Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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De ese nihilismo que asoma inexorable en lontananza

por En cuerpo y alma

 
 
            Terminaba ayer el artículo que proponía a su escrutinio prometiendo revelarles hoy la que en mi opinión es esa “idea que vaga errante en el ambiente” que nutre hoy tantas mentes y tantos corazones en el mundo. Una idea que, para decirlo de una vez, no es otra que el nihilismo, ya saben Vds., la devoción y el culto de la destrucción y de la nada, a la que ya dediqué hace unos días una pequeña entrada en esta columna.
 
            Un nihilismo que a muchos de Vds. podrá parecer absurdo, y efectivamente lo es, pero no por ello menos real, presente y verdadero, y que ni siquiera es nuevo en la historia del género humano, habiendo sido cultivado mucho antes de hacerlo nosotros, por escuelas filosóficas griegas como el cinismo o el escepticismo; herejías del cristianismo como el gnosticismo o el catarismo; o más modernamente, filósofos como el ruso Dimitri Pisarev o el alemán Nietzsche.
 
            Un nihilismo del que son contemporáneas expresiones partidos políticos que, según hemos visto no muy lejos en las últimas citas electorales, son capaces de recabar el voto de nada menos uno de cada siete electores proponiéndoles como modelo de convivencia, como modelo de progreso, como modelo de bienestar, como modelo de organización… ¿el paraíso? ¡¡¡Ni hablar!!! ¿Quién necesita ya prometer el paraíso? ¡¡¡Venezuela o Irán!!!
 
            Un nihilismo que se expresa en grupos terroristas que no hallan inconveniente alguno en utilizar niños como explosivos y hasta en sacrificar a sus propios combatientes, en una guerra contra todos y sin aliado alguno cuyo único desenlace no puede ser otro que la derrota, y que sin embargo, se deleita en esos pequeños momentos de sangre, horror y vómito que con sus crímenes, proclamados y divulgados a los cuatro vientos, provocan en los demás (¡y quién sabe en cuántos de ellos!).
 
            Un nihilismo tan grande que al suicida ya no le basta con quitarse la vida, sino que tiene que hacerlo acompañado, y con cuantos más mejor, algo de lo que es buena prueba no sólo este muchacho incapaz de irse al otro mundo sin estrellar un avión lleno de personas, entre los cuales niños y bebés, sino también tantas madres (y padres) que no se van sin inmolar primero a sus hijos, y tantos esposos (y esposas) que tampoco lo hacen sin llevarse por delante a su compañero.
 
            Un nihilismo que no es sino producto de la degradación del valor de la vida, y del que no es evidencia menor, quien sabe si no el origen de todo, ese holocausto silencioso y silenciado que es el de los niños en el vientre de sus propias madres -¿cabe imaginar mayor demostración de nihilismo?-, con una cifra de víctimas en los últimos tres cuartos de siglo que asciende ya a varios centenares de millones de víctimas y al cual habrá de acompañar, por las estrictas e insoslayables leyes de la demografía y de la pirámide social, muy pronto también el de los viejos, y quien sabe si no, después, el de otros “parásitos sociales”.
 
            Un nihilismo en suma que, por mor de los grandes avances experimentados por el siglo en materia de comunicación global, se extiende como mancha de aceite por todas las sociedades del mundo, con expresiones como vemos muy diferentes, pero todas ellas reunidas, sin embargo, en torno a la idea de la nada y de la vaciedad.
 
            Y bien amigos, que hagan Vds. mucho bien y no reciban menos. Así es imposible el nihilismo.
 
 
            ©L.A.
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