¿Es malo desear que alguien se vuelva católico?
¿Es malo desear que alguien se vuelva católico?
por Duc in altum!
¿Es malo desear que alguien se vuelva católico? En tiempos en los que se confunde la necesaria libertad religiosa con la no evangelización, viene bien reflexionar sobre dicho punto. En principio, la respuesta a la pregunta es depende. Si lo que deseamos pasa por presionar, insistir demasiado o, incluso, obligar, evidentemente de bueno no tiene nada, porque si Dios respeta la libertad del ser humano, ¿quiénes somos nosotros para pasarla por alto? Ahora bien, si el deseo significa vivir nuestra fe y proponerla al mundo de hoy, dando espacio al proceso de los demás, no solo es algo positivo, sino natural. Hay que pedir siempre por la conversión propia y de los otros, pues aunque sea “políticamente incorrecto”, forma parte de lo que somos. Esto tiene su lógica. Si el Evangelio nos ha cambiado la vida, ayudándonos a desarrollarnos como personas sanas, completas y felices en medio de las dificultades, ¿cabría esperar que lo guardáramos en el último cajón del escritorio en lugar de darlo a conocer? La Iglesia, nos dice Concilio Vaticano II, es misionera por naturaleza (cf. AG, 2). Obviamente no se trata de traer un neocolonialismo, sino de compartir lo que somos, aquello que da sentido a nuestra fe y, desde luego, acompañarlo con obras concretas de caridad en el marco de la asistencia social, sin hacer ningún tipo de discriminación, porque la dignidad de la persona humana está por encima de cualquier otra consideración.
Cuando la Iglesia Católica afirma ser la depositaria de la verdad plena, no es autorreferencial, porque la ha recibido de Jesús y no de sí misma. En este sentido, resulta natural que queramos sumar en vez de restar. Si negamos la necesidad de rezar por la conversión del mundo, estaríamos descalificando a personajes de la altura de Santa Mónica, quien por más de treinta años rezó y trabajó para que su hijo -Agustín- abrazara la fe católica. Ella es un buen ejemplo del balance entre desear y respetar. Por una parte, deseaba que se dejara cautivar por el Evangelio, pero dándole espacio. En otras palabras, respetó su libertad. Lejos de hostigarlo, lo acompañó como madre. Acompañar no es andar siempre con lo mismo, sino mantenernos disponibles para aclarar dudas que en un momento dado puedan surgir sobre la fe.
Cuando San Pablo se encontró con Jesús en aquella experiencia mística camino a Damasco, la reacción inmediata fue contarlo, volviéndose un predicador. Siguiendo su ejemplo, nos toca hacer lo propio, porque renunciar a la evangelización es tanto como que -por decirlo de alguna manera- un futbolista se niegue a patear la pelota. Lejos de imponer, nos toca proponer el Evangelio a tiempo y a destiempo.
Cuando la Iglesia Católica afirma ser la depositaria de la verdad plena, no es autorreferencial, porque la ha recibido de Jesús y no de sí misma. En este sentido, resulta natural que queramos sumar en vez de restar. Si negamos la necesidad de rezar por la conversión del mundo, estaríamos descalificando a personajes de la altura de Santa Mónica, quien por más de treinta años rezó y trabajó para que su hijo -Agustín- abrazara la fe católica. Ella es un buen ejemplo del balance entre desear y respetar. Por una parte, deseaba que se dejara cautivar por el Evangelio, pero dándole espacio. En otras palabras, respetó su libertad. Lejos de hostigarlo, lo acompañó como madre. Acompañar no es andar siempre con lo mismo, sino mantenernos disponibles para aclarar dudas que en un momento dado puedan surgir sobre la fe.
Cuando San Pablo se encontró con Jesús en aquella experiencia mística camino a Damasco, la reacción inmediata fue contarlo, volviéndose un predicador. Siguiendo su ejemplo, nos toca hacer lo propio, porque renunciar a la evangelización es tanto como que -por decirlo de alguna manera- un futbolista se niegue a patear la pelota. Lejos de imponer, nos toca proponer el Evangelio a tiempo y a destiempo.
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