No es bueno que Dios esté solo
No es bueno que Dios esté solo
Suelo consultar de vez en cuando un interesante libro titulado “No es bueno que Dios esté solo”, de Gonzalo Altozano y editado por Ciudadela. En él se n os ofrece una serie de unas 100 entrevistas por personajes importantes de la vida pública de España, y cuyo leitmotiv es la fe religiosa. Cada personaje expone los motivos que le llevan a creer, o que dificultan su relación con Dios. “No es bueno que Dios esté solo” viene a defender la necesidad de acompañar a Dios, amarle sinceramente, a no dejarle solo ante un mundo descreído.
Una de las entrevista es con Gregorio Marañón, abogado. Tienen interés las respuestas que da a las preguntas que le formula el autor. Las ofrezco íntegramente.
La entrevista se hizo coincidir con el cincuenta aniversario de la muerte de Gregorio Marañón, hombre de letras y de ciencias y, por encima de eso, español de bien. Y en Alba quisimos rendirle homenaje conversando con quien tan dignamente lleva su nombre y apellido: su nieto.
—De su abuelo sacaría cientos de enseñanzas. Si tuviera que quedarse con una...
En una de nuestras últimas conversaciones, cuando yo era un estudiante de primero de Derecho, me habló, muy profundamente, de cómo la prevalencia de la bondad sobre la inteligencia constituía una lección fundamental de la vida.
—¿Hablaba con conocimiento de causa?
Mi abuelo era de las personas más inteligentes y buenas que he conocido.
—Y ha conocido unas cuantas: Juan José López Ibor, Alfonso García Valdecasas, Pedro Gamero...
Y José Antonio Muñoz Rojas, y Paco Fontanar, y Juan Herrera... Formaban, con los míos, un conjunto notable de padres que crearon un colegio católico, pero con pautas más abiertas que las que imperaban en los años cincuenta.
—Aquella educación ¿fue suficiente?
A los veintitantos años, posiblemente el momento en el que más lejos he estado de la fe, comprendí que la formación religiosa recibida de niño se me había quedado pequeña.
—¿Qué hizo entonces?
Inicié un esfuerzo de formación teológica, que ya nunca he dejado de lado. Lo hice de la mano de un íntimo amigo que estaba en el noviciado de los jesuítas de Aranjuez, y que luego se salió.
—Aparte de ese amigo...
He tenido la fortuna de tratar a algunos teólogos excepcionales como Olegario González de Cardenal, Gómez-Cafarena, Miguel Benzo, Havey Cox, y el propio Javier Zubiri, que me han ayudado en esta andadura.
—Más gente inteligente y buena: su tía abuela, la Madre Maravillas.
Dentro de lo posible, pues era una religiosa de clausura, la traté bastante.
—Notas que destacaría de ella.
Su profunda inteligencia y sentido del humor, el testimonio de su espiritualidad, y la indescriptible paz que se sentía estando con ella.
—¿Qué sintió cuando Juan Pablo II la elevó a los altares?
Me alegré inmensamente, pero no me sorprendió. Siempre supe que estaba donde está.
—¿Le reza?
Sí. Y estoy convencido de que la oración tiene un poder doble, el que nace de nosotros mismos, de nuestra confianza en su virtualidad, y el que proviene de la gracia que se recibe.
—Habla del poder de la oración.
También lo hacen recientes estudios de universidades americanas sobre enfermedad y religiosidad.
—¿Tiene un plan de oración?
Soy en todo, también en esto, más espontáneo y emotivo que planificador y racional.
—Por cierto, ¿en el cielo hay enchufes? Tener una tía abuela santa...
Creo que pedimos por muchas más cosas de las que debiéramos, y que en el cielo, los enchufes, como en la tierra, no están bien vistos. La plenitud del amor alcanza a todos por igual.
—Antes hablaba de momentos en los que había estado alejado de la fe.
Son, casi, inevitables, y muchísimos creyentes, incluyendo santos, los han experimentado. Afortunadamente, también tenemos momentos en los que se percibe claramente la cercanía de Dios.
—Para terminar, ¿puede hablarse de persecución religiosa en España?
Estoy convencido de que no. Sí es cierto que hay algunos sectores anticlericales, minoritarios pero influyentes, y que a veces desde nuestro lado tampoco se le respeta al César lo que le corresponde.
—Entonces, ¿cuáles son a su juicio los verdaderos problemas de la Iglesia?
Los que tenemos dentro. Por ejemplo, la indiferencia religiosa de la mayoría de los jóvenes, aunque se hayan educado en colegios religiosos; el sentimiento que muchas mujeres tienen de que en la Iglesia ocupan un lugar subordinado; o la falta de vocaciones. Son fenómenos graves.
—¿De dónde ha de venir la respuesta?
También desde dentro, de nuestra capacidad de convencer, de la credibilidad de nuestro testimonio,