Distinguir entre el sínodo virtual y el real

 Antes de entrar en materia, ¿qué es un sínodo? La respuesta nos la da el Código de Derecho Canónico en el canon 342: “es una asamblea de Obispos escogidos de las distintas regiones del mundo, que se reúnen en ocasiones determinadas para fomentar la unión estrecha entre el Romano Pontífice y los Obispos, y ayudar al Papa con sus consejos para la integridad y mejora de la fe y costumbres y la conservación y fortalecimiento de la disciplina eclesiástica, y estudiar las cuestiones que se refieren a la acción de la Iglesia en el mundo”. Toda vez que no autoriza cambios en la doctrina, podemos estar seguros que los debates se darán -tal y cual debe ser- a nivel pastoral. De ahí que se hable precisamente de “la acción de la Iglesia en el mundo” y no de cambiar la verdad que ha sido revelada por Jesús para que se preserve de forma íntegra a favor de las nuevas generaciones. Ciertamente, la tesis del cardenal Kasper sobre los divorciados vueltos a casar, ganó -con justa razón- varios titulares; sin embargo, conviene distinguir entre lo real y lo mediático. Nadie discute que tocó fibras sensibles, pero eso de ninguna manera significa que el Papa vaya a cambiar la esencia del matrimonio, porque simple y sencillamente carece de autoridad para hacerlo por tratarse de un punto definido por Jesús en el Evangelio. Toda especulación en ese sentido tiene que resultarnos más bien sensacionalista, ligada a mantener el “rating”. Que a los medios de comunicación seculares les interese el desarrollo del sínodo es algo normal, bueno, positivo, pero siempre respetando las fuentes. Por lo tanto, ante la duda lo mejor es acudir a los boletines avalados por el P. Federico Lombardi S.I., quien es el vocero oficial de la Santa Sede. En el peor de los casos, si uno o varios padres sinodales perdieran el buen juicio, queda la garantía del Papa para subsanarlo, pues retomando el ordenamiento antes citado, dice el canon 344: “el sínodo de los Obispos está sometido directamente a la autoridad del Romano Pontífice…”.

 Siempre que hay un gran acontecimiento en la vida de la Iglesia, aparecen simultáneamente muchas versiones, algunas descabelladas. Si miramos en retrospectiva, recordaremos lo que pasó alrededor del Concilio Vaticano II. Se le dio más importancia al juicio de los observadores externos que a los documentos elaborados por los propios padres conciliares. En palabras del Papa emérito Benedicto XVI, hubo un “concilio virtual” que sirvió de pretexto para hacer de la fe una ideología. Cada quien quiso interpretarlo a su manera, distorsionándolo. Todavía hoy seguimos profundizando en el Vaticano II precisamente para poder distinguir entre el mito y lo que verdaderamente sucedió, quedando claro que la única interpretación válida es la que el Papa Pablo VI definió como la “hermenéutica de la continuidad”. La historia también sirve para aprender de los errores del pasado. De ahí la importancia de evitar hacer del sínodo una novela ligada a la ciencia ficción; es decir, desconectado de lo que realmente está pasando.

 Ahora bien, ¿qué se espera del sínodo? Dejarse interpelar por la realidad en vez de darle la vuelta o mirar hacia otro lado. De hecho, el Papa Francisco no lo convocó para “dinamitar” la doctrina, sino con el objetivo de alcanzar la urgente “conversión pastoral” de la que ya hablaba el documento de Aparecida (2007) y que vale para toda la Iglesia. El matrimonio nunca ha sido el problema, sino la falta de preparación y acompañamiento al recibirlo. Y esto es un defecto pastoral que hay que corregir en todas partes. La única forma realista de llevarlo a cabo, es mediante la sana autocrítica, al tiempo que se busquen nuevas estrategias pastorales dentro del respeto por la unión y la verdad.