Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Del gran tratado neotestamentario sobre la envidia: la Carta de Santiago

por En cuerpo y alma

 

 
            Curiosamente, el gran tratado contra la envidia en el Nuevo Testamento no se recoge en los Evangelios, que, como tuvimos ocasión de ver en su día (pinche aquí si le interesa el tema), no contienen excesivas referencias al tema, ni en los Hechos de los Apóstoles, ni en las Cartas de Pablo, sino en uno de sus textos menos conocidos, la llamada Carta de Santiago (pinche aquí si desea conocer mejor a su autor), primera de las siete Epístolas Católicas, así llamadas no por pertenecer, como podría pensarse, a la Iglesia Católica y no a otras adscripciones cristianas, sino por no tener un destinatario definido, como lo tienen las de Pablo, e ir dirigidas a todos en general, del griego “καθολικός”, “katholikós”, con significado de “universal, que abarca todo”. Un Santiago que, por cierto, no es aquél cuyo cuerpo reposa en nuestro finisterre, sino, según todo apunta, el otro apóstol de nombre tal, Santiago de Alfeo, tal vez Santiago el Menor.
 
            Lo primero que hace Santiago, qué curioso, es oponer la envidia a la sabiduría:
 
            “¿Quién hay entre vosotros sabio o con experiencia? Que muestre por su buena conducta las obras hechas con la mansedumbre de la sabiduría. Pero si tenéis en vuestro corazón amarga envidia y ambición, no os jactéis ni mintáis contra la verdad”. (Sant. 3, 1314).
 
            Podría enfocarse como que la envidia es un pecado de tontos. Y no sería un mal enfoque. Pero no, no opone la sabiduría a la necedad, opone la sabiduría “mansa que viene de lo alto” a la “sabiduría diabólica”:
 
            “Tal sabiduría no desciende de lo alto, sino que es terrena, natural, demoníaca” (Sant. 3, 1314).
 
            ¿Cuáles son las consecuencias de la envidia? También a ello da respuesta Santiago:
 
            “Donde hay envidia y ambición, allí hay desconcierto y toda clase de maldad” (Sant. 3, 16).
 
            Tan diferente de donde lo que reina es la sabiduría:
 
            “En cambio la sabiduría que viene de lo alto es, en primer lugar, pura, además pacífica, indulgente, dócil, llena de misericordia y buenos frutos, imparcial, sin hipocresía. Fruto de justicia siembran en paz los que procuran la paz”. (Sant. 3, 1718)
 
            Santiago explica de donde vienen todas las guerras. Y curiosamente, en el origen de ellas un inesperado compañero de viaje... ¿o no tan inesperado?:
 
            “¿Codiciáis y no poseéis? Matáis. ¿Envidiáis y no podéis conseguir? Combatís y hacéis la guerra” (Sant. 4, 2).
 
            Me ha gustado encontrar este fragmento en el Nuevo Testamento. Lean la Carta de Santiago. Es un texto breve por comparación al resto de los textos neotestamentarios, apenas dos mil palabras, cuatro páginas de Word, muy bonito en su contenido, que habla también de la futilidad de la riqueza, del respeto debido al pobre, de la primacía de las obras sobre la fe (curioso tema que dará mucho que hablar en la Iglesia), de la intemperancia en el hablar… y de tantas otras cosas. Sin más que este consejo que espero me sepan aceptar, les deseo una vez más que hagan Vds. mucho bien y no reciban menos. Mañana más, desde luego.
 
 
            ©L.A.
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