Cruzar el puente
En el transcurso de nuestras vidas…, todos siempre queremos adelantar acontecimientos, cruzar anticipadamente el puente que nos espera. El niño está ansioso de ir a la escuela, después de terminar en la escuela y en los estudios, es decir llegar a ser mayor, poder tomar ya de una vez el timón de su vida, para gobernarla él solo y sigue cruzando anticipadamente puentes a los que todavía no ha llegado. Todos tenemos, siempre el afán de cruzar los puentes que sabemos que tarde o temprano tendremos que cruzar. Nuestras vidas están llenas de puentes que pensamos que hemos de cruzar y esto nos crea zozobra y angustias.
Primeramente no es lógico, que nos angustiemos por el cruce de un puente del que carecemos la certeza de sí llegaremos a él y también la certeza de si tendremos necesidad de cruzarlo o no. Pero todos tenemos la certeza de qué hay un solo puente, que final de la vida tendremos que cruzarlo, queramos o no queramos y que nos llevará a la otra orilla. Llegado ese momento ninguna persona ha tenido ni tendrá posibilidad de negarse a cruzar este puente. Nadie se queda en este mundo y aunque lograse quedarse, al final también moriría. Porque llegará un momento en que este mundo con toda su belleza será consumido, como termina siendo descompuesta y consumida toda materia en un agujero negro dentro del universo
Pero hay un algo más fundamental en nosotros, que la materialidad de nuestro cuerpo que es caduco y fenecerá y es nuestra alma que como miembro del orden espiritual es eterna. Por los siglos de los siglos, Y es esa alma que todos tenemos, plena del amor a su Creador siempre está deseosa de retornar a quien la creó. Es por ello que hay muy pocas persona, pero las hay que anhelan ese momento gozoso del encuentro con quien tanto aman. Son personas que han recibido de su Amado una fortaleza de fe inquebrantable y son dignas de admiración y sólo nos resta a los demás, pedirle al Señor que nos done una fe como esa. El resto de personas tenemos fe, pero más débil y esa debilidad, no nos permite aunque amamos al Señor, eliminar nuestro temor a la muerte.
La fortaleza de nuestra fe, no la podemos adquirirla nosotros solos, aunque sean muchos nuestros méritos espirituales y nuestros deseos de tenerla. La fe es un don, es un regalo divino y si queremos primero adquirirla y luego fortificarla, hemos de solicitarla al Señor el cual ya nos dejó dicho: “5 Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. 6 El que no permanece en mí es echado fuera, como el sarmiento, y se seca, y los amontonan y los arrojan al fuego para que ardan. 7 Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que quisiereis y se os dará. 8 En esto será glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto, y así seréis discípulos míos” (Jn 15,5-8).
Y como siempre ocurre en nuestras relaciones con el Señor, la humildad, nuestra humildad hacía todos, pero especialmente ante Él, es fundamental, tenemos que reconocer la realidad de lo que somos. A Santa Catalina de Siena el Señor una vez le dijo: Yo soy el Todo de todo, tú eres la nada. Frente a él no somos nada ni nada representarnos, solo podemos gloriarnos del amor que Él nos tiene. Él nos ama de una forma incomprensible para nosotros y ese amor es el que nos hace prosperar espiritualmente y nos mantiene vivos, material y espiritualmente, tan a los que le amamos como a los que le ignoran.
No nos basta, con tener una débil fe y creer en la existencia de Dios, porque con esa misma debilidad tendremos nuestra esperanza y nuestro amor hacia él. Las tres esenciales virtudes teologales crecen y decrecen al mismo tiempo, e inclusive también desaparecen, pues por ejemplo, a una persona que no cree en la existencia de Dios, jamás amará a quien no cree que existe y tampoco podrá esperar nada de quien cree que no existe.
Una fuerte fe en una persona, le crea a esta unan fuerte capacidad de decisión, para afrontar los peligro y problemas de esta vida, esta persona está fuertemente convencida de que su Dios y Señor, que inhabita en su alma, jamás le abandonará y si las cosas no salen de acuerdo con sus deseos humanos, él está seguro de que esto ha ocurrido así, porque es lo que más le conviene a su alma para su eterna salvación. El que ama fuertemente al Señor fuertemente tiene su fe en Él y muy bien sabe que pase lo que pase Él jamás lo defraudará.
La persona que ama fuertemente al Señor, Él la ama también con más fuerza, más fuertemente de lo que él se imagina y puede llegar a ser correspondido con el fuego de amor divino, con ese fuego, que Moisés vio en la zarza que ardía sin consumirse en el Horeb. Todo simplemente es cuestión de amar más y más y sobre vivir con la convicción de que una no ama lo suficiente. Esto genera siempre deseos de amar más y más y si es persistente en el deseo a mar, siempre el Espíritu Santo, acudirá a satisfacerle su deseo.
El temor humano al cruce del puente que nos llevará a la otra orilla, está muy extendido, entre creyentes que inclusivamente son practicantes y que viven habitualmente en amistad y gracia de Dios. Son personas que oran y habitualmente toman los sacramentos y sin embargo les domina el temor a la muerte. Hay un principio consagrado ya por la tradición que nos dice que: tal como se vive se muere y uno se pregunta: ¿Por qué y de que tienen miedo estas personas a abandonar este mundo? Son dos razones entrelazadas las que determinan la existencia de esta conducta. Si se les pregunta a ellas el porqué del temor a la muerte, generalmente nos contestaran, diciendo que es un miedo a lo desconocido.
La segunda razón muchos no la dirán porque realmente aunque la tienen la desconocen pero la tienen. Es el afecto o apego a este mundo, el apego a sus familiares a su género de vida, a la materia que les rodea sean muebles, objetos, recuerdos, un sinfín de elementos, pero ellos no se dan cuenta de la fuerza de estos apegos. Y por último tenemos la acción demoniaca, que nunca olvida y con una inteligencia superior a la nuestra trata por todos los medios a su alcance, que si ve que no puede evitar la salvación de esta alma, al menos que su gloria sea lo más pequeña posible. Porque no olvidemos que nuestra futura gloria será mayor o menor de acuerdo con el grado de nuestro amor al Señor.
Por último quiero destacar la actitud ante la muerte y una muerte de sufrimientos carnales, de los miles de almas, que han obtenido la corana del martirio y soportar lo indecible con el ansia de llegar cuanto antes a su encuentro con el Señor. No nos asustemos ante la inevitable muerte, amémosla porque ella es la puerta de nuestra eterna felicidad. A una pregunta del médico que la atendía a Santa Teresa de Lisieux, que le dijo: ¿Está Vd. resignada a morir? ¿Resignada a morir?, lo que estoy es deseando morir. La resignación la he tenido que emplear para vivir en este mundo.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.
- Libro. DEL SUFRIMIENTO A LA FELICIDAD.- www.readontime.com/isbn=8460999858
- Libro. LA HUELLA DE DIOS. Isbn.- www.readontime.com/isbn=9788461164523
- Libro. CONVERSACIONES CON MI ÁNGEL.- www.readontime.com/isbn=9788461179190
- Libro. DEL MÁS ACÁ AL MÁS ALLÁ.- www.readontime.com/isbn=9788461154913
- Libro. CONOCIMIENTO DE DIOS.- www.readontime.com/isbn=9788461179107
- Libro. MILAGROS EN LA EUCARISTÍA.- www.readontime.com/isbn=9788461179091
- 089v.- Temor a la muerte y al sufrimiento 27-11-09
- 550m.- Muerte y fe 05-06-12
- 656j.- ¿Qué hay en el más allá? 03-01-13
- 762v.- Actuaciones demoniacas en el último momento 02-08-13
- 308l.- ¿Tenemos miedo a la muerte? 07-02-11
La fecha que figura a continuación de cada glosa, es la de su publicación en la revista ReL, en la cual se puede leer la glosa de que se trate.
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