De la evangélica región de la Decápolis en las fuentes no cristianas
por En cuerpo y alma
Después de conocer ayer las andanzas de ese gran peripateta (no busquen la palabra en el diccionario, no existe) galileo que fue Jesús de Nazaret por la región llamada de la Decápolis (pinche aquí si le interesa el tema), toca hoy conocer qué es lo que sobre esa región conocemos gracias a las fuentes que han llegado a nuestros días.
Para empezar, se trata, por llamarla de alguna manera, de una suerte confederación de diez ciudades, como su nombre indica con toda claridad.
Los evangelistas citan dos de ellas, Gadara (la actual Umm Qais) y Gerasa (la actual Jerash), en la que emplazan un episodio que parece ser el mismo, aunque Mateo lo sitúe en Gadara, y Lucas y Marcos en Gerasa, cual es el del exorcismo practicado por Jesús en la persona de un endemoniado (dos en la versión mateiana). En los libros del Nuevo Testamento se cita aún una tercera, Damasco. A ellas habría que añadir Hippos (la actual Hippus o Sussita), Pella (la actual Tabaqat Fahl), Philadelphia (la actual Ammán), Capitolias (la actual Dion), Canatha (la actual Qanawat), Abila (la actual Raphana) y la que parece presentarse como una especie de capital de la confederación, Escitópolis (la actual Beit She’an).
Todas ellas en territorio actualmente jordano excepto Escitópolis e Hippos, que se hallan en el actual Israel, y Canatha y Damasco, que se hallan en la actual Siria. Dos de estas diez ciudades constituyen la capital de los modernos estados actuales, a saber, Philadelphia, la actual Ammán, capital de Jordania, y Damasco, capital de Siria. Una tercera, Pella, reviste gran importancia histórica por ser en la que se refugian los cristianos cuando en el año 70 se desvinculan de la defensa de Jerusalén, según registra Eusebio de Cesarea en su “Historia Eclesiástica”:
“El pueblo de la Iglesia de Jerusalén, por seguir un oráculo remitido por revelación a los notables del lugar, recibieron la orden de cambiar de ciudad antes de la guerra [del Gral. Tito, luego emperador romano] y habitar cierta ciudad de Perea que recibe el nombre de Pella” (Hist.Ec. 3, 5, 3)
La Decápolis sería la quinta región palestina y la única que no cita Lucas cuando al hacer su recuento de las unidades políticas en las que está dividida la región en tiempos de Jesús, nos informa de las coordenadas geográfico temporales en las que hay que situar su ministerio:
“En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea; Herodes tetrarca de Galilea; Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene” (Lc. 3, 1)
Pues bien, todo esto dicho, la Decápolis es ese territorio de la Palestina interior en el que pondrán casa muchos de los soldados del gran ejército que desplegó en la región Alejandro Magno, lo que representa la aparición de un segmento poblacional de raigambre y cultura helena en pleno Israel. Polibio cita que hacia el 218 a. C. muchas de esas ciudades se hallaban fuertemente amuralladas.
Repartidas entre las dos grandes dinastías helénicas que se reparten las conquistas de Alejandro Magno, Ptolomeos al oeste y Seleúcidas al este, con la irrupción en la zona del romano Pompeyo hacia el año 63 a.C., las contemplamos como ciudades francas con un amplio abanico de competencias y autonomía, que incluso acuñan moneda propia. Es Plinio el Viejo (23. d. C.-79) el primero que las llama Decápolis e informa de las diez ciudades que la componen. Aunque incorpore ocho más hasta dieciocho, Ptolomeo (h.100 d.C.-h.170) continúa llamándola la Decápolis, lo que unido a las menciones de Marcos y Mateo, da buena cuenta de la intensa implantación del nombre. El judío Flavio Josefo, por su parte, cita muchas de ellas entre las ciudades gentiles existentes en la región.
De su fuerte helenización nos hablan, amén de lo ya expuesto, los numerosos monumentos grecorromanos que han llegado a nuestros días, así como la intensa presencia de un animal maldito entre los judíos, el cerdo, a la que ya tuvimos ocasión de referirnos (pinche aquí si le interesa el tema). Todo lo cual no es óbice de que permaneciera dentro de la región que recibe el nombre de Decápolis un sustrato poblacional semítico grande, concentrado en urbes vecinas estrictamente judías, algo patente en el hecho de que, como menciona Mateo (cfr. Mt. 4, 25), muchos de su pobladores siguieran a Jesús en un momento en que su mensaje se ciñe exclusivamente a la población judía. E incluso, y con toda probabilidad, dentro de las propias ciudades helénicas, proveyendo mano de obra barata o incluso esclava: bien revelador, al respecto, que ese hijo pródigo del que habla Jesús en una parábola que sólo recoge Lucas, cuando abandona la casa de su padre y se ha gastado ya la totalidad de su herencia, no tenga otro modo de subsistir que ajustarse “con uno de los ciudadanos de aquel país [indudablemente un griego], el cual le envió a sus fincas a apacentar puercos” (Lc. 15, 15).
Pero también debió darse una cierta judaización de estos griegos residentes en tierras semíticas, atestiguado, por ejemplo, en la adopción de algunas deidades semíticas premonoteístas que revelan algunas de las monedas llegadas a nuestros días. Y desde luego, por imposición durante el breve período en el que la dinastía judía de los asmoneos gobernó muchas de ellas tras las Guerras de los Macabeos. Por lo que no cabe dudar del intenso proceso de hibridación greco-judía que debió imperar en la región.
En todo caso, la denominación deja de utilizarse y de tener mayor sentido cuando se producen las guerras que desestabilizan definitivamente el territorio entre los años 70 d. C., con la destrucción del Templo, y el 135, con la rebelión de Bar Kochba (pinche aquí si le interesa el personaje, al que sus contemporáneos consideraron el mesías), la definitiva expulsión de los judíos, y la casi total romanización del territorio.
Y bien, queridos amigos, esto es todo por hoy. Que hagan mucho bien y no reciban menos. Mañana más.
©L.A.
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