Jueves, 21 de noviembre de 2024

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Los santos no vuelan

por Chascarrillo

No estoy seguro de que sea verdadera y a más de uno le escandalizará, pero la anécdota tiene mucha miga y bastante gracia. Cuentan que una santa estaba sentada haciendo sus necesidades –en esto los santos no se diferencian del resto de los mortales– y aprovechaba para elevar sus rezos a Dios. De pronto, se le apareció Satanás, quien le reprochó su «indecencia» por osar dirigirse al Señor en una postura tan indigna. La santa, sin perder una pizca de su serenidad y buen humor, despachó al diablo con un «todo lo que suba, para Él, y todo lo que baje, para ti». A los santos los hemos rodeado de tanto incienso y tanto halo místico que los hemos acabado deshumanizando. Se nos hace casi blasfemo pensar en uno de ellos dando un portazo o un puñetazo en la mesa y, si viéramos a alguno caminando sobre el suelo, en vez de estar flotando a varios palmos de la tierra, nos llevaríamos un buen disgusto. Pero su grandeza, precisamente, no estriba en que hayan sido cuadriculadamente perfectos, sino en que, aun con sus errores y pasiones, supieron poner continuamente a Dios en el primer lugar de su vida, sin perder ellos un gramo de humanidad. Un santo fundador, que se encontraba con algunos de sus sacerdotes de visita en un monasterio de monjas, vio un cuadro en tonos rosados y azul celeste que representaba a la fundadora de las religiosas rodeada de lirios y pajarillos. «Por favor –le dijo horrorizado y en voz baja a uno de sus ayudantes–, si cuando me muera me hacen un retrato, no se les ocurra dibujarme de esta guisa». Así son los santos: viven muy cerca de Dios pero, a la vez, son terriblemente humanos. No se trata de poner la santidad a precio de ganga, pero sólo Dios sabe cuánta gente a nuestro alrededor se toma en serio eso de ser santo. Y no me refiero al párroco, al misionero o a la monja que me cruzo por la calle. Hablo del macarra ése del pendiente, o de la madre que se desvive por su familia, o de la enfermera que inyecta más amor que mejunjes en sus pacientes. Dejemos de buscar a los santos flotando por el cielo. Están aquí, más cerca de lo que pensamos. Álex Navajas
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