Carcas y progres

Hace algunos años, en una revista, al actor Arturo Fernández le preguntaron si se consideraba conservador. «Sí, entre otras cosas porque creo que no hay mayor signo de inteligencia que saber conservar aquello que merece la pena ser conservado», respondió. Me pareció, como él mismo dijo, una forma inteligente y lógica de ver la vida. Y es que hay muchos que se dicen progresistas a los que les produce verdadera urticaria conservar incluso la fotografía de la abuela. Y otros tantos, conservadores, que en cualquier mínima aventura hacia adelante, les falta tiempo para agarrar inmediatamente el freno de mano. Se repite machaconamente la idea de que o eres un progre rabioso o un carca redomado, y entre ambas posturas hay un precipicio insondable. Un espacio indeterminado que no se sabe muy bien si está ocupado por alguien o no. Esta actitud, claro, lo único que consigue es encasillar a las personas e impedir cualquier mínimo diálogo. Dice el cantautor católico Martín Valverde que los hombres somos especialistas en colocar lápidas sobre las personas: «Éste es progre; éste es carca». Y no hay quien mueva un milímetro esa pesada piedra. La vieja máxima que invita a escuchar la verdad sin mirar de dónde viene ha caído, desde hace ya tiempo, en desuso. Recientemente, un amigo me dio la posible solución a este problema en crecimiento: aprender del pasado sin vivir anclado en él. Aprender, conocer y quedarse con lo bueno del pasado, pero sin necesidad de que ese mismo pasado se convierta en una camisa de fuerza o un un peaje infranqueable. En el caso de la Iglesia, hay formas, maneras, usos y costumbres que pueden cambiar sin que se altere la esencia. Es como escanciar un vaso de buen vino: se pasa de la botella al vaso. Sigue siendo el mismo vino, pero en un recipiente distinto. Eso sí, aquellos que quieren cambiar el licor, generalmente, sólo logran empeorarlo. Y los que no se atreven ni siquiera a abrir la botella, puede que descubran más adelante que su vino, ese que han preferido dejar intacto, se ha convertido en vinagre... Álex Navajas