Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Dios nos devuelve la imagen perdida. San Efrén de Siria

Dios nos devuelve la imagen perdida. San Efrén de Siria

por La divina proporción

La parábola de los obreros de la hora undécima no es sencilla de comprender. Hace unos días, escuché en Radio María a varias personas que llamaron quejándose de lo poco justo que parece Dios con los obreros. Medimos la justicia y la misericordia de Dios con nuestros erróneos juicios y humanas medidas. En nosotros anida la envidia nos impide comprender la justicia y la misericordia que Dios nos ofrece. 

Estos hombres querían trabajar pero «nadie les había contratado»; eran trabajadores, pero sin hacer nada por falta de trabajo y de amo. Seguidamente, una voz les ha contratado, una palabra los ha puesto en camino y, en su celo, no ajustaron el precio de su trabajo como lo habían hecho los primeros. El amo ha evaluado su trabajo con prudencia y les ha pagado tanto como a los demás. Nuestro Señor pronunció esta parábola para que nadie diga: «Puesto que no fui llamado cuando era joven, no puedo ser recibido». Enseñó que, sea cual sea el momento de su conversión, todo hombre es acogido. [...] 

Lo que damos a Dios es muy poco digno de él y lo que nos da es muy superior a nosotros. Se nos contrata para un trabajo proporcionado a nuestras fuerzas, pero se nos propone un salario mucho mayor que el que merece nuestro trabajo. [...] Se trata de la misma manera a los primeros que a los últimos; «recibieron un denario cada uno» que llevaba la imagen del Rey. Todo esto significa el pan de vida (Jn 6, 35) que es el mismo para todos; es único el remedio de vida para los que lo comen. 

En el trabajo de la viña no se puede reprochar al amo su bondad, y nada hay que decir de su rectitud. Según su rectitud da tal como estaba convenido, y según su bondad, muestra su misericordia como quiere. Es  para darnos esta enseñanza que nuestro Señor dijo esta parábola, y la resumió con estas palabras: «¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? » (San Efrén el Sirio, Diatessaron, 15, 1517) 

Dios conviene con nosotros un sañario que no tiene nada que ver con el momento en que le aceptamos como nuestro Señor. Lo importante para Dios es el tiempo y la dureza del trabajo que realicemos, sino el “que enlaza nuestra voluntad humana, a la Voluntad de Dios. San Efrén lo deja claro cuando nos señala: “una voz les ha contratado, una palabra los ha puesto en camino”. El sí es la respuesta que Dios espera de nosotros, cuando nos llama para ponernos en camino. Es el sí de María, que se evidencia en la frase “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”(Lc 1, 38). Es el sí de Cristo, que antes de iniciar la pasión ora al Padre pidiendo “aparta de mí este cáliz; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras Tú” (Lc 22, 42). Es el sí de Samuel: “Elí dijo a Samuel: Ve y acuéstate, y si El te llama, dirás: ‘Habla, Señor, que tu siervo escucha’ ” (1Samuel 3,9). El sí de tantos santos, venerables y mártires. Un sí que sale del corazón, con todo el entendimiento, emotividad y voluntad de las que somos capaces. Dios es justo, nos ofrece el salario que hemos aceptado recibir. 

¿Por qué es misericordioso el Padre cuando ofrece a todos la misma paga? San Efrén da en la diana maravillosamente: “Se nos contrata para un trabajo proporcionado a nuestras fuerzas, pero se nos propone un salario mucho mayor que el que merece nuestro trabajo” Dios es tremendamente misericordioso, ya que incluso los que más trabajaron no llegaron a ser merecedores de denario que reciben por la jornada. San Efrén señala que le denario era una moneda que llevaba la imagen de la persona que autorizaba su acuñado. En nuestro caso llevaría la imagen de Dios, que es el mejor de los premios que podemos tener. Con el pecado original, perdimos esa imagen, ya que nuestra naturaleza se alteró, se desdibujó. 

“Cristo, [...] en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación” (GS 22, 1). En Cristo, “imagen del Dios invisible” (Col 1,15; cf 2 Co 4, 4), el hombre ha sido creado “a imagen y semejanza” del Creador. En Cristo, redentor y salvador, la imagen divina alterada en el hombre por el primer pecado ha sido restaurada en su belleza original y ennoblecida con la gracia de Dios (GS 22). (Catecismo de la Iglesia Católica, 1701) 

¿Sentimos que Dios no es justo con nosotros? Deberíamos dejar atrás las envidias que sólo producen alejamiento, soledad, desesperanza, ruina y desolación. Envidias que proceden de la soberbia que el enemigo sabe avivar en nosotros. En otras palabras, deseamos que la misericordia y la justicia de Dios, quede en segundo plano, siendo nuestro egoísmo el que rija el orden el universo. No creo que nos cueste darnos cuenta que hacemos evidente el mismo pecado original que llevamos con nosotros: queremos ser como Dios. Deberíamos aspirar a ser humildes servidores de Cristo: Camino, Verdad y Vida. Nada más. “En el trabajo de la viña no se puede reprochar al amo su bondad, y nada hay que decir de su rectitud.

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