Gracias
por Chascarrillo
Gracias porque antes de que rompiera el alba ya te estabas subiendo al autobús. Gracias por los cientos de kilómetros recorridos entre el sueño y el desgranar de avemarías. Gracias por hacer un poco más austera la cena de Navidad y así ahorrar para el transporte y el hotel de toda tu familia. Gracias, porque ya les has adelantado a tus hijos que, este año, «los Reyes van a traer un poquito menos de regalos». Gracias por creer en un ideal. Y por defenderlo. Gracias por ese espíritu despierto que huye de la comodidad y de lo políticamente correcto. Gracias por alojar en tu casa a unos desconocidos a los que te unía nada más –y nada menos– que una fe común. Gracias por no sucumbir a la tentación del «qué más da uno más o uno menos». Gracias, porque te conformaste con ser esa gota en el océano sin la cual, como decía la Madre Teresa, «el océano sería diferente». Gracias por tu sonrisa franca y tu alegría que llena de esperanza. Gracias por el frío que has pasado sin quejarte. Gracias, porque ya eres anciano y dudaste si ir o no, pero dijiste que «la familia importa». Gracias porque tu párroco te encomendó hace varias semanas que organizaras el viaje y le has dedicado muchas horas hasta que has contemplado, satisfecho, cómo se llenaba el autobús. Gracias porque tu amigo te dejó colgado en el último momento y tú, sin embargo, acudiste. Gracias, joven, porque pensabas no ir ya que «iba a ser un rollo» y has regresado a casa con una sensación desconocida que te ha llenado mucho más que la juerga de un viernes por la noche. Gracias, señor obispo, por ser testimonio y luz en medio de la oscuridad. Gracias, padres, por acudir con todos vuestros hijos a pesar de las incomodidades. Queríais que ellos hicieran una experiencia fuerte de Iglesia y, desde luego, Dios les ha bendecido. Gracias, hijos, porque vuestra oración, sencilla y breve, también ha llegado al cielo. Gracias a todos los que habéis acudido a la Misa de las Familias en la plaza de Colón. Gracias, porque ha valido la pena.
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