenios y otros cristianos de Turquía hace exactamente un siglo. El Papa polaco fue el primero, que sin tapujos calificó de genocidio, al sufrido salvajemente por los armenios.

Tragedias humanas inauditas

Francisco recordó que «nuestra humanidad ha vivido en el siglo pasado tres grandes tragedias inauditas: la primera fue aquella que castigó al pueblo armenio, la primera nación cristiana, junto con los sirios católicos y ortodoxos, los asirios, los caldeos y los griegos, cristianos de las distintas iglesias y ritos víctimas del régimen turco, precisando que «fueron asesinados obispos, sacerdotes, religiosos, mujeres, hombres, ancianos e incluso niños y enfermos indefensos». Para poner la tragedia en contexto, el Obispo de Roma recordó también «los otros dos grandes genocidios, perpetrados por el nazismo y el estalinismo y, más recientemente, otros exterminios masivos como los de Camboya, Ruanda, Burundi y Bosnia».



 

La primera nación cristiana


Armenia es un país con una historia única entre las civilizaciones, pero a la que el siglo XX soviético parece haberle robado el futuro. La historia de los armenios no se puede comprender si no se parte de su fe milenaria. La tradición atribuye el primer anuncio cristiano en Armenia a los santos apóstoles Bartolomé y Tadeo. Fue el primer país de la historia que abrazó la fe cristiana, incluso antes que Francia, hace exactamente diecisiete siglos. Fue gracias a San Gregorio el Iluminador, que convirtió al rey Tiridate III y a toda su corte en el año 301.
Durante estos siglos, el pueblo armenio ha dado un testimonio constante y heroico de fidelidad al Evangelio, a menudo pagado con su vida. Los armenios conocen bien la cruz: la llevan grabada en sus corazones. Es el símbolo de su identidad, de las tragedias de su historia y de la gloria de su renovación después de cada acontecimiento adverso. Generaciones enteras de armenios no han dudado en ofrecer sus vidas antes de renegar de su fe. Para esta gente, el cristianismo no es un hábito sino el color de la piel, nadie nos lo podrá quitar, afirmaba ya un escrito del 451, cuando la Iglesia armenia tuvo que afrontar el bautismo de sangre.

La última persecución se remonta a 1915, cuando hubo un millón y medio de mártires. Después, durante setenta años los sacerdotes fueron enviados a Siberia o martirizados en sus propias parroquias. Armenia fue durante este período el único país del mundo que ha conservado la fe sin tener en su interior una presencia estable de la jerarquía eclesiástica. Esto fue posible, como siempre, gracias a las madres, a los padres de familia, a los ancianos, que transmitieron una fe tradicional.




En Yerevan, hace años, circulaba el siguiente relato: los estados ex soviéticos hacen fila ante el Padre Eterno para saber cuándo cada uno de ellos llegará a ser un país normal. Entre 50 y 100 años, es la respuesta, según los casos, y todos se ponen a llorar. Al final, toca a los armenios el turno de hacer la pregunta. Dios no responde y se pone a llorar...

Los hijos de la Armenia cristiana, afirmaba san Juan Pablo II (Carta apostólica en el XVII centenario del bautismo del pueblo armenio, nº 7 del 2 de febrero de 2001), han derramado su sangre por el Señor, pero toda la Iglesia ha crecido y se ha robustecido en virtud de su sacrificio.



Si hoy Occidente puede profesar libremente su fe, se debe en parte a los que se inmolaron, haciendo de su cuerpo una defensa para el mundo cristiano, hasta sus últimos confines. Su muerte fue el precio de nuestra seguridad.

Os invito a que conozcáis lo que sucedió:
 
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