Del precio a pagar por convertirse al cristianismo en Egipto
por En cuerpo y alma
Se llama Bishoy Armia Boulos, nombre adoptado como cristiano por quien naciera Mohammad Hagazy, un muchacho de treinta y dos años de cuyo caso se hizo eco en su momento el mismísimo New York Times. Un buen día, Mohammed entró en contacto con el Evangelio y decidió convertirse al cristianismo. “El islam no promueve el amor como sí lo hace el cristianismo”, afirmaba Bishoy para justificar su conversión.
Bishoy Armia Boulos |
En 1998, ya convertido, Bishoy inicia un proceso sin precedentes en su país: intentar cambiar la religión que aparece especificada en sus documentos de identidad (que un DNI o un pasaporte recoja la religión de su titular es algo inimaginable en nuestras sociedades, pero que ocurre en muchos países del mundo). Quería que dejara de figurar el islam para que apareciera el cristianismo.
¿Cuestión sentimental? ¿Burocrática? ¿Ganas de fastidiar? Ni muchísimo menos. Unica manera para Bishoy de poder educar a sus dos hijos en el cristianismo, pues mientras legalmente aparecieran como hijos de un musulmán, ello era -y es- imposible en un país como Egipto. Poco después, y no sin que el propio abogado de Bishoy renunciara a su defensa mientras clérigos ultraortodoxos se manifestaban pidiendo hasta la pena capital para el muchacho, la justicia egipcia le denegaba el cambio, por lo que el joven egipcio convertido al cristianismo no tenía otra opción que educar a sus hijos como musulmanes.
Así las cosas, Bishoy envía a su mujer y a sus hijos a Alemania, donde había obtenido asilo político, mientras él se queda en Egipto y, como periodista, trabaja en un expediente sobre las discriminaciones de las que son objeto los cristianos del país. Por esta actividad, en diciembre de 2013 es arrestado y condenado a cinco años de prisión, acusado de un delito de “instigación al sectarismo” por osar describir a los cristianos egipcios como “víctimas de discriminación”. Varias veces torturado en prisión, Bishoy ha comenzado ahora una huelga de hambre con la que pretende llamar la atención sobre su caso.
No termina ahí su drama, ya que por si todo ello fuera poco, su mismísimo padre, a través de los medios de comunicación, se ha ofrecido para matarlo con sus propias manos, a lo que Bishoy ha respondido con una carta en la que le dice a su progenitor: “He visto lo que has declarado en los periódicos. Dices que me quieres matar, hacer correr mi sangre en público. Yo te quiero porque eres mi padre y Jesús me ha enseñado a amar. Yo he aceptado a Jesús voluntariamente, nadie me ha obligado. Te perdono. ¡Qué más da la decisión que tomes, qué más da lo que hagas! A ti y a mamá os digo: Jesús ha muerto para salvarme”.
Este es el calvario por el que pasa, en algunos lugares del mundo, una persona normal y corriente que simplemente quiere cambiar de religión y hacer algo tan comprensible como educar a sus hijos en ella. Que hagan Vds. mucho bien, queridos amigos, y que no reciban menos. Mañana nos vemos por aquí. Entretanto, dediquen un recuerdo a Bishoy.
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