Domingo, 24 de noviembre de 2024

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Hacia un nuevo Sínodo frustrado

por Palabaras para vivir

La publicación del nuevo cuestionario que será enviado a las Diócesis de todo el mundo para preparar el próximo Sínodo de los Obispos sobre la familia, ha vuelto a abrir el debate. Debate que, en realidad, nunca se ha cerrado. Y el tema de nuevo es la apertura de la posibilidad de que los divorciados vueltos a casar puedan comulgar y la equiparación entre homosexualidad y heterosexualidad.

Los debates están bien, han existido siempre y siempre se producirán en la Iglesia. Pero éstos también tienen un límite, pues de lo contrario se entraría en un círculo vicioso que sólo generaría parálisis y confusión. Cuando el debate se ha zanjado por una intervención magisterial, incluso aunque no sea con el grado que implica la infalibilidad pontificia, seguir en ellos sólo puede producir daño. El cardenal De Paolis ha intervenido esta semana en la polémica preguntándose si un Sínodo tiene la competencia para discutir el Magisterio de los dos Papas anteriores e incluso, por extensión, se ha preguntado si esa competencia la tiene el mismísimo Papa. Porque si un Papa enmendara a sus predecesores en un tema tan grave como es permitir la comunión en pecado mortal, ¿no podría ser corregido él por su sucesor? ¿y éste por el que a su vez le sucediera en la cátedra de Pedro? Y así sucesivamente. Entraríamos en una peligrosa dinámica de cambios que sólo serviría para alimentar la confusión y generar el descrédito de la propia autoridad pontificia, que sería comparable a los parlamentos políticos, donde las leyes se hacen y deshacen en función del partido que gobierna.

El cardenal Müller por su parte ha salido al paso de la pretensión de separar dogma de moral (o de pastoral, que es lo mismo), calificando esa idea de nada menos que con el apelativo de "herejía". Hay que recordar que esa es la argumentación más repetida por los que piden que se dé la comunión a los divorciados: no queremos cambiar la doctrina, sólo la forma de aplicarla en la vida pastoral.

Así las cosas, temo que el próximo Sínodo vaya a ser tan inútil para la familia como el anterior. Ya lo he dicho varias veces y lo repito. La familia tiene gravísimos problemas. Los divorcios aumentan y sobre todo crece el número de los que conviven sin casarse; la transmisión familiar de la fe está rota en muchísimas familias católicas; el aborto gana terreno afianzándose como un derecho; la ideología de género se está convirtiendo en la nueva Inquisición que amenaza con castigos a los que no la aceptan. ¿De verdad esos temas importan tan poco como para centrar la atención en la cuestión de la comunión de los divorciados, máxime cuando todo el mundo está de acuerdo en solucionar los casos por la vía de las nulidades agilizando éstas, evitando eso sí que se conviertan en un divorcio camuflado?

El Sínodo de la familia tiene muchísimas cosas importantes y urgentes que tratar. Pero incluso aunque éstas se traten en él, pasarán desapercibidas y no tendrán eficacia si el debate se centra en la cuestión de los divorciados o en la aceptación de los homosexuales. Con el cardenal De Paolis, me pregunto quién tiene autoridad para corregir el magisterio de los papas anteriores y, en todo caso, por el bien de la familia, creo que si se tuviera que tratar de estos temas debería hacerse en otra ocasión y con otra metodología.
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