Para unas elecciones
por Alfonso G. Nuño
En la encíclica Centesimus annus, decía Juan Pablo II:
La Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica.
El control sobre los gobernantes debería de ser una constante en la vida, cada quien con las posibilidades a su alcance; lo que requiere, como requisito que se me antoja imprescindible, el esfuerzo de estar mínimamente informado, que es más que deglutir propaganda. Y este control sobre los gobernantes, que es una forma de ejercicio de la responsabilidad sobre las cuestiones públicas, no debería de entenderse como un añadido conveniente, sino como un deber moral. Pues bien, además del día a día, están también esas ocasiones puntuales en las que, mediante el voto, se puede elegir a los representantes. Los ciudadanos de la Unión Europea tenemos ahora esa oportunidad. ¿Qué hacer? Hay situaciones en las que el decantarse por unos o por otros depende de las medidas concretas que se propongan o de la catadura moral del candidato. Esto es así cuando hay unos principios que están supuestos y tienen en común las distintas formaciones políticas. Otras veces lo que está en juego son cosas más elementales como la dignidad de todo hombre, tanto varones o mujeres, embriones o moribundos; el respeto de los derechos humanos; la búsqueda del bien común en la acción política; etc. ¿Estamos en alguna de estas situaciones? En la coyuntura actual hay algo más elemental aún que tal vez esté en juego. El escepticismo respecto a la verdad, el relativismo en moral y el agnosticismo en religión da la impresión de que muchos quisieran constituirlos, y en buena medida lo están, como las bases sobre las que construir la convivencia social. La economía es ciertamente algo muy preocupante en este momento, pero pienso que hay cuestiones más importantes. Desde la dictadura del relativismo, en sus distintas variantes, no está en juego un mayor o menor respeto a la dignidad humana, sencillamente desaparece por ser todo relativo; los derechos humanos se inventan unos un día y al día siguiente se desinventan; y el bien común pasa a ser sustituido por el bien del más fuerte, camuflado probablemente en el bien individual de cada uno, que más bien será la apetencia de cada momento modulada por las modas impuestas. A la hora de decidir mi voto, lo que voy a tener más en cuenta es cómo voy a poder favorecer que el deseo de verdad esté más presente en la vida política; que el bien y el mal no sean algo que inventemos o fabriquemos los hombres; y que Dios no sea un estorbo o un peligro en la vida pública y que la fe y las creencias religiosas no sean algo a poner en cuarentena. ¿Soy muy pesimista? Si son así la cosas, desde luego, la situación es muy grave. Me encantaría estar equivocado.