Sínodo de la Familia: la Iglesia no excluye. San Hilario
Sínodo de la Familia: la Iglesia no excluye. San Hilario de Poitiers
Ha terminado el Sínodo extraordinario de la Familia y durante un año podremos reflexionar sobre las consecuencias de cualquier cambio en la praxis pastoral. Este año nos permitirá reflexionar sobre lo que se ha dicho y sobre los que no se ha dicho en el Sínodo. Sobre lo que se ha hecho y lo que no se ha hecho.
«La exclusión no es el lenguaje de la Iglesia»; no es posible decir a las personas que viven en situaciones familiares “irregulares”: «Tú eres un cristiano de segunda». Aunque el Sínodo no acoja el término de “gradualidad”, porque se requiere una profundización teológica, lo importante es que «se tomen en serio las situaciones de las personas, hay que reconocer lo que hay de evangélicamente bueno en las situaciones, incluso cuando no hay sacramentalidad en la relación».
En cuanto a la homosexualidad «no podemos decir a alguien: “Usted es homosexual, no puede vivir el Evangelio”. Es impensable». Por ello se requiere un acompañamiento espiritual para todos y, por ejemplo, «si hay una relación homosexual fiel por treinta años, no puedo decir que no es nada». Aunque «no todo esté en su sitio» y aunque el ideal para la Iglesia siga siendo el matrimonio sacramental entre un hombre y una mujer, «no se puede decir que todo sea blanco o negro, o todo o nada, y esta es también tarea de la pastoral». (Tomado de Vatican Insider)
Es interesante que en el evangelio de hoy domingo los fariseos le planteen una pregunta similar a Cristo:
Los fariseos se reunieron entonces para sorprender a Jesús en alguna de sus afirmaciones. Y le enviaron a varios discípulos con unos herodianos, para decirle: "Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios, sin tener en cuenta la condición de las personas, porque tú no te fijas en la categoría de nadie.
Dinos qué te parece: ¿Está permitido pagar el impuesto al César o no?". Pero Jesús, conociendo su malicia, les dijo: "Hipócritas, ¿por qué me tienden una trampa? Muéstrenme la moneda con que pagan el impuesto". Ellos le presentaron un denario.
Y él les preguntó: "¿De quién es esta figura y esta inscripción?". Le respondieron: "Del César". Jesús les dijo: "Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios". Evangelio según San Mateo 22,15-21.
La preparación que los fariseos es exacta a los planteamientos que se están realizando dentro y fuera del Sínodo: Le dicen a Cristo que El no tiene “en cuenta la condición de las personas” y que no se fija en “la categoría de nadie”. Es decir, le dicen a Cristo que El no excluye a nadie y que además es “sincero y que enseña con toda fidelidad el camino de Dios”. Todo esto es cierto, pero el problema es que los fariseos lo utilizan estos argumentos, fuera de lugar y a modo de palanca, con le fin de comprometer a Cristo.
El Cardenal Marx dice que “no se puede decir que todo sea blanco o negro, o todo o nada”, de forma similar al planteamiento previo de los fariseos. Además nos hace pensar que la Iglesia genera exclusión señalando a determinadas personas, diciéndoles: “Tú eres un cristiano de segunda”
Me pregunto si existen cristianos de primera categoría. Hasta San Pedro negó a Cristo tres veces. Todos somos pecadores y llegamos a Cristo únicamente por la misericordia y justicia plenas, que sólo el Señor puede concedernos.
Aquí entramos en le juego de las apariencias sociales. ¿Qué significa cristianos de segunda? Parece que se limita a si nos ven comulgar como los demás o no. Si pertenecemos a la comunidad o nos vemos impedidos de una pertenencia social plena. Esto es lo que hoy en día se considera exclusión. Lo curioso es que no pensamos en cuantos de los comulgantes habituales aparentan recibir el sacramento para que se vea que pertenecen a la comunidad. ¿Cuántos de nosotros recibimos la comunión sin estar predispuestos a que la Gracia nos transforme y nos vivifique? ¿Cuántos de nosotros recibimos la comunión únicamente para no marcarnos frente a los demás?
Los sacramentos son signos que comunican la Gracia a quien abre su corazón y está preparado para dar el sí a Cristo. Desgraciadamente, para mucho de nosotros los sacramentos sólo son un signo social (Cesar) y no un acto sagrado (Dios). Un acto de aceptación de la Gracia de Dios.
Todos los que hemos recibido la comunión sin estar predispuestos y preparados somos cristianos de segunda de hecho. De segunda, porque no andamos realmente el camino de la santidad.
[A Dios] conviene, por lo tanto, que nosotros le paguemos lo que le debemos, esto es, el cuerpo, el alma y la voluntad. La moneda del César está hecha en el oro, en donde se encuentra grabada su imagen; la moneda de Dios es el hombre, en quien se encuentra figurada la imagen de Dios; por lo tanto dad vuestras riquezas al César y guardad la conciencia de vuestra inocencia para Dios. (San Hilario, in Matthaeum, 23)
En el fondo es cierto lo que dice el Cardenal Marx: la Iglesia nunca excluye, somos nosotros quienes nos excluimos cuando decimos NO a la Gracia y SI a la sociedad. NO a Dios, SÍ al Cesar. Esto tiene un nombre muy viejo y mal visto: pecado. Cristo es el primero en desdeñar gradualidad que tanto se reivindica en estos momentos. Tres veces le preguntó a Pedro si lo amaba (Jn 21) y no esperó una respuesta gradual. Dios no aceptó una respuesta gradual de María, sino que esperó el SÍ que evidencia su absoluta libertad.
El pecado es lo que nos excluye y nos convierte en cristianos de segunda, tercera o de cuarta categoría. Cristianos sociales, costumbristas o simplemente cristianos aparentes durante una hora, cada domingo.
La retórica empleada por el Cardenal Marx está maravillosamente trabajada, porque sabe ocultar precisamente los puntos clave de nuestra fe: arrepentimiento y penitencia, con el fin de desenfocar el sentido sagrado de los sacramentos. Hay que orar por la Iglesia y por el Papa. Estamos en un momento delicado debido a la clara intervención del diablo. ¡Sí! Ese ser que ya nadie quiere nombrar en la homilías y en las charlas cristianas. Ese ser que ha sabido esconderse y hacernos creer que no existe.