Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Antes que pelear o tolerar, hay que dialogar.

Antes que pelear o tolerar, hay que dialogar.

por La divina proporción

 Vivimos en una sociedad (postmoderna) que vive el relativismo de manera fanática. Es muy difícil convencer a alguien que existe algo estable, coherente y absoluto, que nos pueda ayudar a comunicarnos, dialogar y encontrar la unidad. Por desgracia, para muchos de nosotros, católicos, el relativismo se ha convertido en un dogma que fe. Cualquier propuesta de algo común a partir de lo que construir unidos, se rechaza como algo innecesario y negativo. 

El relativismo no es algo moderno, se ha ido “reencarnando” de forma particular en cada momento de la historia. Podemos citar la polémica entre universalistas y nominalistas que acaeció en entre el siglo XIII y XIV, con Guillermo de Ockham a la cabeza. Hoy en día casi nadie se califica a sí mismo como universalista, aunque el universalismo es lo que nos permite entender y aceptar que Dios se revele y se relacione con nosotros. Ockham sentenció que no podemos tener conocimiento ni comunicación con Dios. Los cristianos actuales tendemos a ser nominalistas, lo que nos conduce directamente al agnosticismo cristiano. 

Traigo una viñeta como ejemplo de cómo proponemos, inocentemente, un concepto de tolerancia, que no es más que relativismo camuflado. Aquí la tienen:

 

 

Los comentarios que suelen venir anexos a la viñeta inciden en que no debemos tener nunca una postura absoluta. Postura que se suele llamar, con desprecio, dogmática o fundamentalista. Postura que incluso se relaciona con la ignorancia. De esta forma los dogmas se “soportan pacientemente” como algo del pasado y el fundamentalismo se rechaza como un terrible mal. Al hacer esto no damos alternativa al relativismo, ni nos importa hacerlo. Como decía al inicio, el relativismo está muy bien visto. 

Paso a dar una interpretación diferente a la viñeta. La aparente contradicción que se muestra, se produce por una ilusión óptica. Nuestro cerebro intenta transformar una figura en dos dimensiones (dibujo sobre papel) a un modelo tridimensional. Como es una figura en dos dimensiones no puede contener toda la información necesaria para realizar un modelo en tridimensional. El cerebro parchea inconscientemente lo que desconoce, llegando a una paradoja imposible. La paradoja nos desconcierta y nos induce a pensar que toda apariencia es válida. 

Nadie puede negar que se observan, al mismo tiempo, 3 vigas a la derecha y 4 a la izquierda. Parece que los dos personajes tienen razón al defender lo que creen ver y nadie lo puede negar. Tal como dice la leyenda del dibujo: “Dependiendo de dónde veas las cosas, la percepción de la realidad puede ser muy distinta”. Esta realidad es innegable aunque se basa en dos falacias: 

  • No es posible crear un modelo tridimensional verdadero que cumpla lo que vemos en el dibujo. Es decir, la figura es real, pero esta realidad no es verdadera.
  • Se induce a pensar que la realidad es lo se ve, pero realmente es lo que entendemos cada uno de nosotros, a partir de lo que vemos. 

Conclusión: nos intentan engañar. Las apariencias crean realidades dentro de nosotros que podemos llamar modelos de comprensión. Modelos que suelen ser limitados y sesgados, debido a que nos suele faltar información, conocimiento o variedad de vivencias. Lo que hay que tener claro es que estos modelos de comprensión sólo son verdaderos, si son coherentes, universales y estables. Vaya, hemos dicho “universales”; palabra maldita desde hace siglos. 

Para completar la viñeta, habría que añadir un nuevo personaje. Un personaje que dijera que ambas realidades aparentes son falsas. No existe un objeto como el que se quiere representar. Podríamos ponernos a pensar cómo responderían los dos personajes previos al inesperado intruso. Se me ocurren varias posturas: 

a)    Cada uno de los personajes rechaza lo que le dice el intruso y se reafirma en su postura personal. Nos encontramos con una postura de enfrentamiento fanático.

b)    Los dos personajes concuerdan que la verdad no existe y las realidades son personales, válidas y defendibles, siempre que sean sinceras y se toleren unas a otras. Tendríamos una postura de concordia fanática, de tipo relativista.

c)     Si los personajes dejan los prejuicios que conllevan las apariencias, se darán cuenta que las razones son más fuertes que las apariencias. Tendríamos una postura universalista dialogante que supera el desacuerdo y los prejuicios de cada una de ellas. 

Tristemente los católicos solemos aceptar antes la opción b) que la c), porque anteponemos la apariencia de concordia un “costoso” y frecuentemente largo diálogo.  Solemos dar preferencia a una aparente misericordia y caridad, dejando de lado la justicia y la Verdad. 

El enemigo es muy hábil y utiliza constantemente las apariencias para separarnos y hacer que nos tachemos de herejes unos a otros. Herejías que siempre parten de un modelo de entendimiento sesgado y cerrado: una ideología. El problema no son las ideologías, sino cuando queremos imponerlas violentamente a los demás y a nosotros mismos. Al hacerlo, actuamos de forma diabólica. Vaya, otra palabra prohibida: diablo. 

La palabra “diablo”, proviene del griego dia-bolos, lo que separa, rompe, desune. Por eso llamamos al enemigo, diablo. Diablo porque es el maestro y padre de la mentira, de las apariencias, de las ideologías. El enemigo nos lleva a ser fanáticos, prejuiciosos, soberbios e incapaces de dialogar y aprender de los demás. El diálogo no debería buscar la tolerancia, sino la unidad. La tolerancia es un mal transitorio que podemos aceptar mientras no encontramos aquello que supera nuestras ideologías y prejuicios. Pero quedarnos en la tolerancia desafectada y distante, no nos lleva a ningún sitio. 

La Verdad la única forma de unir las posturas distantes, pero necesita que seamos capaces de aparcar nuestros prejuicios e ideologías. Ahora,  ¿Cómo dar el paso que trascienda nuestro limitado entendimiento y nos permita encontrarnos más cerca de la Verdad? Sólo podemos orar al Espíritu Santo, con el corazón abierto y mucha humildad.

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