San Juan Bautista de La Salle, hoy
San Juan Bautista de La Salle, hoy
por Duc in altum!
Observando el conjunto de la realidad social en un mundo globalizado, salta a la vista de manera clara, incluso tajante, los retos de la emergencia educativa en pleno siglo XXI. No podemos mirar para otro lado, pues los estudiantes son el presente del futuro. Vivimos una época en la que todo es cuestionado; sin embargo, tomando el lado bueno de la situación que nos está tocando vivir, valdría la pena dejarnos cuestionar o interpelar por la falta de valores que ha terminado por pasarnos una costosa factura en los diferentes campos de la sociedad. Hablando de la educación, basta con hacer un balance de la influencia negativa o, mejor dicho, inhumana, de la ideología de género, en la que se anula el Iusnaturalismo (Derecho Natural) por las construcciones meramente culturales, subjetivas en campos tan delicados como la antropología. En este orden de ideas, no podemos quedarnos al margen de lo que está pasando, sino intervenir desde nuestras capacidades, talentos y oportunidades. Sin duda, la historia no solamente nos sirve para aprender de los errores, sino también de los aciertos. Por esta razón, siempre es bueno recordar a los hombres y mujeres que han estado antes y que, habiendo alcanzado la santidad, nos animan a que hagamos la parte que nos corresponde en el aquí y el ahora. En este caso, subrayando algunos aspectos y actitudes de uno de los más grandes educadores católicos: San Juan Bautista de La Salle, F.S.C. (16511719).
Ahora bien, ¿qué rasgos hicieron del fundador de los Hermanos de las Escuelas Cristianas un maestro de los que nos hacen falta en nuestro tiempo? Ante todo, su fe puesta en práctica. Venía de una familia rica, acomodada y, por ende, influyente; sin embargo, lejos de quedarse tranquilo o distante, uso todos los recursos que le habían dado en el orden espiritual, humano, material e intelectual para abrir los ojos, dando paso a un modelo educativo que respondió al contexto histórico en el que vivió. Se dio cuenta que para ayudar a los pobres la salida no era la lucha de clases, el llenarse de ideologías, sino gastar la mañana, ¡enseñando! Así de sencillo. ¿Qué enseñaba? La fe y las materias seculares. Todo en un marco de equilibrio, pero dando el ejemplo. Estamos cansados de los que Benedicto XVI identificaba como “falsos profetas”. Por esta razón, La Salle, fue congruente y esa misma congruencia era un aprendizaje para los alumnos. No solamente lo veían en la entrega de premios, sino que se gastaba entre los pupitres. ¡Cuánta falta nos hace estar cerca del aula, del salón! Necesitamos una nueva generación de religiosos y laicos dispuestos a invertir tiempo y esfuerzo en educar sobre el terreno. Lo suyo era enseñar y eso fue lo que hizo a partir de la fe que lo animaba. Otro aspecto era su capacidad de síntesis y el orden con el que preparaba sus clases. Ningún maestro tiene el derecho de improvisar. De ahí que fuera un pedagogo innovador, formando grupos por grado o nivel axiológico en vez de que tuvieran una mera tutoría, quizá demasiado individualista y poco asertiva en la relación con los demás. Le dio gradualidad al aprendizaje; sobre todo, a nivel primaria. Hoy se habla de esto como novedad, pero ya existía y el genio que lo ideó fue un sacerdote francés que tiene mucho que decirnos a través de su ejemplo y de la obra que fundó.
Otro problema es el relativismo "ad intra". Es muy grave cuando alguien se vale de su posición y/o profesión para deslumbrar a los oyentes con mentiras. Relativizar la fe hace daño porque deja un vacío que nada ni nadie puede llenar. La Salle lo sabía y por eso se preocupó no solamente de acompañar a los estudiantes, sino de formar a los que forman. Esto es muy actual, necesario, porque la emergencia educativa exige preocuparse en primer lugar por aquellos que tendrán a su cargo un grupo o materia. Por algo se le considera “padre” de las Escuelas Normales con las que contamos hoy día. Como nadie da lo que no tiene, resulta imprescindible enseñar a los que enseñan. De otra manera, se vicia el proceso educativo y se genera una abstracción que confunde y quien vive confundido no puede distinguir, entre todas las voces, aquella que corresponde a la verdad moral y científica. Decía otra gran educadora, la Sierva de Dios Ana María Gómez Campos (18931985): “el orden lleva a Dios”. Por lo tanto, desordenarse en medio del relativismo, deshumaniza y deja a los estudiantes expuestos al sinsentido.
¿Cómo arrancar? Nuestro biografiado comenzó por lo que tenía a su alcance. Las grandes obras se inician a escala; es decir, en pequeño y, conforme se van dando los recursos humanos y económicos, crece hasta consolidarse. A veces, quisiéramos hacer cosas extraordinarias, pero lo importante es comenzar poco a poco. Quienes somos maestros, con el simple hecho de preparar nuestras clases y de estar al pendiente del desempeño de cada uno de los alumnos, conseguimos dar un aporte concreto a la solución de la crisis educativa que se vive a nivel mundial y que requiere de hombres y mujeres que sean muy maestros.
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