Campanas en la noche
por Sólo Dios basta
Sentado y apoyado sobre los muros del monasterio de La Encarnación contemplo al fondo iluminadas las murallas de la ciudad de Ávila y de repente comienzan a sonar las campanas. Avisan que se acerca la Virgen de la Misericordia. Es de noche. Son cerca de las once. Queda poco para concluir el día. Por la mañana en el convento de “La Santa”, convento de carmelitas descalzos levantado sobre el solar de la casa natal de Santa Teresa de Jesús, ha tenido lugar un gran acontecimiento: la ordenación de un nuevo sacerdote en el Carmelo Descalzo. Se llama Pablo. Es el tercero que se ordena este año. Antes, en febrero, Jesús recibe la ordenación en Sevilla y hace pocos días, en mayo, sucede lo mismo con Andrew en Barcelona. Tres hermanos míos que han llegado al sacerdocio y por los que pido oraciones a los que lean estas líneas. Acaban de ordenarse y tenemos que apoyarles, acompañarles y animarles con nuestra oración. Y puestos a pedir añado también a Diego y a Isaac, dos seminaristas de Burgos que conozco desde que entraron al seminario y que van a ser ordenados el próximo día 15 en la catedral de su diócesis.
Hacía mucho tiempo que no estaba en Ávila y al fin tengo la dicha de volver a la tierra de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. No es una noche cualquiera. Es la víspera de la Ascensión. Por eso baja la Virgen de la Misericordia hasta la iglesia conventual de La Encarnación. ¡Qué modo de entender esta fiesta! La Misericordia de las entrañas maternales de la Virgen María nos abre y nos une a la gloria de la Ascensión de su Hijo al cielo. La misericordia nos abre las puertas del cielo. Al día siguiente es su fiesta y en estos muros centenarios aguarda la celebración de la solemnidad de la Ascensión de su Hijo para salir por las calles de Ávila.
En esta noche todo se calla, las luces dan vida a la ciudad, hay un nuevo sacerdote carmelita descalzo y suenan las campanas de La Encarnación. Hay paz, mucha paz. Empiezan a escucharse los cohetes y las gaitas de la procesión. El silencio vivido momentos antes se rompe, se acaba, se transforma. Vemos la imagen en andas que llega al monasterio. El himno de España suena con intensidad mientras la Virgen de la Misericordia entra en la casa de la Madre Teresa de Jesús. Sube hasta el altar mayor de la iglesia llevada por jóvenes portadores. Se entonan los últimos cantos y después de la oración y bendición termina el acto mariano. Cada uno regresa a su casa.
Vuelvo al patio de La Encarnación que da paso a la “ermitilla” de San Pedro de Alcántara que me dejan las madres carmelitas descalzas cerca del locutorio. Antes de entrar termino de rezar el rosario que he interrumpido al llegar la Virgen de la Misericordia. Al inicio afuera en la calle, ahora adentro, en el patio. Es un patio especial, en el centro está la cruz y alrededor seis círculos concéntricos cada vez más pequeños hasta llegar a la cruz que es la séptima morada, la unión con Cristo. Es un resumen gráfico de uno de los libros de Santa Teresa, el conocido Castillo interior. Todo en Ávila hace poner la mirada en la gran santa castellana.
Digo adiós a un día precioso. Un día muy especial si sumamos que hoy cumplía los años una gran amiga, Vicki, que el Señor quiso llamar junto a sí el pasado Domingo de Ramos de madrugada. Está presente en Ávila, seguro que habría venido a celebrarlo en esta fecha tan singular. La noto muy cerca de mí. Y me ha hecho un gran regalo. Poder venir a Ávila después de tanto tiempo sin volver por estas tierras que tanto me dicen, por estas calles que tantos recuerdos me traen, con estas gentes que tanto he compartido unido a mis hermanas las carmelitas descalzas de San José y de La Encarnación y a mis hermanos los carmelitas descalzos que nos hemos reunido para imponer las manos al nuevo sacerdote. Un regalo muy especial y que agradezco mucho. Poderlo celebrar de este modo, en este lugar y sin buscarlo por mi parte. Pura gracia, puro regalo, pura presencia.
Todo esto tiene lugar el uno de junio: el cumpleaños de mi amiga Vicki, la ordenación sacerdotal de Pablo y la llegada a la Encarnación de la Virgen de la Misericordia. Todo es misericordia. Todo está puesto en las manos de nuestra Madre la Virgen; es sábado. Ella nos cuida y nos invita a vivir con la fe en su Hijo Jesucristo que cuenta con un pastor más para cuidar del rebaño del Carmelo Descalzo, con la esperanza de la resurrección a la vida verdadera al recordar a Vicki, y con el amor de una Madre que siempre está con nosotros, nos une a su Hijo y nos marca el camino, mirar hacia el cielo; y saber que un día también viviremos la “ascensión” en primera persona. Estos hechos acontecen en Ávila, a los pies de La Encarnación, con colmada añoranza del tiempo que viví en esta ciudad, con inmenso gozo de volver a saborear el silencio de la noche abulense y con desbordante agradecimiento de todo lo vivido en este día que termina mientras escucho campanas en la noche.