Lunes, 25 de noviembre de 2024

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Beato Saturnino Ortega

por Victor in vínculis

Apuntes hagiográficos

Saturnino nació el 29 de noviembre de 1866 en Brihuega, provincia de Guadalajara y arzobispado de Toledo. Hijo legítimo de Santiago Ortega Lozano y de María Montealegre Atienza, ambos naturales de la dicha villa. Fue bautizado el 30 de noviembre de 1866 en la iglesia parroquial de Santa María de la Peña.

Quedó huérfano de madre en su más tierna infancia; su padre se casó en segundas nupcias con una mujer sencilla y buena cristiana. Sus primeros años de estudios los cursó en casa, preparando el bachillerato. Al expresar su deseo de ser sacerdote, sus padres lo llevaron a Sigüenza (Guadalajara) al colegio de los Padres Paúles.



Posteriormente, Saturnino se trasladó a Toledo, y como alumno externo en el Seminario de esta ciudad, aprueba el tercer año de teología y recibe la tonsura y órdenes menores el 13 y 14 de mayo de 1891 y el subdiaconado el día 23 de mayo de 1891 de las manos de monseñor Valeriano Menéndez Conde, obispo auxiliar del cardenal Miguel Payá y Rico. En el cuarto curso de teología es ordenado diácono por el mismo Sr. Obispo auxiliar el día 19 de diciembre de 1891. Finalmente recibió la ordenación sacerdotal, el 12 de marzo de 1892, de manos del beato Ciriaco Mª Sancha Hervás, arzobispo de Madrid-Alcalá.

Celebra su primera misa en su pueblo natal. Inmediatamente recibe el nombramiento de ecónomo de dos pueblecitos de Guadalajara, Romancos y Archilla y, poco después, de San Felipe de Brihuega en el mismo año 1882. Al año siguiente sería párroco de Fuencemillán hasta que, el 20 de enero de 1903, deja la Alcarria y viene a la provincia de Toledo como párroco de Santa Cruz de Retamar.



El 16 de julio de 1912 recibe el nombramiento de párroco de Santa María la Mayor de Talavera de la Reina, y de arcipreste de la misma ciudad el 20 del mismo mes y año.

En Talavera desarrolla una amplia y celosa tarea pastoral. Oración y exquisito amor a la Eucaristía; doctrina luminosa y evangélica, en sermones, pláticas, dirección espiritual; caridad para con los pobres y necesitados; preocupación continua por las vocaciones que le lleva incluso a fundar dos becas para el seminario, de sus propios ingresos. También desarrolló su labor pastoral en las dos Fundaciones de las que, como arcipreste y como párroco de Santa María de Talavera, fue patrono. En ambas tuvo que sufrir acusaciones, incomprensiones y calumnias. Se le echaba la culpa de la salida de los padres salesianos, en la Fundación Santander, y de mala administración en la Fundación Aguirre; con probada virtud y humildad supo soportar todo ello, de lo cual fue probada posteriormente su inocencia.
Los enemigos le perseguían con frecuencia. La idea de que podría morir mártir se le acentuaba por días. Todo ello no hace sino probar la afirmación del testigo Mariano González García, que afirma “por aquellos tiempos previos a la guerra civil, eran notorias las hostilidades en contra de D. Saturnino. Nada más comenzar la guerra fuimos detenidos los dos”.


 
Más de 600 folios de poesía

Desde que era seminarista hasta el último año de su vida, cultivó su afición a la poesía. Se diría que no sabía escribir sino en verso. En la Positio podemos leer: “No pretendemos dar un juicio literario sobre la obra de don Saturnino. Aunque sus composiciones son a veces una simple versificación de historietas, no le falta ciertamente estilo poético y algunas de sus composiciones son dignas de una antología. Lo que sí aparecen en casi todas sus composiciones, incluso en las que trata de argumentos banales, es una profunda vivencia religiosa. Le preocupa sobre todo el sentido de la existencia. Tiene una visión teocéntrica de la vida humana, más bien pesimista. Es una flor que se marchita, que sólo tiene significado en Dios. Otro aspecto que aparece en sus composiciones es la preocupación por la religión. De mentalidad tradicional, lucha contra el liberalismo y el laicismo, que ridiculiza en sus poesías. Admirador de la naturaleza, se enaltece cuando habla del campo, de las flores, de los ríos, de la belleza de Brihuega, su pueblo natal, al que dedica un libro de poesía. Un tema frecuente en sus  poesías es la Inmaculada, a la que venera desde lo profundo de su alma. Ya recogimos como muestra esta poesía A María Santísima en su Concepción Inmaculada. Escrita en Toledo, en el mes de diciembre de 1891, era su última solemnidad de la Inmaculada antes de recibir la ordenación sacerdotal. Podéis leerla aquí:

http://www.religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=32660&mes=12&ano=2013

Tal era su devoción por su “viejo y pobrecito rincón de La Alcarria” que no pudo por menos que escribir con humildad y acertado verso todas las historias que encierran las callejuelas y valles de Brihuega. Lo hizo en su libro Leyendas de mi Alcarria, publicado en el año 1934. En este librillo hay escritas 25 leyendas, en las cuales no sólo escribió acerca de Brihuega, sino también de algunos pueblos de alrededor. Su primera poesía está dedicada a la patrona del lugar la Virgen de la Peña, a modo de ofrenda.

Antes había publicado entre otros: Brumas de la tarde (Fuencemillán, 1902); Colección de poesías (1885), o Desahogo poético (sin fecha).


 
¡Morir por Jesús, qué dulce morir!

El martirio, en la persona de don Saturnino, no fue un acto aislado al final de su vida, sino que, como lo atestiguan aquellos que le conocieron íntimamente y queda reflejado en sus escritos, es más bien un fruto maduro de una existencia de fe vivida con la clara conciencia de sus propias responsabilidades, frente a la vocación sacerdotal recibida del Señor. Decisión de ofrecer la propia vida como acto de amor desinteresado a Cristo y de su servicio a la Iglesia y a todos sus hermanos.

Los testigos hablan de él como un sacerdote noble, caritativo, devoto y amante de la Eucaristía; abnegado y austero; de fe en Dios ardiente; que supo sufrir con paciencia todas las calumnias que por aquel tiempo recaían en su persona.

El beato Saturnino en los días anteriores a su prisión y martirio, ya había manifestado su generosa intención de dar su vida por Cristo. En la enseñanza de la catequesis a los niños, con frecuencia había manifestado su deseo de martirio diciendo:

Ojalá tuviera la dicha de morir mártir”.

Así manifestó también en la última plática que dio a las carmelitas, diciendo:

“Hijas mías, tened mucho ánimo y confianza en el Señor, a vosotros no os pasará nada, pero a mí me matarán (…). ¡Morir por Jesús, qué dulce morir!”.

Hay 20 cartitas del Beato Saturnino escritas, con lapicero de carbón en pedazos de cuartillas, a su hermana Ana, con la que vivía, desde el día en que fue detenido (21 de julio de 1936), hasta el día que lo asesinaron la madrugada del 5 de agosto. En ellas manifiesta sus sentimientos de ofrecimiento y entrega:

Me figuro todo, pero Dios nos da fortaleza para sufrirlo, ¿qué más podemos pedir? Lo de este mundo pasa todo. La eternidad es lo que importa que la tengamos feliz y entonces nos alegraremos mucho de lo que aquí hayamos pasado”.

¿Qué es la vida? solo el dolor bien llevado es de tanto valor que el cielo es su recompensa. Muchas veces hemos meditado estas verdades. Ahora nos toca vivirlas y sufrirlas aquí para subir al cielo. Que nunca nos falte la gracia de Dios para ello”.

Confiemos en Dios y pensemos que lo de este mundo todo pasa y que para llegar al cielo hay que pasar por el Calvario como Jesucristo. Él ha querido hacernos la merced, bendito sea”.

Sobre el arresto y martirio del beato escribió, en 1938, una relación el encargado de la parroquia de Santa María la Mayor de Talavera, en la que se lee que fue apresado el día 19 de julio y encerrado en la cárcel, permitiéndosele llevar solo el manteo y el breviario.

“Desde la cárcel pidió el Kempis. Cuando llegó a la cárcel, colocó un crucifijo en la pared y dijo a los que le acompañaban: (uno de ellos era Gregorio Molano, que fue posteriormente ecónomo de Cazalegas) “esta es nuestra capilla, no os hagáis ilusiones”, exhortándoles a que se prepararan para morir bien.

Rezaba con ellos el rosario y tenían las oraciones de la mañana, y les predicaba o leía el Kempis. Cuando salió de la cárcel entregó a uno de ellos un crucifijo que apreciaba mucho. Se dice, aunque no es rigurosamente cierto, que desde la cárcel le llevaron a la Fundación Santander, donde los milicianos tenían su cuartel, y que le desnudaron poniéndole un cencerro y toreándole y simularon ponerle banderillas o que se las pusieron, pero su hermana ha referido que el médico que le examinó después de su muerte, no apreció esas señales; le sacaron con otros dos seglares a los 14 ó 15 días y les asesinaron, echándoles al río Tajo, apareciendo junto a Calera; en este pueblo le enterraron sobre el 6 de agosto y cuando entraron los nacionales, le inhumaron en este cementerio. Se dice que al sacarle para morir, dijo: “Os perdono por amor a Jesucristo. ¡Viva Cristo Rey!”, indicando que quería morir de rodillas, como aconteció”.

El hecho de las torturas en la Fundación Santander, que se pone en duda en este relato, lo confirma el capitán de la Guardia Civil de Talavera, que ocupó aquella plaza en septiembre de 1936. Supo por testigos oculares que don Saturnino: “el 6 de agosto de 1936 fue sacado de la cárcel para ser conducido a la Fundación Santander, donde ante la chusma, se mofaron de él, haciéndolo objeto de burlas y escarnios… fue llevado al pueblo de Calera para ser fusilado, y quedando el último, confesó a sus amigos y les dio la absolución. Antes de morir perdonó a sus verdugos”.



 
Dónde venerar sus reliquias

El cadáver del beato Saturnino Ortega fue encontrado en las cercanías de Calera, junto a la carretera y en el paraje conocido como “Venta del Conejo”, junto al de los dos que le acompañaron desde la cárcel, con heridas de armas de fuego. Fue sepultado en el cementerio de Calera, en el lugar reservado para los niños muertos sin bautizar. A los cincuenta días, el 26 de septiembre, sus restos fueron trasladados al cementerio de Talavera de la Reina. Posteriormente, fueron trasladados al centro del crucero de la iglesia Colegial de Santa María la Mayor de Talavera.

Unos devotos levantaron en su memoria una cruz que todavía se conserva. El lugar exacto está en la Autovía del Suroeste (llamada A5, y conocida popularmente como Autovía de Extremadura) en el kilómetro 134 (de Madrid a Badajoz) junto a la gasolinera de CAMPSA.



Allí puede verse una cruz de viga (primero se levantó una columna de piedra rematada con una cruz de forja que fue robada y estaba pegada a la carretera) que recuerda la proximidad del lugar donde sufrió el martirio don Saturnino.



Meses antes de su beatificación, el 28 de octubre de 2007, tuvo lugar la exhumación de sus restos. Era el 15 de junio, al finalizar la tarde después de un trabajo intenso y, sobretodo emocionante, el doctor José Díaz Valero se volvió hacia el grupo y dijo con tono solemne: “Esto es plomo”. Inmediatamente todos nos giramos y nos acercamos para ver lo que, a partir de ese momento, consideraríamos una preciada reliquia.

Días después, tras momentos de duda e incluso de decepción ante las primeras consultas, decidimos poner “el plomo” en manos de los técnicos… Tras el análisis, expertos de Madrid en balística afirmaban: “se trata, sin ningún género de dudas, de un proyectil del calibre 38; disparado por un revólver, esto es, un arma corta. Con este proyectil, descargado cerca de la víctima, se le pudo rematar tras el fusilamiento, lo que conocemos como “tiro de gracia” o, incluso directamente se pudo acabar con su vida de un solo disparo”.

Decenios después nosotros nos encontrábamos esa bala. La última bala disparada para arrancar una vida. La historia del martirio se cobraba una nueva víctima… el santoral se enriquecía con un nuevo testigo. Mientras exhumábamos el cuerpo de D. Saturnino, al encontrar esa bala, todos recordamos la historia de otra bala. El 13 de mayo de 1982, un año después del atentado al Siervo de Dios Juan Pablo II, éste formalizaba su devoción y agradecimiento a la Virgen donando al santuario de Fátima la bala que le extrajeron. La misma que, desde 1984, está engarzada, por decisión del Obispo de Leiria-Fátima, en la aureola de la corona de la imagen mariana que preside el santuario. Nosotros también colocaremos en un sitio visible esta bala.

Desde el principio la Iglesia ha respetado aquellos signos y expresiones materiales que provienen de Dios. El culto a las reliquias hunde sus raíces en los comienzos del cristianismo. Se dice que los primeros restos físicos de que se tiene noticia son los de San Esteban, el primer mártir de la Iglesia católica. Aunque el Evangelio nos recuerda que los discípulos del Bautista se presentaron para recoger “su cuerpo”.

Para saber a dónde vamos tenemos que saber de dónde venimos. Porque quien conoce su historia, conoce su identidad. Esta bala nos recuerda que el beato Saturnino está vivo. Esta bala no quitó vida, la dio para siempre. El pensamiento de Dios consiste en entregar la vida en este mundo para gozar de ella eternamente: “Quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”. El pensamiento de Dios lo tiene quien recorre en esta tierra el mismo camino que recorrió Jesús: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”. Don Saturnino asumió el pensamiento de Dios y siguió este camino. Por eso esta bala, que aparentemente le arrancó su vida, le supuso para siempre la vida eterna.

Los restos se pueden venerar en la iglesia de San Francisco, en la céntrica calle de San Francisco de Talavera de la Reina. Dicho templo pertenece a la parroquia de Santa María la Mayor y está abierta prácticamente todo el día.
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