Viernes, 22 de noviembre de 2024

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Triduo de virginidad en el Antiguo Testamento (3): algunas referencias curiosas

por En cuerpo y alma

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            Después de ver en su día el alto concepto que en el pensamiento judío tiene la virginidad en la soltera (pinche aquí para ponerse al día), y a continuación la baja estima que tiene en la mujer adulta (haga lo propio aquí si le interesa el tema), cerramos hoy este tríptico con algunas referencias curiosas que el Antiguo testamento reserva para la virginidad de la mujer.
 
            Pues bien, lo cierto es que, una vez perdida la virginidad y por supuesto siempre que sea dentro de la Ley, es decir por matrimonio, pues ya hemos tenido ocasión de conocer las consecuencias de hacerlo fuera de él, la mujer incurre en nuevas limitaciones. Así lo establece el Levítico
 
            [El Sumo Sacerdote] tomará por esposa una virgen. No se casará con viuda ni con repudiada ni con profanada por prostitución, sino que tomará por esposa una virgen de su parentela” (Lv. 21, 14)
 
            Los simples sacerdotes, es decir, no los sumos sacerdotes, si pueden casar con una no virgen, pero no con mujer prostituta ni violada, ni una mujer repudiada por su marido; pues el sacerdote está consagrado a su Dios”. (Lv. 21, 7). El Libro de Ezequiel es algo más restrictivo, y sólo permite esa viudedad “en el caso de que sea viuda de un sacerdote”. (Ez. 44, 22). La de las viudas en Israel es otra situación bien especial, que bien merece capítulo aparte.
 
            Durante la conquista de la tierra de Canaán, al llegar a Galaad, los judíos reciben la instrucción de “consagrar al anatema” (vale decir exterminar) “a todo varón y a toda mujer que haya conocido varón” si bien con una excepción: “pero dejaréis con vida a las doncellas” (Ju. 21, 11). La narración aclara que los de Benjamín recibieron “las mujeres de Yabés de Galaad que habían quedado con vida, pero no hubo suficientes para todos” (Ju. 21, 14).
 
            Sobre Rebeca, la que será la esposa de Isaac, aclara el Génesis que era de muy buen ver, virgen, que no había conocido varón”. (Gn. 24, 16).
 
            Cuando Judit llora su desgracia lo hace en estos términos:
 
            “Señor, Dios de mi padre Simeón, a quien diste una espada para vengarse de los extranjeros que habían soltado el ceñidor de una virgen para mancillarla, que desnudaron sus caderas para cubrirla de vergüenza y profanaron su seno para deshonor. Tú dijiste: «Eso no se hace», y ellos, sin embargo, lo hicieron”. (Jud. 9, 1-2)
 
            Muy representativa a los efectos que nos ocupan es la historia de Amnón, el hijo de David que fuerza a su propia hermana, de la que está terriblemente enamorado, a acostarse con él. Tamar, que así se llama la hermana, le dice:
 
            “No, hermano mío, no me fuerces, pues no se hace esto en Israel. No cometas esta infamia. ¿A dónde iría yo deshonrada?” (2 Sam. 13, 1213).
 
            Una desesperada Tamar incluso provee una solución para no incurrir en semejante infamia:
 
            “Habla, te lo suplico, al rey, que no rehusará entregarme a ti” (2 Sam. 13, 13).
 
            Es decir, que prefiere incurrir en el incesto mediante entrega en matrimonio antes que vagar por Israel como una mujer soltera pero no virgen.
 
            Más significativo aún lo que ocurre cuando Amnón, que no atiende a razones, finalmente la viola, y en consecuencia, la desvirga:
 
            “Después Amnón la aborreció con tan gran aborrecimiento que fue mayor su aborrecimiento que el amor con que la había amado” (2 Sam. 13, 15).
 
            Y bien amigos, esto es todo por hoy: que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Les espero mañana en el pórtico, en esta columna, no en otra.
 
 
 
            ©L.A.
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