Viernes, 22 de noviembre de 2024

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En el nombre de la Trinidad. Mateo 28,16-20

por Alfonso G. Nuño

Los discípulos reciben el encargo de bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28,16-20). En el mismo envío de Jesús, está la Trinidad. Es Él quien envía, pero no solamente. El Padre envía por medio del Hijo en el Espíritu Santo. Este encargo que viene del Padre por medio del Hijo y solamente puede ser escuchado como tal en el Espíritu, se acoge en obediencia, en ese Espíritu, al Padre por medio del Hijo. De modo que la acción de la Iglesia y de cada uno de los discípulos, como tal, no nace nunca en nosotros, sino que es acción, en el Espíritu, que viene del Padre por medio del Hijo y, en el Espíritu, a Él va por medio del Hijo. Nuestra vida como cristianos es una vida trinitaria, pues hemos sido recreados bautismalmente en el nombre de la Trinidad. Sin embargo, lamentablemente, como dijo Rahner, de facto, el misterio trinitario, en buena medida, lo tenemos en un espléndido aislamiento. Para muchos, es algo abstruso e incomprensible, para otros una serie de fórmulas más o menos bien aprendidas, para no pocos algo que no tiene ninguna plasmación real en la vida. Me parece que tenemos que ir reconociendo que nuestra iniciación cristiana ha sido muy superficial y que los cauces que brindamos para la maduración y crecimiento de la vida de fe son escasos. No porque en las parroquias se ofrezcan pocas actividades, sino porque, en general, se quedan en lo que clásicamente se llama el hombre exterior. El misterio de la Trinidad no dejará nunca de ser imposible de encerrar en la razón, pero esto no quiere decir que sea lejano. Por el contrario, es sumamente cercano. Tanto que en realidad nuestra vida, que somos nosotros mismos viviendo, podría ser un palpar en la fe la vida trinitaria, porque nuestra vida fiducial lo es en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. La dinámica de la vida del verdadero discípulo es acción que viene del Padre y que recibimos en el Espíritu por el Hijo y que nos lleva a obrar hacia el Padre por medio del Hijo y en el Espíritu. Y esto no debería ser una fórmula aprendida que luego, como etiqueta adhesiva, pusiéramos sobre nuestra acción, sino que la experiencia de fe nos llevaría a exclamar: "¡Así es en verdad! Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo". Aunque qué pequeñas son las palabras humanas para ello. Y ese misterio trinitario, conocido por fe en su obrar salvífico en nosotros, conocido como misterio de Amor para mí, en la vida eterna lo contemplaremos tal cual es y veremos que es misterio de Amor en sí. A Dios empezamos a conocerlo como Amor para nosotros y el que nos ama así, en su Amor nos dice que es Amor en sí y por fe ahora lo conocemos. En la eternidad, la contemplación del que es Amor en sí hará que seamos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es. El Amor en sí, que es Dios Uno y Trino, así contemplado será Amor para nosotros como consumación de la divinización, como plena participación en su ser Amor en sí. ¿Mucho lío de palabras? Acaso eso te diga que ves aún el misterio trinitario como algo externo a ti. Si es así, desea vivir desde este misterio y busca quien te ayude a que esto sea así, que te enseñe a secundar la gracia, a vivir cada vez más plenamente desde el Padre y hacia el Padre por medio del Hijo y en el Espíritu Santo.

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