Nuestra fe en la Iglesia actual
¿Qué decimos cuando decimos "creo en la Iglesia"? No nos referimos a que confiamos en que todos los que la componen son santos. Tampoco a que no haya en ellos lobos con piel de oveja. Ni tampoco a que en ella se refleje siempre nítidamente el rostro de Cristo sin sombra alguna.
Nuestra fe va más allá de quienes forman la Iglesia, de quienes hablan en su nombre o la representan. Trasciende las modas y las dudas del momento, trasciende las épocas en que parece zozobrar o en que parece dudar de su propia identidad y misión.
Creemos con fe plena y certeza firme que Cristo está plenamente presente en su Iglesia y en que su Espíritu la guía, no a éste o aquel pastor en particular, sino a toda ella, en el conjunto del tiempo y del espacio, en las vicisitudes que atraviesa, aún en sus momentos de zozobra.
Creemos que el destino de la Iglesia reposa en las Manos del Padre, en que Ella no sucumbirá a los halagos ni a los ataques del mundo, en que saldrá victoriosa de todo embate y de toda duda. Ella, en su conjunto, es el Sacramento de Cristo en este mundo, y por tanto es Santa.
El mismo que ha asegurado que las puertas del infierno no prevalecerán contra Ella es quien cumplirá su promesa, hoy como ayer y por siempre. Y entretanto los fieles habrán de sufrir incomprensión, dolor e impotencia, pero transformarán todo ello en un sacrificio.
Eso es lo que han hecho los santos a los que han hecho sufrir quienes debían representar a la Iglesia. Obedecer, sufrir y orar por la Iglesia. Y así ellos se han convertido en el verdadero exponente de lo que la Iglesia es. Los santos y no los déspotas son la Iglesia perfecta.
Esta mediación particular, estos hombres y mujeres concretos con sus pecados, son los medios que Dios ha elegido para llevar a cabo su obra en el mundo. Para que se vea con claridad que una obra así viene de Dios y no viene de los hombres.
Esta es la Iglesia que estamos llamados a amar. Porque más allá de los juegos de poder está la voluntad del que todo lo puede. Él hará o permitirá lo que Él considere. Y si Él lo quiere, yo lo quiero. Aunque a veces no lo entienda. Eso es precisamente la fe en la Iglesia.