Necedad y Sabiduría
Proverbios 8:32-33, 9:13
INTRODUCCION
El propósito de este artículo es el de tratar de identificar tanto al sabio como al necio, cómo es cada uno de ellos y qué debemos hacer para encaminarnos hacia la sabiduría.
Si leemos los capítulos 8 y 9 del libro de los Proverbios observaremos que se nos habla tanto de la sabiduría personificada como del llamamiento a buscarla, explicándonos además el buen resultado que provee ese camino de búsqueda, así como el mal fin que tiene su rechazo o desprecio.
Varias expresiones contenidas en el libro de los Proverbios nos confirman cómo la sabiduría nos insta a buscarla: ‘Así, pues, hijos, escuchadme’ (8:32). ‘Escuchad la enseñanza y haceos sabios’ (8:33). ‘Pues quien me encuentra, encuentra la vida y obtiene el favor de Yahvé’ (8:35). Asimismo enfatiza la dicha que supone hallar la sabiduría: ‘Dichosos los que siguen mis caminos’ (8:32). ‘Dichoso el hombre que me escucha’ (8:35).
Esta dicha de poseer la sabiduría debe ser nuestra forma de vida, una vida de paz, de comprensión y de amor, la cual conlleva justicia, integridad y bienestar. Algo totalmente opuesto a esa búsqueda es el menosprecio o rechazo de ella, tal como nos dice Proverbios 8:36 con estas palabras: ‘Mas quien me ofende, se daña a sí mismo; los que me odian, aman la muerte’. Debemos ser muy conscientes a la hora de elegir entre buscar el camino de la sabiduría o el de la necedad; el destino final de cada uno de ellos es diametralmente opuesto.
Y el capítulo 9 de Proverbios nos presenta con gran simetría dos imágenes totalmente opuestas. Los primeros seis versículos (9:1-6) nos muestran a la sabiduría como a una mujer que arregla su casa y la adorna como un edificio de la nobleza, prepara los mejores manjares, y envía a sus criados a que inviten al banquete a los inexpertos a probar los alimentos, que no son otra cosa mas que la sabiduría, con el fin de que los invitados puedan conocerla, aceptarla y seguirla en sus propias vidas.
Pero los últimos seis versículos de este mismo capítulo (1318) nos presentan a una mujer necia, quien también invita a gente a comer y a beber, pero en este caso les ofrece el agua robada, que es dulce, y el sabroso pan. Pero ignora que en la necedad habitan los fantasmas y que sus huéspedes están en el fondo del abismo.
Hemos visto que ambas, tanto la sabiduría como la necedad, ofrecen un banquete a los simples o inexpertos con el mismo argumento: ‘Quien sea inexperto, que venga aquí’ (9-4,16), pero mientras el necio acude con la mente cerrada, el sabio llega siempre dispuesto a aprender. En otras palabras, Dios premia la verdad, la caridad, la pureza de corazón y la humildad que conlleva la sabiduría, mientras que por otra parte castiga los vicios opuestos, fruto de la necedad. La fuente y el resumen de todas las virtudes es la sabiduría, que es temor de Dios, y nos muestra que sólo en Dios debemos confiar.
LA SABIDURIA
Tal vez podamos conocer a personas que tienen una o varias carreras académicas, y a otras que incluso tienen doctorado y algunas que dominan varios idiomas. Pero están totalmente aisladas de Dios y de la religión y tampoco leen la Biblia, la Palabra de Dios, fuente de inagotable sabiduría. ¿Acaso el profeta Ezequiel era menos sabio ante Dios que un doctor en Teología, a pesar de que quizás no sabía ni escribir su propio nombre?
Al igual que para acceder a la Universidad, también son necesarios determinados requisitos para adquirir la sabiduría que nos concede Dios:
· - Se debe escuchar atentamente (Mateo 13:9)
· - - Se debe obedecer con humildad (Juan 7:17)
· - Se debe pedir con sinceridad de corazón (Santiago 1:5)
Para poder obtener la sabiduría primero hay que disciplinarse, no empezar con muchas ganas y olvidarlo en los siguientes días. No debemos tener sólo sabiduría académica, sino poseer temor de Dios. Muchas personas dicen creer en Dios, pero no todas ellas tienen una sólida base bíblica sino que, por el contrario y a pesar de leer la Biblia, se abandonan en el pecado a sabiendas; desean agradar a Dios y permanecer en su presencia, pero son incapaces de ello porque les atrae más la vida mundana.
Igual que nos esforzamos por conseguir una carrera así como un determinado trabajo, deberíamos esforzarnos en buscar la auténtica sabiduría y poseerla durante toda la vida. Pensemos que cuando debamos rendir cuentas ante Dios no nos valdrán los títulos académicos ni el éxito profesional, así como tampoco los logros que hayamos alcanzado para nuestro propio beneficio, sino que sólo seremos justificados por nuestra fe en Jesucristo (Romanos 5:1).
LA NECEDAD
Hay tres peldaños de la necedad en el libro de Proverbios: el que denomina ‘simple o inexperto’, que es el primer peldaño y en el cual todavía hay esperanzas. El segundo peldaño es el de la necedad, mientras que el tercero, y por lo tanto el peldaño superior de la necedad, que es el del burlón, insolente y escarnecedor, en el cual el necio posee una actitud más deliberada y consciente que en los otros cuando hace el mal. Si no se reacciona a tiempo y con ello se produce un cambio interno de dirección, dichos peldaños irán en aumento; es decir, se afianzará la necedad y se incrementará.
Es como el hormigón en su proceso de endurecimiento; recién hecho puede dársele la forma que deseemos, pero según va pasando el tiempo se irá endureciendo y cada vez será más difícil cambiarlo. Según vayamos subiendo los peldaños la esperanza de cambio será más difícil y pequeña porque ‘aunque machaques al necio en el mortero, no le quitáis la necedad’ (Proverbios 27:22).
Una persona necia no significa que deba tener poca capacidad mental, sino que tiene una equivocada actitud mental; es decir, un menosprecio por la sabiduría y la corrección y, por consiguiente, posee desprecio hacia la verdad y la disciplina divinas: ‘El temor de Dios es el principio del conocimiento; los necios desprecian la sabiduría y la instrucción’ (Proverbios 1:7).
No se trata sólo de una falta de conocimiento, sino que está totalmente descarriado, por lo que debe hacer una elección moral y espiritual, no sólo un esfuerzo mental. Debe decidir si acudirá a la invitación del banquete de la sabiduría o al que hace la necedad. Por lo tanto, se trata de un cambio interno de dirección.
El necio no se plantea una búsqueda paciente de la sabiduría ya que no tiene la concentración necesaria para ello. Pero en cambio se imagina que puede llegar con facilidad a ser sabio, aún con un golpe de suerte, y no se da cuenta de que es un problema que tiene en su corazón el que debe cambiar.
En definitiva, la raíz del problema de la necedad es espiritual, no es la falta de capacidad mental. No tiene en su corazón reverencia por la verdad y prefiere vivir de ilusiones. En cambio el sabio lo que busca fundamentalmente no es saber muchas cosas, sino discernir su camino y, con ello, su forma de vivir. Pero el necio tiene deshonestidad mental ya que no trata de faltar a la verdad, sino que la elude. Hace prevalecer ‘su verdad’ en lugar de aceptar la verdad de Dios, pero de lo que no se da cuenta es de que la reverencia interior hacia Dios es el principio que nos irá conduciendo hacia la sabiduría, mientras que el menosprecio de la sabiduría y de la corrección nos irá hundiendo en la necedad.
De inicio todos estamos en el primer peldaño de la necedad, la cuestión es si seguimos subiendo peldaños o, por el contrario, acudiremos al otro banquete, el de la sabiduría, pero nos engañamos si pensamos que podemos quedar neutrales. La elección es solamente nuestra, de nadie más.
EL CAMBIO
San Pablo nos dice que si no estamos vueltos hacia el Señor tendremos un velo sobre la mente que nos impedirá que podamos reflejar la gloria de Dios. Y si deseamos decidir por nosotros mismos cómo vivir o en qué creer, el velo permanecerá.
Así que para cambiar necesitamos:
1.- Tomar conciencia de que no estamos vueltos hacia Jesús, sino que buscamos en otras cosas el hallar nuestra felicidad y nuestra identidad. En lugar de mirar al Señor estamos contemplando y esperando otras cosas. Debemos tomar conciencia de que nuestro acercamiento al Señor es indispensable e imprescindible para el cambio.
2.- Volvernos hacia el Señor; es decir, reconocerle como la sabiduría que Dios ha previsto para cada uno de nosotros, la cual nos justifica, libera y santifica. Poner en Él y sólo en Él, nuestra esperanza de gloria. Y no temer a nuestra flaqueza porque es en ella que Él nos permitirá ver su poder.
Así, mirando hacia el Señor y sin eludir la verdad y la sinceridad de lo que somos, iremos reflejando su gloria en nosotros cada día más; es decir, se irán produciendo profundas transformaciones en nuestro interior, todas ellas realizadas por medio del Espíritu Santo. Sólo así iremos pasando de nuestra neutral necedad a su amorosa sabiduría.
‘Así pues, hijos, escuchadme, dichosos son los que siguen mis caminos. Escuchad la enseñanza y haceos sabios, no la rechacéis. Dichoso el hombre que me escucha velando a mis puertas día tras día, guardando los dinteles de mi entrada. Pues quien me encuentra, encuentra la vida y obtiene el favor de Yahvé. Mas quien me ofende se daña a sí mismo; los que me odian, aman la muerte’.
Proverbios 8:32-36
Señor,
He llegado de tomar café en el bar,
vengo por la ribera del mar pensativo
por cuanto he oído a la gente.
Todos estaban hablando de política,
todos querían imponer sus opiniones,
fuera como fuera, a los demás.
Era difícil seguir la conversación
ya que todos hablaban al mismo tiempo,
tuvieran o no razón.
Así es nuestra sabiduría:
gritar más que los otros.
Y si tú no participas,
te toman por necio o por loco.
Y al llegar a casa, leo a Pablo.
Nuestra sabiduría es una necedad para ti.
Te doy, Señor, toda la razón.
Nuestra sabiduría humana es sólo un reflejo
de la tuya ya que, sin gritar, nos dices la verdad
sin tapujos, sin acritud, sin vanidad.
¿Por qué será, Señor, que no te miramos
ni en ti pensamos cuando hablamos a lo humano,
siendo tú la certeza de nuestra ciencia
y la sabiduría que nos hace gustar tu mundo
que es tan divino y tan humano?
La sabiduría de este mundo es necedad para Dios
Padre Felipe Santos Campaña SDB