Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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De la institución del jubileo, breve reseña histórica

por En cuerpo y alma

 
 
            Como sabe bien el fiel lector de Religión en Libertad, mediante la bula “Misericordia Vultus” (el rostro de la misericordia) el Papa Francisco ha declarado un nuevo jubileo, que en esta ocasión tendrá la condición de  extraordinario. Ocasión más que pintiparada para preguntarse: ¿de dónde la tan característica costumbre cristiana del jubileo?
 
            Para empezar y etimológicamente hablando, todo apunta a que la palabra provendría del término hebreo “jobel”, cuerno de carnero, instrumento con el que se anunciaba su celebración entre los judíos:
 
            “El mes séptimo, el día diez del mes, harás resonar el estruendo de las trompetas; el día de la Expiación haréis resonar el cuerno por toda vuestra tierra” (Lv. 25, 9).
 
            Palabra, esta “jobel” que, por esos caprichos del lenguaje, vendrá a confundirse con otra latina bien descriptiva de lo que estaba llamado a representar: “iubilo” (grito, gritar), proveniente, a su vez, del griego “iobelaios”.
 
            En el ámbito cristiano, parece que el primero en utilizar la palabra, “jubileo” (“giubbileo”), no es ni un papa ni un teólogo, sino un peregrino tan ilustre como el Dante (12651321), que probablemente lo escuchara hacer a los que le acompañan en aquél en el que él participa en 1300, y lo vierte en su “Inferno”, escrito hacia 1305, primera de las tres cánticas de su magna obra la “Divina Comedia”:
 
            “Tal los romanos van separados
            en su puente durante el jubileo
            en dos filas el pueblo separado” (op. cit. cántico 18).

 

Bonifacio VIII en el Jubileo de 1300. Giotto.

         Aunque como se ha dicho, sin utilizar todavía la palabra que hoy le da nombre, es generalmente aceptado que el primer jubileo cristiano lo convoca en el año 1300, mediante  la bula “Antiquorum fida relatio”, el Papa Bonifacio VIII. Según el Cardenal Stefaneschi, consejero de Bonifacio y autor de la crónica “De Anno Jubileo”, serían los peregrinos los que le habrían solicitado hacer algo parecido. El Papa concede “el más pleno perdón de todos sus pecados” (indulgencia plenaria) a los que cumplan con dos condiciones, a saber, confesar los pecados, y visitar las basílicas de San Pedro y de San Pablo en Roma por lo menos una vez al día durante treinta, en el caso de los habitantes de Roma, y de quince en el de los visitantes. Curiosamente, la bula nada dice de comulgar.
 
            En cuanto a futuras celebraciones, Bonifacio ya prevé que se celebre cada cien años con ocasión del fin de siglo, pero una intensa campaña popular en la que participan personajes de la relevancia de Santa Brígida de Suecia o Petrarca, obligará a Clemente VI a convocar en 1350 un nuevo jubileo. En 1390, Urbano VI convoca el tercero, marcando que en adelante se celebre cada treinta y tres años (los años de la vida de Cristo). En cumplimiento de ello, Martín V convoca el cuarto en 1423, pero en 1450, Nicolás V vuelve a la regla de los cincuenta años que, por otro lado, asimila en ello el jubileo cristiano a su homónimo hebraico. Convocándolo en 1475, Pablo II decreta que se celebre cada veinticinco, regla que es la que ha venido rigiendo desde entonces, con la única excepción de los años 1800, 1850, y 1875 (no así 1825), en que problemas graves de tipo político imposibilitarán su celebración. Y todo ello sin perjuicio de la prerrogativa papal de convocar un “jubileo extraordinario”, como se hizo, por ejemplo, con ocasión de la celebración del Concilio Vaticano I, o como procede ahora a hacer el Papa. No siendo éste que convoca ahora Francisco, el último jubileo romano fue el acontecido el pasado año 2000, y el siguiente debería tener lugar el próximo año 2025.
  
            En cuanto a las iglesias a visitar, a las basílicas de San Pedro y de San Pablo cuya visita impone Bonifacio, se incorpora San Juan de Letrán en el jubileo de 1350, y Santa María la Mayor en el de 1390, quedando así desde entonces hasta la fecha.
 
            Uno de los gestos más característicos e identificativos del jubileo es su apertura mediante la destrucción del sello de la Puerta Santa de cada una de las cuatro grandes basílicas que visitan los peregrinos, y su reconstrucción al terminar el jubileo. La de San Pedro es abierta en la víspera de la navidad que precede al jubileo por el Papa, y es cerrada por él en la siguiente víspera de navidad. El Papa golpea tres veces sobre la puerta con un martillo de plata, cantando el versículo “Abridme las puertas de la justicia” (Sl. 118, 19). Las puertas santas de las otras tres basílicas son abiertas de similar manera por un cardenal elegido al efecto. Se atribuye el ritual al papa español Alejandro VI con ocasión del jubileo del año 1500.
 
            El jubileo se convoca mediante una bula, y aunque las condiciones principales para ganar el jubileo -confesión, comunión y visita a las cuatro basílicas- no varían, una segunda bula establece las condiciones especiales de cada jubileo.
 
            La indulgencia concedida en el jubileo es plenaria. Además de la otorgada a los peregrinos que visitan Roma, se acostumbra a ampliar al año siguiente a los fieles del resto del mundo, con nuevas condiciones que suelen incluir visitas a templos locales, ayunos, obras de caridad, etc..
 
            A pesar de que como hemos visto, la institución del jubileo en el ámbito cristiano es relativamente moderna, s. XIV, y en consecuencia muy alejada del momento en el que se produce la ruptura de la religión cristiana con el tronco judaico, lo cierto es que la institución enraiza de lleno con el Antiguo Testamento, en el que halla buena parte de su justificación y razón de ser. Pero el análisis de la institución en los textos judíos lo dejamos para mejor ocasión, que por hoy ya hemos tenido bastante ¿no le parece a Vd. querido lector? Así que con ese compromiso me despido de Vds. por hoy, ni sin desearles como siempre que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Hasta mañana pues, aquí en la columna.
 
 
            ©L.A.
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