Beato Agrícola Rodríguez
Apuntes hagiográficos
Agrícola Rodríguez García de los Huertos nació el 18 de marzo de 1896 en Consuegra (Toledo). A los siete años de edad se separa de sus padres para marchar a Burgos, donde estudia en el colegio de los Hermanos Maristas. En 1908 se incorpora al Seminario Mayor de Toledo, para continuar la carrera eclesiástica en los cursos de latín, filosofía y teología con las máximas calificaciones. En 1921 obtiene el doctorado en Sagrada Teología. Fue ordenado sacerdote el 21 de julio de 1918. En sus dieciocho años de vida sacerdotal ejerció el ministerio en Villacañas, Guadamur y en Mora de Toledo.
Coinciden los testigos en señalar su ejemplaridad en el ejercicio de su ministerio sacerdotal. Era hombre dotado de buenas cualidades humanas, que son tan apreciables en el trato pastoral: agradable y educado en el trato, ordenado, puntual, limpio, justo, inteligente y culto, dotado de gran serenidad y fortaleza.
Y junto a estas virtudes naturales, brillaban en él las específicamente pastorales, como lo eran su profunda vida de oración: todos los días estaba en el templo desde las seis de la mañana, rezando el breviario, preparándose para la santa misa y confesando a los fieles hasta las nueve en que celebraba la Eucaristía; su dedicación celosa y exclusiva al ministerio sacerdotal, su facilidad para la predicación, su dedicación a la catequesis especialmente de los niños, su atención a los enfermos y a los pobres con visitas y con limosnas.
Desde 1931, con el advenimiento de la Segunda República, se creó un ambiente cada vez más hostil a la Iglesia. Don Agrícola lo experimentó en su propia vida con acusaciones por parte de los enemigos de la Iglesia, que le llevaron a la cárcel y al destierro de su parroquia durante tres meses. Cuando se lo permitieron, volvió a su parroquia de Mora, sabiendo a lo que se exponía. Y allí permaneció hasta su martirio, sin abandonar en ningún momento el rebaño encomendado.
El ABC del 12 de diciembre de 1931 informa de ello con el título “Causa sobreseída”. En el cuerpo de la noticia puede leerse que “el juez de instrucción de Madridejos ha sobreseído la causa instruida contra el párroco de Mora, don Agrícola Rodríguez por la denuncia que en los pasados meses se formuló contra él, acusándole de haber pronunciado frases gravemente ofensivas para los republicanos en un sermón predicado en Manzaneque. Por esta denuncia, que ha resultado infundada, el Sr. Rodríguez estuvo encarcelado”.
Martirio
El 21 de julio de 1936 quedó grabado a fuego en los anales de la multisecular historia de la archidiócesis toledana. Ese día comenzó el exterminio del clero toledano. Como recuerda monseñor Jaime Colomina Torner, después de las diócesis de Barbastro y Lérida, la nuestra sigue en el tercer puesto -en esta desafortunada clasificación- con el 50% de los sacerdotes asesinados. Ese 21 de julio la Guardia Civil salió de Mora camino de Toledo. Entonces se desataron las furias de los marxistas, y buscaron al sacerdote para eliminarlo.
Cuando semanas antes de la beatificación de 2007 exhumamos los restos de don Agrícola, al recoger con piedad el cráneo de tan insigne párroco, el plomo caía en la cuenca de nuestras manos. El tiro mortal que atravesó su cabeza nos hacía regresar a la intensidad vivida por él en los últimos momentos de su vida.
Todavía hoy en día una placa, en la fachada posterior de la iglesia parroquial recuerda, aquel momento doloroso: “Serían como las cuatro o cinco de la tarde del 21 de julio”, afirma Luis Lillo.
“A esa hora don Agrícola abrió la puerta de la sacristía y pidió a los milicianos que respetaran a las mujeres y al niño, que quedaban en su interior. Entonces dijeron:
-Venimos solo a por ti, tira p’adelante.
Al verlo los milicianos, mandaron a las mujeres que se disgregaran, quedando don Agrícola totalmente al descubierto ante la mirada de odio de los milicianos, quienes en descarga cerrada y a cierta distancia, dispararon sobre él. A pesar de los muchos impactos recibidos en su cuerpo, no cayó a tierra, iniciando su vía martirial, con la sotana rasgada por un lado, su espalda derramando sangre en dirección a su casa.
Cuando llegaba frente a la taberna de un tal Clemente, recibe de frente la segunda descarga mortal. Fue entonces cuando su fuerte humanidad, doblegándose, cayó por primera vez por tierra. Cuando todos le dan por muerto, don Agrícola, a duras penas, incorpora medio cuerpo y logra poder sentarse sobre el bordillo de la acera.
Como, a pesar de tantos disparos, sus adversarios aún no habían podido terminar de una vez con él, un fuerte miliciano se acercó a aquel cuerpo martirizado y propinándole una feroz patada en el pecho, lanzó instantáneamente a don Agrícola boca arriba; no conforme el agresor, lo pisoteó cruelmente y se puso a bailar grotescamente sobre el cuerpo yacente.
Momentos después, al ver que el cura seguía con vida, se aproximó a él una joven miliciana, a quien llamaban la Morena, y disparó sobre el pecho del que había sido su párroco.
Una vez ya en la caja, como esta era un tanto pequeña y don Agrícola, sin ser grueso, era muy recio, al no caber bien no podían cerrarla, quedando visible parte del cadáver; para evitarlo, al tener que pasar por varias calles hasta llegar al cementerio, un miliciano se sentó sobre la tapa del ataúd para reducir lo más posible con su peso la abertura y conseguir así la menor visibilidad del cuerpo del muerto; tal individuo refirió que al sentirse oprimido el cuerpo de don Agrícola por el peso que llevaba encima, daba golpes con los puños contra la tapa de la caja.
Así debió ser pues según contó Eladio Romeral, marxista muy significado y paisano del mártir que presenció el sepelio, “antes de introducirle en la fosa tuvieron que darle un tiro en la cabeza, porque aún conservaba algo de vida”.
Tras su muerte martirial se convierte en el protomártir del clero toledano.
Dónde venerar sus reliquias
El 12 de diciembre de 1940 su cuerpo fue trasladado desde el cementerio de Mora al pasillo central de la parroquia de Nuestra Señora de Altagracia de Mora de Toledo, donde permaneció durante décadas velando por los sacerdotes y feligreses. Tras su beatificación, el 28 de octubre de 2007, sus restos fueron colocados (en la foto, bajo estas líneas, el preciso momento en que los sacerdotes proceden a su ubicación) en una preciosa urna y trasladados al altar mayor, donde otrora celebrara la Santa Misa.
El obispo auxiliar de Toledo, monseñor Carmelo Borobia Isasa, el 15 de febrero de 2009, presidió la santa Misa de traslado de los restos al altar mayor de la parroquia.
Así lo explicó don Carmelo en la homilía de aquel día:
Me siento profundamente conmovido al celebrar la Eucaristía en esta hermosa iglesia de Mora, que tuvo la dicha de acoger la actividad pastoral del beato Agrícola y sobre sus sagradas reliquias. Felicidades porque sois un pueblo bendecido por el Señor.
Se ha dicho que desde las persecuciones de los primeros siglos de la Iglesia no había habido otra semejante a la persecución religiosa del siglo XX sufrida en nuestra Patria. Creo que es verdad: en todos los sentidos: por el número tan crecido de mártires y por la calidad de su fidelidad… y también en esta consecuencia que bien pudiéramos llamar “litúrgica”: la Iglesia, desde el principio tuvo un especial interés por celebrar la Eucaristía sobre los sepulcros de los mártires y por eso, luego, cuando pasó la época de las persecuciones, a partir del s. IV, quiso seguir colocando bajo el ara del altar, las reliquias insignes de los cuerpos de los santos. Es esto lo que -con tanto acierto como cariño- estamos haciendo nosotros esta tarde. Las sagradas reliquias del beato Agrícola, bajo el ara del altar de esta parroquia de Mora, os recordarán siempre que el Señor ha sido especialmente generoso con vosotros. Y que entre los virtuosos pastores que ha querido poner al frente de vuestra parroquia, quiso daros también un sacerdote santo, don Agrícola que ha dejado entre vosotros, el rastro indeleble de la santidad, llevada al extremo de dar la vida.
Los sacerdotes pasan por las parroquias: a lo largo de su vida un sacerdote puede pasar por seis o siete parroquias, todas queridas, todas distintas, todas dejando en su corazón un recuerdo singular e imborrable. Y de la misma manera, para las parroquias, cada párroco es diferente: y a cada uno se le recuerda de un modo distinto: el que trabajó más con los jóvenes, el que hizo las obras, el que predicaba bien, el que era especialmente caritativo. Al beato Agrícola que, en los casi ocho años de su presencia entre vosotros os habló de Cristo con sus palabras y sus obras, le recordareis como el “párroco que dio su vida por vosotros”: sus reliquias, aquí bajo el altar, para vosotros harán imborrable este recuerdo, porque, efectivamente, así, en la literalidad de las palabras, don Agrícola dio su vida por vosotros. Cada cristiano, en el momento de nuestro bautismo hemos sido identificados con Cristo. En todo sacerdote además, por el Sacramento del Orden, se renueva y se afianza de un modo singular esa identificación con Cristo para que pueda amar con el corazón de Cristo a todo y a todos, pero particularmente a todas aquellas almas que son puestas bajo su cuidado pastoral. Y Cristo nos ama a cada uno, de modo individual, como personas, porque para Dios no hay multitudes. Si el martirio es –decimos, y es en verdad- la suprema identificación con Cristo, del mismo modo que todos los hombres estábamos en el corazón de Cristo en el momento de su Sacrificio en la Cruz, así también cada uno de vosotros estaba en el corazón sacerdotal de don Agrícola, cuando en las mismas puertas de su parroquia, aquel 21 de Julio de 1936, su alma volaba al cielo. Atrás quedaba su cuerpo inmolado como el de Cristo: este cuerpo sagrado sobre el que, aquí en esta parroquia de Mora, que fue la suya, cada día se ofrecerá el santo sacrificio de la Misa.
No quiero hablar de los detalles del martirio del beato Agrícola: los conocemos bien. Pero sí quiero subrayar sus consecuencias. Don Agrícola con su vida, y también con su muerte, nos habló del cielo, y nos enseñó el camino para llegar a él. Por eso la primera consecuencia de su martirio no puede ser otra que el sentirnos movidos a imitarle. La beatificación de un cristiano -y mucho más de un mártir- estrictamente a él, ni le quita ni le añade gloria: se le declara “beato” y “santo” para proponérnoslo como “modelo”.
El Beato Agrícola, igual que los otros 497 compañeros mártires, beatificados con él, supo descubrir que la vida de los cristianos -nuestra vida- está continuamente en las manos de Dios, y que solo así es como alcanza su sentido pleno: su martirio fue la consumación de lo que en ellos había sido lo habitual: y como habían vivido “en las manos de Dios”, así murieron: el martirio de la sangre es un don extraordinario que Dios concede a algunos. Y es muy posible que a ninguno de nosotros el Señor nos pida el martirio de la sangre, pero lo que sí es seguro es que a todos Dios nos pide ese “martirio incruento” que supone el vivir gozosamente nuestra fe y nuestra pertenencia a la Iglesia en medio de unas circunstancias que hoy son totalmente adversas, y en medio de una sociedad, la nuestra, que no solamente no necesita a Dios sino que, abiertamente, ha decidido ir contra Él. Cada día los cristianos experimentaremos como se hace más fuerte la presión social anticristiana: y se nos ridiculizará, y se nos querrá borrar de la vida pública, arrinconándonos en las sacristías, como ya se nos está arrinconando en las escuelas. Irán contra nosotros pero en el fondo van contra Dios, porque es a Dios a quienes quisieran quitar de en medio.
En el bautismo se nos invita a poner nuestra vida en las manos de Dios: Nuestro bautismo es el inicio de un camino –el camino de nuestra vida- destinado a concluir felizmente, cuando tras nuestra muerte lleguemos a la presencia de Dios, y el Señor - a todos- nos pueda reconocer “de los suyos”: entonces descubriremos que habrá merecido la pena arrostrar sacrificios e incomodidades por mantenernos fieles a Cristo.
Don Agrícola, párroco y mártir, nos está señalando el cielo: nos está diciendo que el Cielo es nuestra meta: que el premio prometido se confunde con nuestro destino eterno: vivir eternamente amando en Dios y eternamente amados por Él. Dios nos creó para eso, y para eso, Cristo con su Muerte y Resurrección, nos ha recreado.
El camino del cielo ya lo sabemos: es el camino de la fidelidad, y el equipaje son nuestras buenas obras. Don Agrícola no improvisó su martirio. Don Jorge López Teulón ha afirmado que “de don Agrícola como de sus trece compañeros, se hubiera podido iniciar el proceso de beatificación sin necesidad de martirio, porque realmente sus vidas y sus obras les hacían acreedores de tal reconocimiento”. Por eso cuando llegó el momento estaban preparados. Nos impresionan sus vidas totalmente en las manos de Dios, y precisamente por ello, totalmente entregados a su vocación: Y no solamente don Agrícola y sus compañeros, que eran sacerdotes: entre nuestros mártires hubo también muchos laicos, hombres y mujeres, jóvenes casi todos, pero también algunos ya de edad más madura: El martirio fue la rúbrica de sangre de su fidelidad a Cristo vivida en el día a día: en la vida profesional, en la vida familiar y también en la vida pública. Vosotros conocéis bien los numerosos testimonios martiriales que se dieron en esta parroquia de Mora: fueron el fruto fecundo de la siembra del padre Cuadrado primero y luego de don Agrícola: permitidme recordar a Dolores y a Carmen Cano Sobreroca, mujeres de esta parroquia, dedicadas desde su compromiso en la Acción Católica, a servicio del Señor y a la ayuda de los más pobres y necesitados. Ninguna improvisó su martirio, por eso a todos, la llamada del Señor los cogió preparados. Pero ¿y nosotros? ¿Nos encontraría el Señor dispuestos a seguirle si ahora, como a ellos, se nos exigiese el supremo testimonio de fidelidad?
Dije antes que al beatificar o canonizar a alguien la iglesia nos lo propone como modelo, pero nos lo está proponiendo también como intercesor. Y los que, como el Beato Agrícola nos quisieron tanto, ahora en el Cielo nos quieren más, porque nos quieren en Dios, y tal como nos quiere Dios. No buscar la intercesión de los santos es simple y llanamente falta de fe. ¿Cómo no va a interceder por sus queridos feligreses Don Agrícola si, como el Buen Pastor dio la vida por vosotros?: Descubrid el inmenso potencial evangelizador que se contiene en la vida, en el martirio y en la glorificación de vuestro párroco mártir. Si el Señor os ha querido hacer este don, acudid a él. Acudid al Beato Agrícola, conoced su vida y su muerte. Reavivad la experiencia de su amor entregado como el de Cristo, de quien no quiso ser otra cosa más que fidelísimo colaborador. Hablad a vuestros niños de que aquí hubo un sacerdote santo que os amó –y que os ama por encima de cualquier otra consideración-, tanto que dio su vida por vosotros.
Y yo en vuestro nombre, me atrevo a pedirle hoy al Beato Agrícola, que aquí en Mora, de su mano, muy pronto surjan nuevas vocaciones sacerdotales. La vitalidad de una parroquia se pone de manifiesto, en buena medida, en el número de vocaciones sacerdotales y religiosas que es capaz de suscitar en su seno. También un día en su Consuegra natal, aquel niño al que hoy estamos celebrando, se planteo el seguir al Señor más estrechamente. Y porque dijo sí, hoy la Iglesia nos lo propone como modelo y como intercesor.
Os encomiendo a todos a la Santísima Virgen María a la que con confianza filian invocáis como Nuestra Señora de la Antigua, a San José y a todos los santos, y también al Beato Agrícola y a todos nuestros beatos mártires: en el s. XX, el más hermoso fruto de santidad de la Iglesia de España y posiblemente del mundo entero. Que la Sagrada Comunión que ahora, dentro de unos momentos recibiremos debidamente preparados, nos haga pregustar ya anticipadamente el gozo eterno del cielo.
Así que ahora, cuando entramos en la parroquia de Mora, al dirigir nuestra vista al Sagrario para presentar nuestras oraciones al Señor, nuestra mirada se topará con las reliquias de aquel que “no quiso ser otra cosa más que fidelísimo colaborador de Cristo” y que siempre intercederá por nosotros. ¡Beato Agrícola Rodríguez, protomártir del clero toledano, ruega para que los sacerdotes sean santos! ¡Beato Agrícola Rodríguez, ruega por España, por la archidiócesis de Toledo y por tu pueblo de Mora!
Agrícola Rodríguez García de los Huertos nació el 18 de marzo de 1896 en Consuegra (Toledo). A los siete años de edad se separa de sus padres para marchar a Burgos, donde estudia en el colegio de los Hermanos Maristas. En 1908 se incorpora al Seminario Mayor de Toledo, para continuar la carrera eclesiástica en los cursos de latín, filosofía y teología con las máximas calificaciones. En 1921 obtiene el doctorado en Sagrada Teología. Fue ordenado sacerdote el 21 de julio de 1918. En sus dieciocho años de vida sacerdotal ejerció el ministerio en Villacañas, Guadamur y en Mora de Toledo.
Coinciden los testigos en señalar su ejemplaridad en el ejercicio de su ministerio sacerdotal. Era hombre dotado de buenas cualidades humanas, que son tan apreciables en el trato pastoral: agradable y educado en el trato, ordenado, puntual, limpio, justo, inteligente y culto, dotado de gran serenidad y fortaleza.
Y junto a estas virtudes naturales, brillaban en él las específicamente pastorales, como lo eran su profunda vida de oración: todos los días estaba en el templo desde las seis de la mañana, rezando el breviario, preparándose para la santa misa y confesando a los fieles hasta las nueve en que celebraba la Eucaristía; su dedicación celosa y exclusiva al ministerio sacerdotal, su facilidad para la predicación, su dedicación a la catequesis especialmente de los niños, su atención a los enfermos y a los pobres con visitas y con limosnas.
Desde 1931, con el advenimiento de la Segunda República, se creó un ambiente cada vez más hostil a la Iglesia. Don Agrícola lo experimentó en su propia vida con acusaciones por parte de los enemigos de la Iglesia, que le llevaron a la cárcel y al destierro de su parroquia durante tres meses. Cuando se lo permitieron, volvió a su parroquia de Mora, sabiendo a lo que se exponía. Y allí permaneció hasta su martirio, sin abandonar en ningún momento el rebaño encomendado.
El ABC del 12 de diciembre de 1931 informa de ello con el título “Causa sobreseída”. En el cuerpo de la noticia puede leerse que “el juez de instrucción de Madridejos ha sobreseído la causa instruida contra el párroco de Mora, don Agrícola Rodríguez por la denuncia que en los pasados meses se formuló contra él, acusándole de haber pronunciado frases gravemente ofensivas para los republicanos en un sermón predicado en Manzaneque. Por esta denuncia, que ha resultado infundada, el Sr. Rodríguez estuvo encarcelado”.
Martirio
El 21 de julio de 1936 quedó grabado a fuego en los anales de la multisecular historia de la archidiócesis toledana. Ese día comenzó el exterminio del clero toledano. Como recuerda monseñor Jaime Colomina Torner, después de las diócesis de Barbastro y Lérida, la nuestra sigue en el tercer puesto -en esta desafortunada clasificación- con el 50% de los sacerdotes asesinados. Ese 21 de julio la Guardia Civil salió de Mora camino de Toledo. Entonces se desataron las furias de los marxistas, y buscaron al sacerdote para eliminarlo.
Cuando semanas antes de la beatificación de 2007 exhumamos los restos de don Agrícola, al recoger con piedad el cráneo de tan insigne párroco, el plomo caía en la cuenca de nuestras manos. El tiro mortal que atravesó su cabeza nos hacía regresar a la intensidad vivida por él en los últimos momentos de su vida.
Todavía hoy en día una placa, en la fachada posterior de la iglesia parroquial recuerda, aquel momento doloroso: “Serían como las cuatro o cinco de la tarde del 21 de julio”, afirma Luis Lillo.
“A esa hora don Agrícola abrió la puerta de la sacristía y pidió a los milicianos que respetaran a las mujeres y al niño, que quedaban en su interior. Entonces dijeron:
-Venimos solo a por ti, tira p’adelante.
Al verlo los milicianos, mandaron a las mujeres que se disgregaran, quedando don Agrícola totalmente al descubierto ante la mirada de odio de los milicianos, quienes en descarga cerrada y a cierta distancia, dispararon sobre él. A pesar de los muchos impactos recibidos en su cuerpo, no cayó a tierra, iniciando su vía martirial, con la sotana rasgada por un lado, su espalda derramando sangre en dirección a su casa.
Cuando llegaba frente a la taberna de un tal Clemente, recibe de frente la segunda descarga mortal. Fue entonces cuando su fuerte humanidad, doblegándose, cayó por primera vez por tierra. Cuando todos le dan por muerto, don Agrícola, a duras penas, incorpora medio cuerpo y logra poder sentarse sobre el bordillo de la acera.
Como, a pesar de tantos disparos, sus adversarios aún no habían podido terminar de una vez con él, un fuerte miliciano se acercó a aquel cuerpo martirizado y propinándole una feroz patada en el pecho, lanzó instantáneamente a don Agrícola boca arriba; no conforme el agresor, lo pisoteó cruelmente y se puso a bailar grotescamente sobre el cuerpo yacente.
Momentos después, al ver que el cura seguía con vida, se aproximó a él una joven miliciana, a quien llamaban la Morena, y disparó sobre el pecho del que había sido su párroco.
Una vez ya en la caja, como esta era un tanto pequeña y don Agrícola, sin ser grueso, era muy recio, al no caber bien no podían cerrarla, quedando visible parte del cadáver; para evitarlo, al tener que pasar por varias calles hasta llegar al cementerio, un miliciano se sentó sobre la tapa del ataúd para reducir lo más posible con su peso la abertura y conseguir así la menor visibilidad del cuerpo del muerto; tal individuo refirió que al sentirse oprimido el cuerpo de don Agrícola por el peso que llevaba encima, daba golpes con los puños contra la tapa de la caja.
Así debió ser pues según contó Eladio Romeral, marxista muy significado y paisano del mártir que presenció el sepelio, “antes de introducirle en la fosa tuvieron que darle un tiro en la cabeza, porque aún conservaba algo de vida”.
Tras su muerte martirial se convierte en el protomártir del clero toledano.
Dónde venerar sus reliquias
El 12 de diciembre de 1940 su cuerpo fue trasladado desde el cementerio de Mora al pasillo central de la parroquia de Nuestra Señora de Altagracia de Mora de Toledo, donde permaneció durante décadas velando por los sacerdotes y feligreses. Tras su beatificación, el 28 de octubre de 2007, sus restos fueron colocados (en la foto, bajo estas líneas, el preciso momento en que los sacerdotes proceden a su ubicación) en una preciosa urna y trasladados al altar mayor, donde otrora celebrara la Santa Misa.
El obispo auxiliar de Toledo, monseñor Carmelo Borobia Isasa, el 15 de febrero de 2009, presidió la santa Misa de traslado de los restos al altar mayor de la parroquia.
Así lo explicó don Carmelo en la homilía de aquel día:
Me siento profundamente conmovido al celebrar la Eucaristía en esta hermosa iglesia de Mora, que tuvo la dicha de acoger la actividad pastoral del beato Agrícola y sobre sus sagradas reliquias. Felicidades porque sois un pueblo bendecido por el Señor.
Se ha dicho que desde las persecuciones de los primeros siglos de la Iglesia no había habido otra semejante a la persecución religiosa del siglo XX sufrida en nuestra Patria. Creo que es verdad: en todos los sentidos: por el número tan crecido de mártires y por la calidad de su fidelidad… y también en esta consecuencia que bien pudiéramos llamar “litúrgica”: la Iglesia, desde el principio tuvo un especial interés por celebrar la Eucaristía sobre los sepulcros de los mártires y por eso, luego, cuando pasó la época de las persecuciones, a partir del s. IV, quiso seguir colocando bajo el ara del altar, las reliquias insignes de los cuerpos de los santos. Es esto lo que -con tanto acierto como cariño- estamos haciendo nosotros esta tarde. Las sagradas reliquias del beato Agrícola, bajo el ara del altar de esta parroquia de Mora, os recordarán siempre que el Señor ha sido especialmente generoso con vosotros. Y que entre los virtuosos pastores que ha querido poner al frente de vuestra parroquia, quiso daros también un sacerdote santo, don Agrícola que ha dejado entre vosotros, el rastro indeleble de la santidad, llevada al extremo de dar la vida.
Los sacerdotes pasan por las parroquias: a lo largo de su vida un sacerdote puede pasar por seis o siete parroquias, todas queridas, todas distintas, todas dejando en su corazón un recuerdo singular e imborrable. Y de la misma manera, para las parroquias, cada párroco es diferente: y a cada uno se le recuerda de un modo distinto: el que trabajó más con los jóvenes, el que hizo las obras, el que predicaba bien, el que era especialmente caritativo. Al beato Agrícola que, en los casi ocho años de su presencia entre vosotros os habló de Cristo con sus palabras y sus obras, le recordareis como el “párroco que dio su vida por vosotros”: sus reliquias, aquí bajo el altar, para vosotros harán imborrable este recuerdo, porque, efectivamente, así, en la literalidad de las palabras, don Agrícola dio su vida por vosotros. Cada cristiano, en el momento de nuestro bautismo hemos sido identificados con Cristo. En todo sacerdote además, por el Sacramento del Orden, se renueva y se afianza de un modo singular esa identificación con Cristo para que pueda amar con el corazón de Cristo a todo y a todos, pero particularmente a todas aquellas almas que son puestas bajo su cuidado pastoral. Y Cristo nos ama a cada uno, de modo individual, como personas, porque para Dios no hay multitudes. Si el martirio es –decimos, y es en verdad- la suprema identificación con Cristo, del mismo modo que todos los hombres estábamos en el corazón de Cristo en el momento de su Sacrificio en la Cruz, así también cada uno de vosotros estaba en el corazón sacerdotal de don Agrícola, cuando en las mismas puertas de su parroquia, aquel 21 de Julio de 1936, su alma volaba al cielo. Atrás quedaba su cuerpo inmolado como el de Cristo: este cuerpo sagrado sobre el que, aquí en esta parroquia de Mora, que fue la suya, cada día se ofrecerá el santo sacrificio de la Misa.
No quiero hablar de los detalles del martirio del beato Agrícola: los conocemos bien. Pero sí quiero subrayar sus consecuencias. Don Agrícola con su vida, y también con su muerte, nos habló del cielo, y nos enseñó el camino para llegar a él. Por eso la primera consecuencia de su martirio no puede ser otra que el sentirnos movidos a imitarle. La beatificación de un cristiano -y mucho más de un mártir- estrictamente a él, ni le quita ni le añade gloria: se le declara “beato” y “santo” para proponérnoslo como “modelo”.
El Beato Agrícola, igual que los otros 497 compañeros mártires, beatificados con él, supo descubrir que la vida de los cristianos -nuestra vida- está continuamente en las manos de Dios, y que solo así es como alcanza su sentido pleno: su martirio fue la consumación de lo que en ellos había sido lo habitual: y como habían vivido “en las manos de Dios”, así murieron: el martirio de la sangre es un don extraordinario que Dios concede a algunos. Y es muy posible que a ninguno de nosotros el Señor nos pida el martirio de la sangre, pero lo que sí es seguro es que a todos Dios nos pide ese “martirio incruento” que supone el vivir gozosamente nuestra fe y nuestra pertenencia a la Iglesia en medio de unas circunstancias que hoy son totalmente adversas, y en medio de una sociedad, la nuestra, que no solamente no necesita a Dios sino que, abiertamente, ha decidido ir contra Él. Cada día los cristianos experimentaremos como se hace más fuerte la presión social anticristiana: y se nos ridiculizará, y se nos querrá borrar de la vida pública, arrinconándonos en las sacristías, como ya se nos está arrinconando en las escuelas. Irán contra nosotros pero en el fondo van contra Dios, porque es a Dios a quienes quisieran quitar de en medio.
En el bautismo se nos invita a poner nuestra vida en las manos de Dios: Nuestro bautismo es el inicio de un camino –el camino de nuestra vida- destinado a concluir felizmente, cuando tras nuestra muerte lleguemos a la presencia de Dios, y el Señor - a todos- nos pueda reconocer “de los suyos”: entonces descubriremos que habrá merecido la pena arrostrar sacrificios e incomodidades por mantenernos fieles a Cristo.
Don Agrícola, párroco y mártir, nos está señalando el cielo: nos está diciendo que el Cielo es nuestra meta: que el premio prometido se confunde con nuestro destino eterno: vivir eternamente amando en Dios y eternamente amados por Él. Dios nos creó para eso, y para eso, Cristo con su Muerte y Resurrección, nos ha recreado.
El camino del cielo ya lo sabemos: es el camino de la fidelidad, y el equipaje son nuestras buenas obras. Don Agrícola no improvisó su martirio. Don Jorge López Teulón ha afirmado que “de don Agrícola como de sus trece compañeros, se hubiera podido iniciar el proceso de beatificación sin necesidad de martirio, porque realmente sus vidas y sus obras les hacían acreedores de tal reconocimiento”. Por eso cuando llegó el momento estaban preparados. Nos impresionan sus vidas totalmente en las manos de Dios, y precisamente por ello, totalmente entregados a su vocación: Y no solamente don Agrícola y sus compañeros, que eran sacerdotes: entre nuestros mártires hubo también muchos laicos, hombres y mujeres, jóvenes casi todos, pero también algunos ya de edad más madura: El martirio fue la rúbrica de sangre de su fidelidad a Cristo vivida en el día a día: en la vida profesional, en la vida familiar y también en la vida pública. Vosotros conocéis bien los numerosos testimonios martiriales que se dieron en esta parroquia de Mora: fueron el fruto fecundo de la siembra del padre Cuadrado primero y luego de don Agrícola: permitidme recordar a Dolores y a Carmen Cano Sobreroca, mujeres de esta parroquia, dedicadas desde su compromiso en la Acción Católica, a servicio del Señor y a la ayuda de los más pobres y necesitados. Ninguna improvisó su martirio, por eso a todos, la llamada del Señor los cogió preparados. Pero ¿y nosotros? ¿Nos encontraría el Señor dispuestos a seguirle si ahora, como a ellos, se nos exigiese el supremo testimonio de fidelidad?
Dije antes que al beatificar o canonizar a alguien la iglesia nos lo propone como modelo, pero nos lo está proponiendo también como intercesor. Y los que, como el Beato Agrícola nos quisieron tanto, ahora en el Cielo nos quieren más, porque nos quieren en Dios, y tal como nos quiere Dios. No buscar la intercesión de los santos es simple y llanamente falta de fe. ¿Cómo no va a interceder por sus queridos feligreses Don Agrícola si, como el Buen Pastor dio la vida por vosotros?: Descubrid el inmenso potencial evangelizador que se contiene en la vida, en el martirio y en la glorificación de vuestro párroco mártir. Si el Señor os ha querido hacer este don, acudid a él. Acudid al Beato Agrícola, conoced su vida y su muerte. Reavivad la experiencia de su amor entregado como el de Cristo, de quien no quiso ser otra cosa más que fidelísimo colaborador. Hablad a vuestros niños de que aquí hubo un sacerdote santo que os amó –y que os ama por encima de cualquier otra consideración-, tanto que dio su vida por vosotros.
Y yo en vuestro nombre, me atrevo a pedirle hoy al Beato Agrícola, que aquí en Mora, de su mano, muy pronto surjan nuevas vocaciones sacerdotales. La vitalidad de una parroquia se pone de manifiesto, en buena medida, en el número de vocaciones sacerdotales y religiosas que es capaz de suscitar en su seno. También un día en su Consuegra natal, aquel niño al que hoy estamos celebrando, se planteo el seguir al Señor más estrechamente. Y porque dijo sí, hoy la Iglesia nos lo propone como modelo y como intercesor.
Os encomiendo a todos a la Santísima Virgen María a la que con confianza filian invocáis como Nuestra Señora de la Antigua, a San José y a todos los santos, y también al Beato Agrícola y a todos nuestros beatos mártires: en el s. XX, el más hermoso fruto de santidad de la Iglesia de España y posiblemente del mundo entero. Que la Sagrada Comunión que ahora, dentro de unos momentos recibiremos debidamente preparados, nos haga pregustar ya anticipadamente el gozo eterno del cielo.
Así que ahora, cuando entramos en la parroquia de Mora, al dirigir nuestra vista al Sagrario para presentar nuestras oraciones al Señor, nuestra mirada se topará con las reliquias de aquel que “no quiso ser otra cosa más que fidelísimo colaborador de Cristo” y que siempre intercederá por nosotros. ¡Beato Agrícola Rodríguez, protomártir del clero toledano, ruega para que los sacerdotes sean santos! ¡Beato Agrícola Rodríguez, ruega por España, por la archidiócesis de Toledo y por tu pueblo de Mora!
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