Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Nos toca reparar la Iglesia

Nos toca reparar la Iglesia

por Duc in altum!

  Hace poco vi una fotografía de Colonia (Alemania) al final de la II Guerra Mundial. Salvo su emblemática catedral, todo yacía en ruinas. Los bombardeos y el espiral de violencia en tierra, no dejaron piedra sobre piedra. A pesar de las circunstancias, los habitantes supieron ponerse de pie y dar paso a la reconstrucción. La Iglesia a lo largo de su historia ha pasado por momentos muy difíciles, debido a una serie de crisis institucionales por los pecados (graves) de algunos de sus miembros; sin embargo, pese a la justa desilusión que provocan, el Espíritu Santo ha conseguido suscitar un buen número de reconstructores, hombres y mujeres marcados por la congruencia que es propia de los santos. Nosotros debemos esforzarnos diariamente y, desde ahí, alcanzar la santidad. ¿Qué hacer ante las crisis que parecen hacer naufragar la barca de Pedro? Reconstruir. Así como los europeos debieron hacer frente a las ruinas provocadas por la II Guerra Mundial, nos toca alcanzar el cambio empezando por uno mismo, como bien lo recomendaba la beata Teresa de Calcuta. Saber emprender proyectos significativos -como una parroquia, escuela, hospital y universidad- desde una fe sincera y, por ende, verdadera, centrada en el Dios de la Biblia explicada por el magisterio eclesial y no en el que cada quien se invente para su propia conveniencia.

  Las grandes crisis eclesiales y sociales, han dado paso a una generación de santos reformadores. Por ejemplo, Francisco de Asís o Teresa de Ávila. No es que haya que buscar turbulencias innecesarias, sino que las dificultades hacen que las conciencias despierten y la causa de la justicia siga su curso. Si bien es cierto que Dios tiene paciencia con nosotros, cuando ve que llega la hora fatal y que sus planes -siempre marcados y definidos por el amor- peligran, de inmediato deja caer gracias especiales sobre aquellas personas dispuestas a tomarlas y asumir el reto de trabajar a partir del Evangelio, empeñando la propia vida en alcanzar la meta de la salvación y así superar el déficit de fe. Entonces, ¿deben alejarnos de la Iglesia las crisis del tipo que sean? No. Lo que sí tienen que provocar en nosotros es el deseo de alcanzar la santidad para resarcir el daño. Todos somos pecadores, pero hay de pecados a pecados. Algunos de ellos son -con justa razón- delitos de lesa humanidad. Aunque objetivamente no tengamos nada que ver con estos últimos, es un hecho que nos toca interesarnos por seguir aquella instrucción que le dio el Señor a San Francisco de Asís: “repara mi Iglesia, pues ya ves que está en ruinas”. ¿Cómo la reparó? Ante todo, con su ser y estar. Después, llevándolo a cabo de un modo físico al restaurar la de San Damián. Hoy muchos piensan que la reparación vendrá quejándose sistemáticamente en las redes sociales o tras las pancartas; sin embargo, aunque hay que saber anunciar y denunciar el Evangelio, rechazando tajantemente cualquier forma de complicidad con las estructuras de pecado, el cambio, la mejora, vendrá de nuestras acciones en el mundo real y no en el virtual que llega a ser un tanto efímero. Si, por ejemplo, no te parece cómo andan los jóvenes en lo que a la educación y a la formación se refiere, en vez de estar todo el tiempo pegado en el ordenador posteando -ya que todo debe darse en su justa medida-, mejor estudia y ponte a dar clases al estilo de Sto. Tomás de Aquino, quien contemplaba para dar a los demás lo contemplado. Es decir, basta ya de analizar eternamente la realidad. Sabiendo cuál es el estado actual de las cosas, hay que actuar en consecuencia y eso, nacido de la oración y de los sacramentos, dará frutos en la reconstrucción de la Iglesia, cuya cabeza es Cristo.

  Desde luego, toda reforma viene de la santidad y, por lo tanto, de la verdad inmutable. Cambian las formas, pero nunca el fondo, la esencia, aquella “chispa” que nos remonta a Pentecostés. De ahí que el relativismo sea -en palabras del Papa emérito Benedicto XVI- una dictadura capaz de quitar a Dios del centro y cuando perdemos la visión cristiana acerca de la vida, en lugar de reformar, terminamos deformando. Eso implica que dejemos que la fe católica conserve los elementos que le dan cimientos y alcance. El aspecto dogmático, lejos de ser una imposición, es un sano candado que nos asegura la transmisión integra de la fe que Jesús nos enseñó. Tomando en cuenta que cada generación tiene el derecho inalienable de recibirla como Cristo la predicó, vale la pena perseverar en la verdad, aquella que nos incluye y, al mismo tiempo, nos rebasa.

  Es lamentable ver el número de obras apostólicas que se vienen abajo, no porque hayan perdido relevancia en el contexto del signo de los tiempos, sino por la irresponsabilidad pastoral y administrativa de sus miembros; sin embargo, en vez de quedarnos traumatizados, despertemos y reconstruyamos desde las novedades que el cambio de época nos traiga pero sin perder el sentido, la dirección que nos ha dejado el bautismo como sello indeleble. Nos toca reconstruir. Es la hora de la fe y de la audacia. Lejos de seguir descalificando por soberbia, lo mejor es intervenir, participar, actuar y, sobre todo, ser fieles a Jesús. Reconstruir es el verbo que resume toda nuestra misión en el aquí y el ahora. Vale la pena.
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