Lunes, 30 de diciembre de 2024

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Nuevas imágenes del cardenal Isidro Gomá para Internet

El cardenal Isidro Gomá

por Victor in vínculis

El cardenal y arzobispo de Toledo don Isidro Gomá y Tomás nació en La Riba (Tarragona) el 19 de agosto de 1869. Formaba parte de una familia numerosa, ocupando el cuarto lugar de nueve hermanos. Su padre era industrial papelero. Inició sus estudios orientados a la vida sacerdotal en los seminarios de Montblanc en Conca de Barberá (Tarragona) y de Tarragona. Enviado a realizar estudios superiores obtiene el Doctorado en Filosofía y en Derecho Canónico en la Universidad de Tarragona y en Teología en la Universidad de Valencia. El 8 de junio de 1895 recibió la Ordenación sacerdotal y fue destinado a ejercer su ministerio como coadjutor en la parroquia del Carmen en Valls y más tarde como párroco en la parroquia de san Pedro de Montbrió del Campo. Sin embargo, su labor parroquial se vería detenida al ser designado profesor del Seminario Pontificio de Tarragona (1897) y, muy pronto, rector del mismo (1899-1908). Habiendo dejado la dirección del seminario, es nombrado canónigo en 1907 y, en 1922, arcediano de la catedral de Tarragona, consagrándose desde entonces preferentemente al cultivo de la oratoria sagrada, en la que destacó como uno de los conferenciantes más elocuentes de su época, incluso fuera de España. La mayor parte de las conferencias dictadas en congresos y conmemoraciones católicas se recopilaron e inspiraron la redacción de numerosas obras, en las que se patentiza una amplia, profunda y bien vertebrada, cultura religiosa y profana.

El 20 de junio de 1927, el papa Pío XI lo nombra Obispo de Tarazona de Aragón (Zaragoza) y administrador apostólico de Tudela. Recibió la Ordenación Episcopal en la catedral de Tarragona de manos del cardenal Francisco de Asís Vidal y Barraquer, el 10 de octubre del mismo año. En esta sede aragonesa, cuatro años más tarde, en 1931, le sorprende la llegada de la Segunda República teniendo que hacer frente a sus exigencias y consecuencias. Las indicaciones que llegaban desde Roma eran que se respetara el poder constituido. Inmediatamente, al proclamarse la Segunda República (14 abril 1931), dirige a los fieles la pastoral “Los deberes de la hora presente” (24 de abril de 1931). Un escrito sereno y en línea con lo remitido a los obispos desde la Nunciatura: “Es deseo de la Santa Sede que VE. recomiende a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles de su diócesis, que respeten los poderes constituidos y obedezcan a ellos, para el mantenimiento del orden y para el bien común”. Pero antes, con una claridad meridiana de lo que se presagiaba sobre España, escribió una carta pastoral en la Cuaresma de 1930, señalando su sentir ante lo que se presagiaba: “Sentimos en estos momentos, amados hijos nuestros, una pena que nos prensa el corazón. Es pena de nuestros pecados y de los de todos, de comisión y de omisión, en el orden cristiano social. Hemos trabajado poco, tarde y mal, mientras pudimos hacerlo mucho y bien, en horas de sosiego y bajo un cielo apacible y protector”.

En 1931, tras la quema de iglesias y conventos, más de cien, entre los días 11 y 12 del mes de mayo, en Madrid, Valencia, Alicante, Murcia, Sevilla, Málaga y Cádiz, publicará la pastoral Protesta y ruego. En ella afirmará: “Personas sagradas fueron vejadas y desposeídas; imágenes, reliquias, vasos, ornamentos, casas de oración y de penitencia, es decir, todo el sistema externo y oficial del culto católico, en medio de ciudades populosas, ha sido devastado por el fuego, encendido y atizado en un momento de vesania por la ráfaga de una pasión que no tiene de humano más que lo que el hombre pueda tener de satánico: el odio a las cosas de Dios”. En el Boletín de la Diócesis de Tarazona de Aragón, de agosto de 1931, quedan también recogidos unos comentarios del Obispo diocesano, doctor Isidro Gomá, ante el proyecto de nueva Constitución: “Nos debemos reconocer con amargura nuestra equivocación, al creer que un nombre que puede ser de hecho, y lo es en tesis, tan justo, inocente y progresivo como otro cualquiera de sus equivalentes en el régimen de los pueblos -el nombre de República-, se había purgado de las lacras y procedimientos que lo hicieron de infausto recuerdo en nuestra Patria”. Con honda preocupación vivirá don Isidro Gomá la expulsión de España del cardenal primado y arzobispo de Toledo, don Pedro Segura y Sáenz, decretada por el Gobierno provisional de la República el 15 de junio de 1931. Lejos estaba el obispo Gomá de pensar que él sería su sustituto al frente de la archidiócesis de Toledo.

El 27 de junio de 1933 don Isidro Gomá dejaba la diócesis de Tarazona para tomar posesión a los pocos días de la archidiócesis de Toledo, aunque seguiría como administrador apostólico de Tudela hasta el 9 de agosto de 1935. Aunque no fueron muchos los años en Tarazona, los vivió con intensidad y entrega y así quedaban impresos en su corazón de pastor. En su pastoral Nuestro adiós, escribía: “Formulamos nuestros votos en esta espléndida galería del que hasta ahora ha sido nuestro Palacio Episcopal, verdadera atalaya de la ciudad y de la diócesis, puesto de nuestra residencia habitual en las horas de trabajo. Porque aquí pensábamos en qué forma podríamos haceros el bien; aquí escribimos nuestros libros y pastorales; aquí despachábamos con nuestros auxiliares y gobernábamos nuestra diócesis. Obispo equivale a centinela, y aquí, en este mirador sin par que domina el amplísimo horizonte que cierran por Norte y Sur las cresterías del Pirineo y del Moncayo, dimos, por espacio de largos años, la guardia a nuestra diócesis”.

El 12 de abril de 1933, rompiendo la tradición de que para la sede toledana se elegía a un obispo procedente de un arzobispado, el Papa lo nombra arzobispo de Toledo y primado de España. La resistencia a esta designación que le transmitía en nombre del Papa el Nuncio Tedeschini fue grande, pero prevaleció en él la obediencia y la humildad. En su compañía tomo posesión de la diócesis de Toledo el 2 de julio de 1933. En su alocución a los fieles reunidos en la Catedral les dirá: “Ni siquiera, hijos míos, al llegar a la gloriosa Sede toledana, vengo cargado con la gloria de fecundos y gloriosos pontificados o con las gestas que aureolan los nombres gloriosos de los arzobispos que descansan bajo las bóvedas de este glorioso templo. Vengo de mi dulce rincón del Moncayo, de mi dilectísima Tarazona, para regir esta Iglesia, primada de España […]”. Ciertamente, en la situación presente no parecía cómoda la Sede Primada de Toledo, fuera quien fuera quien el que la ocupara pues tendría la oposición del Gobierno de la República, que había expulsado de España al anterior arzobispo. El día de su entrada en Toledo, Gobierno Civil prohibió, saltándose una costumbre muy arraigada en el pueblo toledano, que se colgasen en los balcones reposteros, colchas, mantones y adornos, y que se reuniesen en grupos por las calles por donde había de pasar el arzobispo. A pesar de la prohibición, la catedral se llenó de fieles que dieron una calurosa bienvenida a su nuevo Pastor. El coronel Moscardó, por entonces Director de la Escuela de Gimnasia, a título personal, y acompañado por una comisión de jefes y oficiales, acudió a saludar al nuevo arzobispo.

12 de octubre de 1933. Bendición de la bandera de la Juventud de Acción Católica de Toledo. Fotografía ante la Virgen del Sagrario de Toledo

Promovido a cardenal en el Consistorio de 16 de diciembre de 1935, se le impondrá la birreta el día 17 y recibiría el cardenalato el día 19. Para confirmar su lugar en la Iglesia española como cardenal y arzobispo de Toledo y primado de España, el 25 de abril de 1936, la Santa Sede envió una carta al Nuncio en España, Mons. Tedeschini, confirmando sus atribuciones y haciéndolas públicas para todos: “No hay duda de que ahora concierne al Emmo. Sr. Cardenal arzobispo de Toledo, convocar y dirigir las Conferencias Episcopales (…). En cuanto a la Acción Católica (…), siendo él también Primado (…), deberá asimismo convocar y presidir la citada Comisión de los Emmos. Cardenales y de los Excmos Arzobispos”.

En diciembre de 1936 el cardenal Gomá viajó de nuevo a Roma después de haber enviado al cardenal Pacelli una carta de fecha 11 de ese mes en la que le decía que después de las últimas informaciones, “desde que estalló el gravísimo conflicto en que se ventila el porvenir de nuestra nación”, le había remitido ahora desde España otro documento mas completo y actualizado, que esperaba estuviese ya en sus manos, con estos epígrafes: «I. Situación actual de España. II. Nacionalismos. III Problemas derivados de la guerra. IV. Inmunidades y privilegios eclesiásticos. V. Actuación ante el Gobierno. VI. Servicios Eclesiásticos Castrenses. VII. Acción Ministerial y Acción Católica». La primera visita que realizó, nada más llegar a Roma, fue al Secretario de Estado, cardenal Pacelli. Desde el primer momento le insiste en la conveniencia de reconocer al nuevo Gobierno de Burgos por parte del Vaticano. Al mismo tiempo recibe la grata noticia de que el Papa Pío XI quería tener un entrevista personal con él. La audiencia tiene lugar el día 11 y el propio cardenal Gomá la describe así: “Tiene la dignación de recibirme en cama, caso único en la historia de las audiencias papales. Gran afecto. Piensa mucho en España. La encomienda a Dios. Le ofrece todos sus sufrimientos para su salvación. Al ponderarle su bondad de recibirme, me dice: “Le hubiese recibido anoche in artículo mortis.” Me acompaña el secretario de Estado. Lee al Papa una propuesta del embajador francés, en que pide al Papa apoye una propuesta de intervención a favor de España por parte de aquella nación e Inglaterra. El Papa dicta: Que sí, con todo fervor porque es oficio conforme a su ministerio; pero (recalcando mucho mientras escribe Pacelli) que la propuesta sea no fingida, sino real, quitando todo apoyo material y moral, particular y público, que nunca se pueda decir que yo al intervenir, he coadyuvado a una situación que ha sido desfavorable a España en el hecho. Concreta mucho y habla con vehemencia, gesticulando en cama con los brazos. Me despido de rodillas después de haber estado con él una media hora. Durante la conversación me ha dicho que agradece las informaciones recibidas così chiare e così precise”.

12 de octubre de 1933. El arzobispo Gomá con el beato Narciso Estenaga, Obispo mártir de Ciudad Real (a su derecha) y el Obispo auxiliar, monseñor Feliciano Rocha (a su izquierda), a la salida de la sesión inaugural de la IV Asamblea de la Juventud Católica que tuvo lugar en el Salón de Concilios del Palacio Arzobispal.

De nuevo, antes de regresar a España, el cardenal Gomá es recibido en audiencia por Pío IX. Así lo hace constar en su Diario: “Dice que se alegra mucho de verme y que ve en mí a la España atribulada. Que piensa mucho en ella y la encomienda a Dios. Que le diga a Franco que le bendice especialmente, lo mismo que a cuantos contribuyen a la obra de la salvación del honor de Dios, de la Iglesia y de España”. Pocos días después, y por la decisión tomada por el Vaticano, escribe de nuevo en su Diario: “Me notifica [Pacelli] el nombramiento de Encargado confidencial ante el gobierno de Franco, con dos cartas, una credencial para que la lea el General, y otra secreta, dándome instrucciones para la defensa de la Iglesia”.Terminadas sus gestiones en Roma, donde además el Almirante, marqués de Magaz, quedó como representante oficioso del gobierno de Franco ante la Santa Sede, retorna más que satisfecho a España el 21 de diciembre a su residencia de Pamplona, y el día 29 de ese mes, después de haber solicitado la entrevista, se ve en Salamanca con Francisco Franco dándole cuenta de todas las decisiones vaticanas.

Curiosamente, cuando don Isidro Gomá regresa a Toledo se encuentra con que don Niceto Alcalá-Zamora, presidente de la República, informado desde Roma, había sido el primero en llamarle para felicitarle. El asesinato de Calvo Sotelo sorprende a Gomá en Soria, en la casa de las Hijas de la Caridad, donde acostumbraba a detenerse en sus desplazamientos a Tarazona de Aragón. En esta ocasión, un motivo muy grato le llevaba a la ciudad del río Queiles: su colaborador y amigo personal, Gregorio Modrego, canónigo lectoral de Tarazona, había sido nombrado obispo auxiliar de Toledo. La fecha prevista para su consagración, en la catedral turiasonense, era el día 25 de julio, festividad de Santiago apóstol. Aunque el deseo de Gomá fue no suspender lo previsto, continuado viaje hacia Tarazona, la consagración del doctor Modrego se pospuso para el mes de octubre. Ante la imposibilidad de regresar a Toledo (el palacio arzobispal había sido asaltado y convertido en cuartel general del ejército rojo), don Isidro Gomá marchará a Pamplona, donde encontrará un relativo y apacible refugio. Don Marcelino Olaechea, obispo de Pamplona, escribirá a la muerte del cardenal Gomá un artículo titulado El Gran Cardenal de España en Navarra; en él leemos estas frases: “Sentó su cátedra en una humilde alcoba del Asilo de las Josefinas. En ella vivió como un novicio: separada la cama del recibidor por un pobrísimo biombo, y calentado en los rígidos días de invierno por una sencilla estufa, cuyo tufillo mareador hemos sufrido los eventuales contertulios, a pesar del delicadísimo cuidado que ponían las buenas monjitas. El cardenal no lo sentía. Se encontraba tan bien en el rincón del barrio de la Magdalena, como en el suntuoso palacio del Primado de España; y fueron estériles cuantas instancias le hice para que nos honrara viviendo en nuestra casa (…)”. En varias ocasiones, don Isidro Gomá viajó a Toledo pero, por motivos de seguridad y consciente de que su estancia en la ciudad castellana provocaba la ira del ejército republicano que aumenta los bombardeos a la misma, regresaba pronto a Pamplona, desde donde viajará varias veces al Vaticano. El Papa le nombrará en audiencia del día 19 de diciembre de 1936, su “representante confidencial y oficioso” ante el Gobierno nacional. Será de esta audiencia de donde salga una declaración formal del Vaticano de adhesión al general Franco, pero no al Gobierno nacional. Con estas palabras expresaba su satisfacción momentánea en una carta a su obispo auxiliar, doctor Modrego, fechada el 13 de enero de 1937: “Un buen paso para alivio de impacientes y para aproximaciones necesarias”. Nueve meses durará la interinidad del cardenal Gomá ante el Gobierno nacional. Una etapa intensa en la que más de un centenar de informes fueron enviados al Vaticano, sirviendo de preparación para el reconocimiento oficial por parte de la Santa Sede del nuevo régimen español, y el nombramiento de un representante oficial y no oficioso, como lo había sido Gomá. Fuerte será la intervención del cardenal en el nombramiento y plena aceptación por parte del gobierno de Burgos de la persona de Mons. Hildebrando Antoniutti como encargado de Negocios de la Santa Sede ante España, paso previo y necesario para el nombramiento de un Nuncio, que se materializaría designando para tal puesto al cardenal Cayetano Chicogniani, hasta entonces nuncio en Viena. Si en este nombramiento no intervino Gomá, pues prefería a Antoniutti y tenía ya la conformidad del Gobierno, sí había sido fuerte su intervención en la normalización de relaciones entre España y el Vaticano, actuando como un segundo embajador del Vaticano en España, y de España en el Vaticano.

Desde Belascoáin (Navarra), en cuyo balneario trataba de curarse una dolencia renal, y adonde había marchado desde Tarazona de Aragón tras la fallida consagración del doctor Modrego, a petición de los obispos de Pamplona y de Vitoria, don Marcelino Olaechea y don Mateo Múgica, redactará una pastoral que firmaron ambos prelados, denunciando la alianza del nacionalismo vasco-navarro con el partido comunista; carta pastoral que sería radiada en la zona y publicada en parte de la prensa local. No tendrá esta misiva la repercusión esperada, pues su difusión fue muy limitada, no pudiendo leerse en las parroquias, como era el deseo del cardenal primado. No será esta la única intervención directa de Gomá en la problemática vasca. En junio de 1937, ante la inminente conquista de Bilbao por parte de las fuerzas nacionales, la Santa Sede le encargará que gestione unas especiales condiciones de rendición dentro de la mayor benignidad posible (teniendo presente que el clero vasco en su gran mayoría se había declarado contrario a Franco). El Gobierno vasco no aceptó la rendición, y Bilbao sería tomado militarmente. Las gestiones del cardenal Gomá ante el cuartel general de Franco tendrán una trascendental importancia, pues obtuvo las máximas garantías de respeto a la Iglesia. Será en la inmediata posguerra cuando Gomá se encontrará con serios problemas por su defensa del bilingüismo. De origen catalán, conocía la importancia de la predicación en la lengua vernácula, y, por ello, la defenderá en su pastoral Lecciones de la Guerra y deberes de la Paz, que será íntegramente censurada.

El 1 de julio de 1937 se publicaba un documento importante: La Carta Colectiva de los Obispos españoles a los obispos de todo el mundo con motivo de la guerra en España, defendiendo al Movimiento Nacional. Fue impulsada, estructurada y redactada por el cardenal Isidro Gomá, y fue firmada por 43 obispos y 5 vicarios capitulares (Sigüenza, Cádiz, Ceuta, León y Valladolid). Al estallar la guerra había en España 59 Obispos, 58 de ellos residentes en territorio español, y el cardenal Segura residía circunstancialmente en Roma. Cuando se publicó la Carta colectiva, habían sido asesinados 11 Obispos. Disponibles para firmarla había 48. No la firmaron el cardenal Francisco de Asís Vidal i Barraquer, de Tarragona y Mateo Múgica, de Vitoria, que estaban exiliados; Erastoza, de Orihuela, retirado y enfermo en San Sebastián; Torres y Ribas, de Menorca, que estaba en zona republicana; y el cardenal Segura que se encontraba en Roma con los ánimos muy contrariados porque el Vaticano no le había restituido a su Sede Episcopal de Toledo y no tenía cargo alguno en España. Si la intervención del cardenal Gomá ante el Papa y el Vaticano había sido decisivas para el reconocimiento por parte de la Santa Sede del gobierno de la dictadura militar presidido por el general Franco, la Carta colectiva de los Obispos, escrita conociendo los asesinatos de obispos y sacerdotes en la zona republicana, tuvo una grandísima repercusión en España y en el extranjero. La Carta alcanzó los objetivos que se había propuesto: su voz se oyó en el mundo entero. Don Isidro Gomá se siente padre y pastor de todos, vencedores y vencidos, amigos y enemigos. Todos deben fundirse en un solo bloque, unidos en esfuerzo constante para bien de una patria común. En la Carta se justificaba teológicamente la guerra civil y se daba la aprobación a la designación de “cruzada” a esta guerra. Esto no impidió que todos los intentos totalitarios emprendidos durante la contienda encontraran en el cardenal Gomá un rechazo frontal. La defensa de los que consideraba derechos de la Iglesia, la libertad de prensa, de asociación, de enseñanza y de la dignidad humana, tuvieron en él un indomable paladín. La Carta colectiva fue concebida no como una tesis sino, simplemente, como una exposición de los acontecimientos que se desarrollaban en España y de los que la Iglesia no era culpable, pero que tampoco podía permanecer indiferente en la lucha porque se lo impedían su doctrina y su espíritu.

El Cardenal Gomá preside una Procesión de la Virgen del Sagrario en una destruida Plaza de Zocodover (Toledo) tras el final del Asedio al Alcázar. La siguiente foto, es del mismo día, durante dicha procesión.

Durante el período de la Guerra Civil, don Isidro Gomá convocará con frecuencia la reunión de la Conferencia de obispos Metropolitanos. En la reunión extraordinaria celebrada en Venta de Baños (Palencia), los días 10 y 13 de noviembre de 1937, se acordó elaborar un nomenclátor de sacerdotes y religiosos mártires.

Pasados los años y tantas penalidades, la antigua dolencia renal se declaró con toda crudeza en enero de 1940. El cáncer de riñón vencía al coloso. En el mes de marzo recibirá el Viático, con una solemnidad inusual. El enfermo aún resistirá hasta el mes de agosto. Pero antes, desde el lecho de muerte, dictará dos pastorales: Sufriendo y enseñando (22 de marzo de 1940) y Gloria y dolor del Habeas Christi (21 de mayo de 1940), y su Testamento espiritual (2 de abril de 1940). En el mes de julio, ingresado en la clínica de Santa Cristina en Madrid para el tratamiento de radioterapia, recibirá la visita personal de Francisco Franco. En julio, buscando una climatología más propicia, será trasladado a Pamplona. Pasados un tiempo en el que la enfermedad no remitía, el cardenal Gomá expresó su deseo de morir en Toledo, y allí fue trasladado en la noche del 20 de agosto. En los últimos minutos del día, con plena lucidez mental y rodeado de familiares y amigos, moría este gran hombre. Sería enterrado, según sus disposiciones, en la Capilla de la Virgen del Sagrario de la Catedral Primada.

Nada más comenzar su actividad ministerial y a lo largo de su vida de obispo y cardenal, sus viajes y salidas al extranjero fueron constantes participando en diversos eventos eclesiásticos. Asiste al Congreso de Apologética, en Vich, 1910 (centenario de Balmes); al Congreso Litúrgico de Montserrat, 1915; al Congreso Eucarístico Internacional de Ámsterdam, 1924; a la Asamblea Mariana de Covadonga,1926; al Congreso Eucarístico Internacional de Toledo, 1926; al Congreso Mariano de Sevilla, 1929; al Primer Congreso de Acción Católica de Madrid, 1929; al Congreso Eucarístico Internacional de Cartago, 1930; al Congreso Eucarístico Internacional de Buenos Aires, 1934; y al Congreso Eucarístico Internacional de Budapest, 1938.

Fue nombrado Gran canciller de la Orden de Isabel la Católica, Orden en la que había ingresado al ser nombrado cardenal; en el año 1940, fue elegido miembro de la RAE, sillón, ocupado anteriormente por grandes personalidades como Pedro Téllez Girón, duque de Osuna, Jaime Balmes, Antonio de los Ríos y Rosas, Gaspar Núñez de Arce; e inmediatamente, antes del cardenal, Miguel de Unamuno; y también fue elegido miembro de la Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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