Viernes, 22 de noviembre de 2024

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Más sobre la masturbación en el Antiguo Testamento

por En cuerpo y alma

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            En mi anterior entrada sobre la masturbación en el Antiguo Testamento (pinche aquí si no pudo leerla y desea hacerlo ahora) afirmaba que aparte el extrañamente relacionado con la masturbación episodio de Onán y la esposa de su hermano Er, nada se decía en la Biblia sobre las prácticas masturbatorias, ora masculinas ora femeninas. Pero lo cierto es que todavía se contienen en el Antiguo Testamento, más concretamente en el libro del Levítico, unas referencias que merece la pena analizar por su posible relación más o menos cercana con el tema.
 
            El Levítico recoge una serie de situaciones que convierten en impuro al varón, para a continuación referirse a las que convierten en tal a la mujer. Pues bien, entre las primeras que son las que aquí y ahora nos interesan, incluye el Levítico:
 
            “Yahvé habló así a Moisés y a Aarón: ‘Hablad a los israelitas y decidles: Cualquier hombre que padece flujo seminal, ese flujo es impuro’” (Lv. 15, 1-2).
 
            ¿Se refiere a la masturbación? No, no en modo alguno, de lo que es buena prueba el versículo que sigue a los precedentes:
 
            “La impureza causada por su flujo se da tanto si su cuerpo deja destilar el flujo como si lo retiene: es impuro” (Lv. 15, 1-2).
 
            Si lo deja “destilar como si lo retiene”. La impureza, además, no recae propiamente sobre el varón, sino sobre el flujo en sí. Que eso es así se extrae con claridad de los versículos que siguen:
 
            “Todo lecho en que se acueste el que padece flujo será impuro, y todo asiento en que se siente será impuro. Quien toque su lecho lavará sus vestidos, se bañará y quedará impuro hasta la tarde. Quien se siente sobre un mueble donde se haya sentado cualquiera que padece flujo lavará sus vestidos, se bañará y será impuro hasta la tarde. Quien toque el cuerpo del que padece flujo lavará sus vestidos, se bañará y será impuro hasta la tarde. Si el que tiene flujo escupe sobre un hombre puro, éste lavará sus vestidos, se bañará y quedará impuro hasta la tarde. Toda montura sobre la que haya montado el que padece flujo será inmunda. Quien toque un objeto que haya estado debajo de él quedará impuro hasta la tarde, y quien lo transporte lavará sus vestidos, se bañará y será impuro hasta la tarde. Todo aquél a quien toque el que padece flujo sin haberse antes lavado las manos, lavará sus vestidos, se bañará en agua y quedará impuro hasta la tarde. Toda vasija de barro tocada por el que padece flujo será rota, y todo utensilio de madera será lavado con agua” (Lv. 15, 312)
 
            El Levítico, que como otros libros del Pentateuco amén de un libro religioso pretende ser un compendio del saber de la época que incluye ¡¡¡hasta recetas de cocina!!!, se está refiriendo aquí a toda enfermedad que incluya entre sus síntomas flujos descontrolados de semen, si es que tal existe, y desde luego, al poder altamente contagioso de un fluido corporal tan contaminante, pemítanme la palabra, como lo es el semen: ¿sabían Vds. que sólo hace unos días, cuatro estudios avalados por la OMS han determinado la supervivencia del virus del ébola en fluidos seminales en períodos que superan los tres meses después de desaparecidos los síntomas?
 
            Habla el Levítico incluso de lo que hay que hacer una vez “sanado”:
 
            “Si el que padece flujo sana de él, se contarán siete días para su purificación; después lavará sus vestidos, se bañará en agua corriente y quedará puro” (Lv. 15, 13)
 
            Y no falta, naturalmente, el impuesto a pagar al Templo, institución que como las voraces maquinarias estatales hoy día, no pierde ripio a la hora de cobrarse un impuestito a cada ocasión que se tercie:
 
            El día octavo tomará dos tórtolas o dos pichones y se presentará ante Yahvé a la entrada de la Tienda del Encuentro, para entregarlos al sacerdote. El sacerdote los ofrecerá, uno como sacrificio por el pecado, el otro como holocausto, y así el sacerdote hará expiación por él ante Yahvé, a causa de su flujo” (Lv. 15, 1415)
 
            Amén de ello, el Levítico aún recoge otra situación menos traumática relativa a los derrames seminales, cual es la siguiente:
 
            “El hombre que haya tenido derrame seminal lavará con agua todo su cuerpo y quedará impuro hasta la tarde” (Lv. 15, 16).
 
            ¿A qué se refiere aquí? Pues bien aquí sí, podría estar refiriéndose a las prácticas masturbatorias, aunque al tercero de los libros de la Torá no le merezca la pena detenerse en mencionarlas específicamente y prefiera integrarlas dentro de un género más amplio que compartiría con las famosas poluciones nocturnas tan propias de la adolescencia, o con cualesquiera otras formas imaginables de derrame seminal.
 
            Dicho derrame, ora involuntario, ora buscado de propósito, convierte claramente a quien lo padece en impuro -“quedará impuro hasta la tarde”- obligándole a “lavar con agua todo su cuerpo” e incluso a esperar media jornada para obtener la purificación. Ahora bien, convengamos que del tono del presente versículo no se extrae ni aprobación ni condena alguna, y que el enfoque no pasa de ser, una vez más, puramente séptico, como demuestra la indicación que sigue, muy en la línea que ya constatábamos arriba de la alta trasmisión patógena que el Levítico presupone, y no sin razón, al semen:
 
            “Toda ropa y todo cuero sobre los cuales se haya derramado el semen será lavado con agua y quedará impuro hasta la tarde” (Lv. 15, 17).
 
            Tanto así que la “prescripción médica” indicada es idéntica a la que prevé para el caso de una relación menos solitaria, que incluya además la presencia de una mujer:
 
            “Cuando una mujer se acueste con un hombre y se haya producido eyaculación, se bañarán ambos y quedarán impuros hasta la tarde” (Lv. 15, 1618).
 
            Aseveración imprecisa, que permite preguntarse si se refiere el Levítico a todo coito o solamente a aquella relación sexual en la que, sin llegar a producirse coito, el hombre derrama sobre la mujer, como el famoso coitus interruptus que podría ser práctica frecuente entre los judíos como método anticonceptivo.
 
            No es todo: las prescripciones del Levítico referidas a los derrames seminales alcanzan de manera muy específica a los sacerdotes:
 
            “Ningún descendiente de Aarón [vale decir, sacerdote, los sacerdotes judíos son los descendientes de Aarón] que sea leproso o padezca flujo comerá de las cosas sagradas hasta que se haya purificado. El que toque lo que es impuro por contacto de cadáver, o el que haya tenido un derrame seminal, o el que haya tocado un bicho o a un hombre y contraído así alguna clase de impureza; quien toque estas cosas quedará impuro” (Lv. 22, 4-6).
 
            Y una vez más, el libro provee lo que hay que hacer en caso tal:
 
            “No comerá de las cosas sagradas, sino que lavará su cuerpo con agua; puesto el sol, quedará limpio y podrá luego comer de las cosas sagradas, pues son su alimento” (Lv. 22, 6-7).
 
            Y bien queridos amigos, esto es todo por hoy… y no es poco. Deseando a Vds. que hagan mucho bien y que no reciban menos, me despido por ahora. ¡Hasta mañana!
 
 
                Quiero expresar mi agradecimiento al comentarista que firma como David Díaz Criado, que el pasado día 2 me invitaba a seguir escrutando y escrudiñando en el Levítico para encontrar las referencias que han quedado comentadas en el presente artículo. Siempre digo que esta columna la escribimos entre todos, y que son muchas las aportaciones que hacen Vds. a ella a diario. Gracias pues a él y a todos Vds..
 
 
            ©L.A.
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