Lunes, 23 de diciembre de 2024

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De los fariseos que conoció Jesús

por En cuerpo y alma

 
 
            De todos los grupos sociales judíos con los que Jesús departe en los evangelios, saduceos, herodianos, fariseos, esenios (pinche aquí para conocer mejor a este grupo singular de judíos ), incluso celotes, el grupo con el que más agriamente le vemos enfrentarse en ellos no es otro que el de los fariseos, del que se nutre en buena parte el cuerpo de los escribas, esto es, los doctores e intérpretes de la Ley judía o Torá. Y bien, ¿qué sabemos de esos fariseos a los que Jesús dedica sus peores diatribas y la más potente artillería de su discurso?
 
            El de los fariseos es un grupo que se organiza cuando los asmoneos, en pocas palabras, los hermanos judíos Macabeo, se hacen con el control del Templo en el s. II a.C. tras sublevarse contra los seleúcidas sirios de Antíoco IV Epífanes, el cual pretendía helenizar al pueblo judío y la principal de sus instituciones, el Templo.
 
            El propio nombre por el que se les conoce, fariseos, ya dice algo sobre ellos: ora derive del hebreo perushim, “los segregados”, ora derive del no menos hebreo paroshim, “el que distingue con precisión”, cualquiera de las dos acepciones es reveladora de la actitud que adoptan los fariseos ante los nuevos hombres fuertes de la situación, los asmoneos, una actitud que cabe definir como de resistencia.
 
            Como quiera que sea, en su activismo político, los fariseos conocen tanto las hieles, cosa que sucede en tiempos de los asmoneos Juan Hircano (134104 a.C.) y Alejandro Janeo (103-76 a.C.), y el idumeo de Herodes el Grande (37-4 a.C.), quien elimina muchos de ellos, como las mieles, cosa que ocurre, por ejemplo, en tiempos de la asmonea Salomé Alejandra (76-67).
 
            Grupo de una cierta entidad en la época de Jesús, más de cinco mil según nos informa Flavio Josefo, fariseo él mismo según reconoce en su “Autobiografía”, sus componentes son miembros del clero y de la pequeña burguesía judía, si podemos hablar de tal, y poseen en tiempos de Jesús un indudable influjo sobre la masa popular, tanto que refiriéndose al grupo más poderoso entre los judíos, los saduceos, dice de éstos Josefo:
 
            “Se resignan [los saduceos] en contra de su voluntad y a la fuerza a seguir las directrices de lo que enseña la doctrina de los fariseos, y eso porque el pueblo no les consentiría ningún otro proceder” (Ant. 1, 2).
 
            Influjo al que hay que añadir el que ejercieron desde instancias reales de poder, tales como el propio Templo y también el sanedrín, el órgano de gobierno y judicial a cuyos escaños accedieron con cierta asiduidad a través, sobre todo, del tercero de sus tres estamentos, el de los escribas, en el que estaban muy introducidos.
 
            Entre los principios básicos de su pensamiento religioso destaca una suerte de predestinación atenuada, la creencia en la existencia del alma y su supervivencia tras la muerte, y la concesión de un premio y un castigo en el más allá, según nos cuenta pormenorizadamente Flavio Josefo:
 
            “Y aunque entienden que todo el acontecer humano está determinado por el destino, tampoco quitan a la voluntad su propia iniciativa, por haber determinado Dios, por un lado, que en el devenir de los acontecimientos intervenga también la decisión del destino, y por otro, que la voluntad de los hombres proceda con virtud o maldad. Y creen ellos que las almas poseen el don de la inmortalidad, y que cuando ellas bajan al otro mundo sufren condenas o reciben premios, según en la vida se hubieran conducido perversa o virtuosamente, de suerte que las primeras reciben como pago la prisión eterna, y las segundas la facultad de volver a la vida” (Ant. 18, 1, 2).
 
            En cuanto a aspectos más terrenales de la existencia, los fariseos no reniegan de la esperanza en un mesías que liberará al pueblo judío, creencia prácticamente general en la sociedad hebrea contemporánea de Jesús. Pero lo que más caracteriza el pensamiento religioso fariseo es la desmedida preocupación por cumplir con los aspectos más formales y visibles de la Torá: estricta observancia de los ritos de purificación, escrupuloso cumplimiento del sabath, respeto total de las normas alimentarias, etc.., de lo que nos da buena cuenta también Josefo:
 
            “Había por aquel entonces [se refiere a la época de Herodes el Grande] una secta judía que alardeaba extraordinariamente de cumplir escrupulosamente las tradiciones patrias y de interpretar las leyes en la manera que es grato a Dios [...] Se llamaban fariseos” (Ant. 17, 2, 4)
 
            Y más adelante:
 
            “Los fariseos llevan una vida frugal, sin la menor concesión a la molicie y siguen fielmente aquellos principios que la razón les sugiere y determina como buenos” (Ant. 18, 1, 2).
 
            Y sin más por hoy, queridos amigos, salvo informarles de que continuaremos refiriéndonos a los fariseos en próximos días, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Seguimos mañana.
 
 
            ©L.A.
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