Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Preparando el inicio de la Cuaresma. S. Agustín

Preparando el inicio de la Cuaresma. S. Agustín

por La divina proporción

 Decía San Agustín: El primer gusano de las riquezas es la soberbia. Como mala polilla, todo lo roe y lo reduce a cenizas (Sermón  85,3). Estas cenizas son las que vamos a recibir mañana miércoles. Las cenizas que nos recuerdan que todo lo humano termina reducido a polvo y sólo lo que proviene de Dios es imperecedero. ¿Cuántas veces deseamos vernos por encima de los demás sin darnos cuenta que todo lo que consigamos será pasto de la polillas. 

Juan en Bautista exhortaba con claridad “convertíos y creed en la Buena Nueva” (Mc 1, 15), pero hoy en día no comprendemos qué quería decir esta simple frase. Nos preguntamos en qué tenemos que convertirnos, cuando ya somos los reyes del universo. ¿Qué tenemos que creer? Cuando ya confiamos en nosotros mismos y en la ciencia y la técnica que hemos creado. ¿Quién necesita a Dios cuando ya se tiene a sí mismo? En el peor caso, los servicios sociales se harán cargo de nosotros si dejamos de ser tan “maravillosos” y autosuficientes. 



Decía Cristo a Pedro, que la comprensión de su divinidad le había sido revelada por el Padre. De la misma forma, la fe no proviene de nosotros mismos, sino de Dios mismos que nos regala esta revelación. Dependerá de nosotros aceptar el regalo o cerrar la puerta asustados. La mente que teme ver la Luz, cierra el corazón antes de que pueda ser iluminado. Teme y desconfía de la Luz, ya que esta le descubre tal como es. 

La mente perversa aborrece hasta la misma comprensión y, a veces, un hombre de mente perversa siente gran temor a comprender, no sea que se sienta obligado a hacer lo que ha comprendido (SanAgustin. Sermón 156,1) 

¿Cómo entonces ser capaces de abrir el corazón y dejar que la Gracia de Dios nos transforme y nos permita creer en Cristo, la Luz y la Verdad? El camino nos lo marca simbólicamente el inicio del camino de la Cuaresma. La ceniza que cae sobre nuestra cabeza nos señala que somos polvo y que toda soberbia quedará reducida a la nada. La ceniza cae sobre nuestra cabeza, lugar donde la mente está contenida. Es evidente que la humildad es el aceite que permite que las oxidadas puertas de nuestro corazón empiecen a abrirse. Abrir la mente y comprender que iniciamos el camino que conduce a la Pascua. Abrir la mente para comprender que la oración, la penitencia y la limosna son esenciales para que las puertas vayan dejando pasar la Luz de la Verdad hasta nuestro corazón. 

Ciertos estamos que todo hombre recibe el Espíritu Santo, y recibirá tanto más cuanto mayor sea el vaso de la fe que lleve a la fuente (San Agustín. Tratado sobre el Evangelio de San Juan 32,7). 

Tal como indica San Agustín, en la medida que el vaso de nuestra fe sea amplio, es decir, se abra a la humildad y la sencillez, el Espíritu actuará sobre nosotros. El sacramental de la imposición de la ceniza debería actuar como un golpe seco en la puerta de nuestro corazón. Un golpe que llama a la mente a abrirse y dejar de temer la Luz. 

Si confiamos y entendemos. Si la fe se une a la esperanza, será cuando la caridad abrirá la puerta del corazón más cerrado. Entonces, el Espíritu podrá entrar en nosotros y transformarnos. 

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