Beato Domingo Sánchez Lázaro
Nace un santo
Domingo nació el 4 de agosto de 1860 en Puebla de Montalbán, provincia y diócesis de Toledo. Sus padres, Roque Sánchez Martín-Aragón y Petra Lázaro Ipiña, eran ambos naturales de Puebla de Montalbán (Toledo). El matrimonio tuvo cinco hijos: Gregorio, Natalia, Saturnina, José y el benjamín, nuestro protagonista.
El día 4 de agosto marcaría el principio y el final de su vida: cada año don Domingo celebraría su cumpleaños y a su santo patrón, Santo Domingo de Guzmán. Según la hagiografía del santo español había fallecido un 6 de agosto de 1221. Ese día 6, se lo reserva el Calendario Romano para la fiesta de la Transfiguración, por lo que tras la beatificación del fundador de los dominicos en 1234 su fiesta pasó a celebrarse dos días antes (el 5 de agosto, tampoco es posible, pues es la fiesta de la dedicación de la Basílica de Santa María la Mayor de Roma). Aquel año de 1936 celebraría su 76 aniversario en el Cielo.
Curiosamente tras la reforma del Calendario Litúrgico después del Concilio Vaticano II, la fiesta de Santo Domingo de Guzmán pasó al 8 de agosto. El 4 de agosto se reservó para el Santo Cura de Ars que falleció un 4 de agosto de 1859. En este mes de junio de 2010, en que hemos finalizado el Año Sacerdotal, en el que todos hemos puesto nuestra mirada en el santo párroco francés, resulta providencial la forma de expresarse de uno de los testigos de la Positio en el año 1988. Se trata del puenteño Fray Francisco de Sales Carrasco, de los Hermanos de San Juan de Dios, el cual define así al Beato Domingo “a quien conoció y trató íntimamente”:
“Creo no decir nada nuevo ni exagerado si afirmo con toda convicción que se trataba de un auténtico santo querido y venerado por todos… Su figura, hasta en lo físico, nos hacía recordar al Santo Cura de Ars. Por su bondad…, su humildad…, su sencillez en fin, su vida toda”.
Domingo fue bautizado el 8 de agosto de 1860 en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Paz por D. Bernardino Ballano, cura ecónomo de la misma. El 19 de abril de 1866 recibió en la misma parroquia el sacramento de la confirmación, administrado por D. Francisco de Sales Crespo, obispo auxiliar de Toledo.
Tras manifestar su voluntad de ser sacerdote, a los veinte años en el curso de 1880-81 cursa Primero de Humanidades en el Seminario Mayor de Toledo. Aprobó los cuatro cursos de Latín en exámenes extraordinarios con las calificaciones de meritissimus y benemeritus desde 1880 a 1882, y tres cursos de Filosofía con meritissimus en exámenes ordinarios de 1882 a 1885; seis cursos (18851891) de Teología y dos (18911893) de Cánones, y Licenciatura en Teología (18921893).
A lo largo de estos últimos años de estudio, recibió la tonsura y las órdenes menores el 21 de diciembre de 1885 de manos de Fray Ceferino González Díaz-Tuñón, cardenal-arzobispo de Toledo en la iglesia de la Pasión de Madrid. El subdiaconado lo recibió el 17 de marzo de 1888 de manos del Cardenal Miguel Payá y Rico. Finalmente, Monseñor Valeriano Meléndez Conde, obispo auxiliar de Toledo, le confirió el diaconado, el 26 de mayo de 1888, y le ordenó de presbítero el 22 de septiembre de 1888, las dos ceremonias tuvieron lugar en la Capilla del Arzobispado.
Ordenado sacerdote a los 28 años, fue destinado a La Puebla de Montalbán (Toledo), su pueblo natal, como coadjutor al mismo tiempo que estudiaba para presentarse a los exámenes en el Seminario de Toledo. Allí permaneció durante seis cursos más.
El 12 de octubre de 1893 es nombrado cura párroco de los pueblos toledanos de Arcicollar y Camarenilla, ejerciendo allí su ministerio hasta finales de julio de 1902. El 1 de agosto de 1902 toma posesión como cura párroco de Los Cerralbos e Illán de Vacas, también en la provincia de Toledo, donde permanecerá hasta finales de mayo de 1907.
Esta fotografía está hecha en sus primeros años sacerdotales aparece con su anciana madre, doña Petra Lázaro, nacida en 1927 en La Puebla de Montalbán (Toledo). Detrás su sobrino Teodoro Maldonado. Es la primera foto que se conserva del Beato.
Un magnífico retrato
El 18 de junio de 1907 don Domingo es nombrado cura párroco de Puente del Arzobispo, siendo designado pocos días después, el 5 de agosto, arcipreste de esa zona pastoral. Su ministerio terminaría con su martirio el 18 de agosto de 1936.
Emocionante es el testimonio de uno de los sobrinos del mártir. Se trata de Julián, hijo de José y hermano de Damiana, la sobrina que convivía con él:
“Su vida era muy ordenada: a las 5 de la mañana se levantaba y celebraba la Santa Misa a las 6 para las Hijas de la Caridad que atienden el Hospital, contiguo a su casa. Todos los años acudía a realizar los Ejercicios espirituales en la casa de Chamartín de Madrid, durante una semana. Cada hora del día la tenía dedicada a una cosa.
Los hermanos le querían, le respetaban mucho, aun siendo el menor. Como señal de respeto, no se atrevían a fumar delante de él. Cuando le visitaba la familia, para las Navidades o en otras ocasiones, después de estar un rato con todos en la cena, se retiraba pronto, para poder madrugar.
Al llegar los días turbulentos de la persecución religiosa su hermano José le ofreció comprarle un traje para que se quitara la sotana y, pasar más inadvertido. Él rechazó la propuesta: “-Sacerdote soy y sacerdote quiero permanecer”, respondió.
Junto al retrato interior pintado por su sobrino Julián. El del pintor Asterio Mañanós Martínez (1861- 1935). El palentino Mañanós aunque inició su carrera haciendo copias de Velázquez para el Museo del Prado (Madrid) a partir de 1908 la Comisión de Gobierno del Senado le nombraría conservador de las obras de arte de la Alta Cámara. Fruto de esa experiencia son varios cuadros que tienen como tema las sesiones y los salones del Senado. Para nosotros este es el más famoso cuadro del retratista de las Cortes españolas.
Domingo nació el 4 de agosto de 1860 en Puebla de Montalbán, provincia y diócesis de Toledo. Sus padres, Roque Sánchez Martín-Aragón y Petra Lázaro Ipiña, eran ambos naturales de Puebla de Montalbán (Toledo). El matrimonio tuvo cinco hijos: Gregorio, Natalia, Saturnina, José y el benjamín, nuestro protagonista.
El día 4 de agosto marcaría el principio y el final de su vida: cada año don Domingo celebraría su cumpleaños y a su santo patrón, Santo Domingo de Guzmán. Según la hagiografía del santo español había fallecido un 6 de agosto de 1221. Ese día 6, se lo reserva el Calendario Romano para la fiesta de la Transfiguración, por lo que tras la beatificación del fundador de los dominicos en 1234 su fiesta pasó a celebrarse dos días antes (el 5 de agosto, tampoco es posible, pues es la fiesta de la dedicación de la Basílica de Santa María la Mayor de Roma). Aquel año de 1936 celebraría su 76 aniversario en el Cielo.
Curiosamente tras la reforma del Calendario Litúrgico después del Concilio Vaticano II, la fiesta de Santo Domingo de Guzmán pasó al 8 de agosto. El 4 de agosto se reservó para el Santo Cura de Ars que falleció un 4 de agosto de 1859. En este mes de junio de 2010, en que hemos finalizado el Año Sacerdotal, en el que todos hemos puesto nuestra mirada en el santo párroco francés, resulta providencial la forma de expresarse de uno de los testigos de la Positio en el año 1988. Se trata del puenteño Fray Francisco de Sales Carrasco, de los Hermanos de San Juan de Dios, el cual define así al Beato Domingo “a quien conoció y trató íntimamente”:
“Creo no decir nada nuevo ni exagerado si afirmo con toda convicción que se trataba de un auténtico santo querido y venerado por todos… Su figura, hasta en lo físico, nos hacía recordar al Santo Cura de Ars. Por su bondad…, su humildad…, su sencillez en fin, su vida toda”.
Domingo fue bautizado el 8 de agosto de 1860 en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Paz por D. Bernardino Ballano, cura ecónomo de la misma. El 19 de abril de 1866 recibió en la misma parroquia el sacramento de la confirmación, administrado por D. Francisco de Sales Crespo, obispo auxiliar de Toledo.
Tras manifestar su voluntad de ser sacerdote, a los veinte años en el curso de 1880-81 cursa Primero de Humanidades en el Seminario Mayor de Toledo. Aprobó los cuatro cursos de Latín en exámenes extraordinarios con las calificaciones de meritissimus y benemeritus desde 1880 a 1882, y tres cursos de Filosofía con meritissimus en exámenes ordinarios de 1882 a 1885; seis cursos (18851891) de Teología y dos (18911893) de Cánones, y Licenciatura en Teología (18921893).
A lo largo de estos últimos años de estudio, recibió la tonsura y las órdenes menores el 21 de diciembre de 1885 de manos de Fray Ceferino González Díaz-Tuñón, cardenal-arzobispo de Toledo en la iglesia de la Pasión de Madrid. El subdiaconado lo recibió el 17 de marzo de 1888 de manos del Cardenal Miguel Payá y Rico. Finalmente, Monseñor Valeriano Meléndez Conde, obispo auxiliar de Toledo, le confirió el diaconado, el 26 de mayo de 1888, y le ordenó de presbítero el 22 de septiembre de 1888, las dos ceremonias tuvieron lugar en la Capilla del Arzobispado.
Ordenado sacerdote a los 28 años, fue destinado a La Puebla de Montalbán (Toledo), su pueblo natal, como coadjutor al mismo tiempo que estudiaba para presentarse a los exámenes en el Seminario de Toledo. Allí permaneció durante seis cursos más.
El 12 de octubre de 1893 es nombrado cura párroco de los pueblos toledanos de Arcicollar y Camarenilla, ejerciendo allí su ministerio hasta finales de julio de 1902. El 1 de agosto de 1902 toma posesión como cura párroco de Los Cerralbos e Illán de Vacas, también en la provincia de Toledo, donde permanecerá hasta finales de mayo de 1907.
Esta fotografía está hecha en sus primeros años sacerdotales aparece con su anciana madre, doña Petra Lázaro, nacida en 1927 en La Puebla de Montalbán (Toledo). Detrás su sobrino Teodoro Maldonado. Es la primera foto que se conserva del Beato.
Un magnífico retrato
El 18 de junio de 1907 don Domingo es nombrado cura párroco de Puente del Arzobispo, siendo designado pocos días después, el 5 de agosto, arcipreste de esa zona pastoral. Su ministerio terminaría con su martirio el 18 de agosto de 1936.
Emocionante es el testimonio de uno de los sobrinos del mártir. Se trata de Julián, hijo de José y hermano de Damiana, la sobrina que convivía con él:
“Su vida era muy ordenada: a las 5 de la mañana se levantaba y celebraba la Santa Misa a las 6 para las Hijas de la Caridad que atienden el Hospital, contiguo a su casa. Todos los años acudía a realizar los Ejercicios espirituales en la casa de Chamartín de Madrid, durante una semana. Cada hora del día la tenía dedicada a una cosa.
Los hermanos le querían, le respetaban mucho, aun siendo el menor. Como señal de respeto, no se atrevían a fumar delante de él. Cuando le visitaba la familia, para las Navidades o en otras ocasiones, después de estar un rato con todos en la cena, se retiraba pronto, para poder madrugar.
Al llegar los días turbulentos de la persecución religiosa su hermano José le ofreció comprarle un traje para que se quitara la sotana y, pasar más inadvertido. Él rechazó la propuesta: “-Sacerdote soy y sacerdote quiero permanecer”, respondió.
Junto al retrato interior pintado por su sobrino Julián. El del pintor Asterio Mañanós Martínez (1861- 1935). El palentino Mañanós aunque inició su carrera haciendo copias de Velázquez para el Museo del Prado (Madrid) a partir de 1908 la Comisión de Gobierno del Senado le nombraría conservador de las obras de arte de la Alta Cámara. Fruto de esa experiencia son varios cuadros que tienen como tema las sesiones y los salones del Senado. Para nosotros este es el más famoso cuadro del retratista de las Cortes españolas.
Esta segunda fotografía nos permite contemplar este retrato al óleo del Beato que pende de las paredes de la parroquia como auténtica reliquia. El pintor se lo regaló al Beato para su cumpleaños en 1916 y firma la inscripción con un “a su afectísimo amigo”.
Sacerdote quiero permanecer
Eso fue, como recordábamos en el capítulo anterior lo que le contestó a su hermano José ante la propuesta de comprarle un traje seglar para pasar desapercibido: “-Sacerdote soy y sacerdote quiero permanecer”. El Beato Domingo era un auténtico santo, cariñoso con todos y, especialmente, con los niños; un hombre de profunda fe, esperanza y caridad; muy limosnero y caritativo. Visitaba a los enfermos en sus casas, dejándoles en muchas ocasiones la limosna necesaria para el sustento de esa familia pobre. Atendía la catequesis de los niños y de los jóvenes. Organizaba certámenes catequéticos.
Fomentó las distintas ramas de Acción Católica en la parroquia (bajo estas líneas, fotografía de la iglesia de Santa Catalina de Puente del Arzobispo en los años veinte). “Funcionaba muy bien la rama de hombres y jóvenes varones. Mi hermano albañil se levantaba pronto para ir a misa primera (a las 6 de la mañana)”, señala otro testigo. Trajo a Puente al joven Antonio Rivera, presidente diocesano de los jóvenes de Acción Católica, el que después sería el ángel del Alcázar, para instituir la rama de jóvenes, que en Puente presidía Rufino Carrasco. Cuidaba la vida espiritual de sus fieles, adentrándolos por caminos de perfección, que él había recorrido. El último regalo a Pedro Bravo, el hijo del sacristán, que ya contaba 17 años, fue “La introducción a la vida devota”, de San Francisco de Sales.
Su justicia y austeridad eran también muy conocidas y estimadas por todos su feligreses. Vivió pobremente. Mostró siempre una gran fortaleza fundamentada en su fe. Sufrió las contrariedades de la vida y los acontecimientos adversos para la Iglesia en tiempos de la República, con gran paciencia, fruto de su vida interior.
Los archivos nos traen documentos de la misión popular predicada en las parroquias del arciprestazgo de Puente por los jesuitas (suprimidos ya y despojados de sus bienes) en la cuaresma de 1935, y que nuestro Beato organizó. O de la felicitación dirigida como arcipreste al Santo Padre Pío XI, en ocasión del aniversario de su elección para la sede de Pedro, el Papa que conocía y comprendía la situación española generada por la II República española y que hacía poco había dirigido al clero la preciosa encíclica Ad catholici sacerdotii (20.12.1935). O el reclamo a la administración diocesana del complemento económico para el sustento del clero. En su calidad de arcipreste, se ocupaba de sus sacerdotes y alentaba a los hermanos sacerdotes del entorno, sosteniendo su ministerio y disipando sus miedos. Casi todos ellos también fueron mártires.
La fotografía corresponde a un encuentro sacerdotal del arciprestazgo de Puente: el Beato Domingo Sánchez Lázaro, párroco de Puente del Arzobispo, beatificado en 2007 (sentado, en el centro); y los Siervos de Dios Antonio Obeo, párroco de Alcolea (de pie, a la derecha); Laureano Ángel, coadjutor de Puente (de pie, a la izquierda; Rafael Bueno, párroco de Valdeverdeja (sentado, a la derecha) y el párroco de Azután, que fue el único que logró salvarse de la persecución religiosa sufrida años después, don Francisco Sánchez (sentado, a la izquierda).
En fin, el Beato Domingo fue un sacerdote ejemplar, íntegro, austero y caritativo, cercano a todos, especialmente a los enfermos y necesitados, que vivió en profundidad las virtudes teologales y que, aunque no hubiese sido mártir, su vida era un camino de santidad. “Como sacerdote, era de lo mejor”, declara Margarita Ginés.
Las palabras que afirman que pronunció antes de morir, manifiestan su santidad y fe: “Perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Su justicia y austeridad eran también muy conocidas y estimadas por todos su feligreses. Vivió pobremente. Mostró siempre una gran fortaleza fundamentada en su fe. Sufrió las contrariedades de la vida y los acontecimientos adversos para la Iglesia en tiempos de la República, con gran paciencia, fruto de su vida interior.
La foto está tomada tras una procesión de la Virgen de la Medalla Milagrosa, en primer término el coadjutor, el siervo de Dios Laureano Ángel; tras él, el beato Domingo Sánchez.
Y así llegó el martirio
Según Pedro Bravo García, que fue monaguillo suyo, el 24 de julio, mientras volvían de un entierro el testigo, el párroco y el coadjutor (el Siervo de Dios Laureano Ángel González), unos milicianos conminaron a los sacerdotes a no salir a la calle. Al día siguiente pusieron en la torre de la iglesia la bandera roja y desde ese día no los dejaron en paz. El día 4 de agosto llevaron preso a D. Domingo. La abuela del testigo le llevaba la comida a la cárcel. El día 12 de agosto lo sacaron de la cárcel para asesinarlo. Otra testigo vio cómo tres milicianos se lo llevaban preso a la cárcel.
Interesante el testimonio de Luis Casillas Sánchez. Refiere que los milicianos obligaron a su hermano Sixto a llevar al Beato y a los asesinos al lugar del martirio. El párroco tranquilizó a Sixto diciéndole: “Tranquilo, Sixto, que yo voy a la casa del Padre”. Los que dispararon contra él, según afirman varios testigos del proceso, no eran vecinos de Puente del Arzobispo, sino gentes venidas de otros pueblos; uno de los asesinos contó más tarde que el beato Domingo les había dicho: “Esperad, aún no me matéis, que os voy a bendecir”.
La muerte se produjo el día 12 de agosto de 1936, en Puerto de San Vicente (Toledo), en donde fue enterrado juntamente con otras tres personas asesinadas con él, dos seglares y su vicario parroquial, el Siervo de Dios Laureano Ángel González. Posteriormente su cuerpo fue trasladado al cementerio parroquial de Puente del Arzobispo y se depositó en la sepultura nº 25 de la fila 10º.
Dónde venerar sus reliquias
Más tarde, sus restos fueron depositados en el nuevo cementerio municipal, en la galería 8, fila 4, cuartel 2. Tras el reconocimiento por el grupo de forenses que colaboran con el Arzobispado de Toledo fueron trasladados el 26 de junio de 2010 al templo parroquial de Santa Catalina de Alejandría del Puente del Arzobispo. Así se narró la crónica de esa jornada:
Pasan ya las once de la mañana. Nos encontramos junto al puente que mandó construir el arzobispo Tenorio para los peregrinos que se dirigían a Guadalupe y que, a partir de entonces, dará nombre a este pueblo: Puente del Arzobispo. Para la mirada profana, para el que con su vehículo se dispone a atravesar en este mañana de sábado el puente, lo que se ve puede hacer creer que el calendario litúrgico va marcha atrás y que nos encontramos nuevamente en el Domingo de Ramos: ornamentos de color rojo, filas de presbíteros con palmas en las manos, una procesión… Sin embargo, hoy 26 de junio, un buen grupo de sacerdotes está a las afueras del pueblo para ir en busca del Beato Domingo Sánchez Lázaro, párroco y arcipreste que lo fue de Puente del Arzobispo.
Hijo del pueblo, el actual Obispo de Córdoba, monseñor Demetrio Fernández, escribe que “simulando un viaje de vuelta, estas reliquias vienen por el puente, para mirar de frente la torre y la cúpula de la Iglesia parroquial, donde les espera un pueblo entero que llora de emoción al recibir a su párroco mártir y donde estas reliquias serán veneradas por los fieles de generación en generación. En una urna de plata, como quien guarda el mejor de los tesoros, porque no son sólo unos huesos, sino que esta arqueta guarda un testimonio del amor más grande, el que nos ha enseñado Jesucristo, que nos amó hasta el extremo. Para que todos los puenteños tengan cerca a su cura y a él le cuenten sus problemas y le pidan su intercesión, ahora todavía más valiosa que cuando vivía en la tierra”.
El buen hacer de su actual párroco, don Rubén Zamora, que ha preparado de forma exquisita este momento deseado durante años, llevó a pedir a la Hermandad de la Virgen de Bienvenida, que también Ella, ante cuya advocación el mártir tantas plegarias personales y por el pueblo elevó durante sus casi treinta años de ministerio en el Puente, acudiese en busca de su hijo predilecto.
Ya está todo listo: la Virgen de Bienvenida portada a hombros, la urna-relicario también a hombros de los seminaristas, los sacerdotes con las palmas martiriales, los monaguillos esparciendo el inconfundible olor del incienso, los fieles con los estandartes que hablan de la vida activa de esta parroquia, los venidos de otros pueblos, los cantos… Con la melodía de las letanías de los santos a su parroquia puenteña regresa aquel que nunca tuvo que salir de la misma, pero que en el momento final no dudo en bendecir a sus verdugos, mientras oraba por ellos: “-Perdónalos Señor, porque no saben lo que hacen”.
¡Ya está aquí! La procesión recorre el escaso medio kilómetro desde el puente hasta la parroquia. Mientras entramos en el templo, la Coral Quadrivium de Talavera de la Reina interpreta el “Canticorum iubilo” de Haendel, de manera espontánea los feligreses, que llenan el templo, estallan en un cálido aplauso para acoger la urna-relicario del Beato Domingo y de su coadjutor, el Siervo de Dios Laureano Ángel González… Murieron abrazados, cayeron juntos tras la descarga de los fusiles, unidos permanecieron en el combate y, ahora velan por todos.
La Santa Misa va a comenzar…
A partir de ahora, se nos ofrece que antes de cruzar el puente de los once arcos para encontrarnos con María Santísima en Guadalupe, o cuando realicemos cualquier otro recorrido, no dejemos de acercarnos, física o espiritualmente, al templo parroquial de Santa Catalina de Puente para encomendarnos al Beato Domingo. Que nos comprometamos a imitarle y seguir su ejemplo de amor a Jesucristo, a la Iglesia, a la Virgen María y a los pobres.
Eso fue, como recordábamos en el capítulo anterior lo que le contestó a su hermano José ante la propuesta de comprarle un traje seglar para pasar desapercibido: “-Sacerdote soy y sacerdote quiero permanecer”. El Beato Domingo era un auténtico santo, cariñoso con todos y, especialmente, con los niños; un hombre de profunda fe, esperanza y caridad; muy limosnero y caritativo. Visitaba a los enfermos en sus casas, dejándoles en muchas ocasiones la limosna necesaria para el sustento de esa familia pobre. Atendía la catequesis de los niños y de los jóvenes. Organizaba certámenes catequéticos.
Fomentó las distintas ramas de Acción Católica en la parroquia (bajo estas líneas, fotografía de la iglesia de Santa Catalina de Puente del Arzobispo en los años veinte). “Funcionaba muy bien la rama de hombres y jóvenes varones. Mi hermano albañil se levantaba pronto para ir a misa primera (a las 6 de la mañana)”, señala otro testigo. Trajo a Puente al joven Antonio Rivera, presidente diocesano de los jóvenes de Acción Católica, el que después sería el ángel del Alcázar, para instituir la rama de jóvenes, que en Puente presidía Rufino Carrasco. Cuidaba la vida espiritual de sus fieles, adentrándolos por caminos de perfección, que él había recorrido. El último regalo a Pedro Bravo, el hijo del sacristán, que ya contaba 17 años, fue “La introducción a la vida devota”, de San Francisco de Sales.
Su justicia y austeridad eran también muy conocidas y estimadas por todos su feligreses. Vivió pobremente. Mostró siempre una gran fortaleza fundamentada en su fe. Sufrió las contrariedades de la vida y los acontecimientos adversos para la Iglesia en tiempos de la República, con gran paciencia, fruto de su vida interior.
Los archivos nos traen documentos de la misión popular predicada en las parroquias del arciprestazgo de Puente por los jesuitas (suprimidos ya y despojados de sus bienes) en la cuaresma de 1935, y que nuestro Beato organizó. O de la felicitación dirigida como arcipreste al Santo Padre Pío XI, en ocasión del aniversario de su elección para la sede de Pedro, el Papa que conocía y comprendía la situación española generada por la II República española y que hacía poco había dirigido al clero la preciosa encíclica Ad catholici sacerdotii (20.12.1935). O el reclamo a la administración diocesana del complemento económico para el sustento del clero. En su calidad de arcipreste, se ocupaba de sus sacerdotes y alentaba a los hermanos sacerdotes del entorno, sosteniendo su ministerio y disipando sus miedos. Casi todos ellos también fueron mártires.
La fotografía corresponde a un encuentro sacerdotal del arciprestazgo de Puente: el Beato Domingo Sánchez Lázaro, párroco de Puente del Arzobispo, beatificado en 2007 (sentado, en el centro); y los Siervos de Dios Antonio Obeo, párroco de Alcolea (de pie, a la derecha); Laureano Ángel, coadjutor de Puente (de pie, a la izquierda; Rafael Bueno, párroco de Valdeverdeja (sentado, a la derecha) y el párroco de Azután, que fue el único que logró salvarse de la persecución religiosa sufrida años después, don Francisco Sánchez (sentado, a la izquierda).
En fin, el Beato Domingo fue un sacerdote ejemplar, íntegro, austero y caritativo, cercano a todos, especialmente a los enfermos y necesitados, que vivió en profundidad las virtudes teologales y que, aunque no hubiese sido mártir, su vida era un camino de santidad. “Como sacerdote, era de lo mejor”, declara Margarita Ginés.
Las palabras que afirman que pronunció antes de morir, manifiestan su santidad y fe: “Perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Su justicia y austeridad eran también muy conocidas y estimadas por todos su feligreses. Vivió pobremente. Mostró siempre una gran fortaleza fundamentada en su fe. Sufrió las contrariedades de la vida y los acontecimientos adversos para la Iglesia en tiempos de la República, con gran paciencia, fruto de su vida interior.
La foto está tomada tras una procesión de la Virgen de la Medalla Milagrosa, en primer término el coadjutor, el siervo de Dios Laureano Ángel; tras él, el beato Domingo Sánchez.
Y así llegó el martirio
Según Pedro Bravo García, que fue monaguillo suyo, el 24 de julio, mientras volvían de un entierro el testigo, el párroco y el coadjutor (el Siervo de Dios Laureano Ángel González), unos milicianos conminaron a los sacerdotes a no salir a la calle. Al día siguiente pusieron en la torre de la iglesia la bandera roja y desde ese día no los dejaron en paz. El día 4 de agosto llevaron preso a D. Domingo. La abuela del testigo le llevaba la comida a la cárcel. El día 12 de agosto lo sacaron de la cárcel para asesinarlo. Otra testigo vio cómo tres milicianos se lo llevaban preso a la cárcel.
Interesante el testimonio de Luis Casillas Sánchez. Refiere que los milicianos obligaron a su hermano Sixto a llevar al Beato y a los asesinos al lugar del martirio. El párroco tranquilizó a Sixto diciéndole: “Tranquilo, Sixto, que yo voy a la casa del Padre”. Los que dispararon contra él, según afirman varios testigos del proceso, no eran vecinos de Puente del Arzobispo, sino gentes venidas de otros pueblos; uno de los asesinos contó más tarde que el beato Domingo les había dicho: “Esperad, aún no me matéis, que os voy a bendecir”.
La muerte se produjo el día 12 de agosto de 1936, en Puerto de San Vicente (Toledo), en donde fue enterrado juntamente con otras tres personas asesinadas con él, dos seglares y su vicario parroquial, el Siervo de Dios Laureano Ángel González. Posteriormente su cuerpo fue trasladado al cementerio parroquial de Puente del Arzobispo y se depositó en la sepultura nº 25 de la fila 10º.
Dónde venerar sus reliquias
Más tarde, sus restos fueron depositados en el nuevo cementerio municipal, en la galería 8, fila 4, cuartel 2. Tras el reconocimiento por el grupo de forenses que colaboran con el Arzobispado de Toledo fueron trasladados el 26 de junio de 2010 al templo parroquial de Santa Catalina de Alejandría del Puente del Arzobispo. Así se narró la crónica de esa jornada:
Pasan ya las once de la mañana. Nos encontramos junto al puente que mandó construir el arzobispo Tenorio para los peregrinos que se dirigían a Guadalupe y que, a partir de entonces, dará nombre a este pueblo: Puente del Arzobispo. Para la mirada profana, para el que con su vehículo se dispone a atravesar en este mañana de sábado el puente, lo que se ve puede hacer creer que el calendario litúrgico va marcha atrás y que nos encontramos nuevamente en el Domingo de Ramos: ornamentos de color rojo, filas de presbíteros con palmas en las manos, una procesión… Sin embargo, hoy 26 de junio, un buen grupo de sacerdotes está a las afueras del pueblo para ir en busca del Beato Domingo Sánchez Lázaro, párroco y arcipreste que lo fue de Puente del Arzobispo.
Hijo del pueblo, el actual Obispo de Córdoba, monseñor Demetrio Fernández, escribe que “simulando un viaje de vuelta, estas reliquias vienen por el puente, para mirar de frente la torre y la cúpula de la Iglesia parroquial, donde les espera un pueblo entero que llora de emoción al recibir a su párroco mártir y donde estas reliquias serán veneradas por los fieles de generación en generación. En una urna de plata, como quien guarda el mejor de los tesoros, porque no son sólo unos huesos, sino que esta arqueta guarda un testimonio del amor más grande, el que nos ha enseñado Jesucristo, que nos amó hasta el extremo. Para que todos los puenteños tengan cerca a su cura y a él le cuenten sus problemas y le pidan su intercesión, ahora todavía más valiosa que cuando vivía en la tierra”.
El buen hacer de su actual párroco, don Rubén Zamora, que ha preparado de forma exquisita este momento deseado durante años, llevó a pedir a la Hermandad de la Virgen de Bienvenida, que también Ella, ante cuya advocación el mártir tantas plegarias personales y por el pueblo elevó durante sus casi treinta años de ministerio en el Puente, acudiese en busca de su hijo predilecto.
Ya está todo listo: la Virgen de Bienvenida portada a hombros, la urna-relicario también a hombros de los seminaristas, los sacerdotes con las palmas martiriales, los monaguillos esparciendo el inconfundible olor del incienso, los fieles con los estandartes que hablan de la vida activa de esta parroquia, los venidos de otros pueblos, los cantos… Con la melodía de las letanías de los santos a su parroquia puenteña regresa aquel que nunca tuvo que salir de la misma, pero que en el momento final no dudo en bendecir a sus verdugos, mientras oraba por ellos: “-Perdónalos Señor, porque no saben lo que hacen”.
¡Ya está aquí! La procesión recorre el escaso medio kilómetro desde el puente hasta la parroquia. Mientras entramos en el templo, la Coral Quadrivium de Talavera de la Reina interpreta el “Canticorum iubilo” de Haendel, de manera espontánea los feligreses, que llenan el templo, estallan en un cálido aplauso para acoger la urna-relicario del Beato Domingo y de su coadjutor, el Siervo de Dios Laureano Ángel González… Murieron abrazados, cayeron juntos tras la descarga de los fusiles, unidos permanecieron en el combate y, ahora velan por todos.
La Santa Misa va a comenzar…
A partir de ahora, se nos ofrece que antes de cruzar el puente de los once arcos para encontrarnos con María Santísima en Guadalupe, o cuando realicemos cualquier otro recorrido, no dejemos de acercarnos, física o espiritualmente, al templo parroquial de Santa Catalina de Puente para encomendarnos al Beato Domingo. Que nos comprometamos a imitarle y seguir su ejemplo de amor a Jesucristo, a la Iglesia, a la Virgen María y a los pobres.
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