De Santa Elena, patrona de los arqueólogos y descubridora de la Vera Cruz

 
 
            La Helena que celebramos hoy y que es santa patrona de los arqueólogos nace hacia el año 250 en la localidad romana de Drepanum, la actual Izmit a orillas del mar de Mármara, al nordeste de Turquía, ciudad más tarde bautizada por su hijo como Helenópolis, cerca de Nicomedia. Lo hace en una familia humilde, tanto que San Ambrosio, en su “Oratio de obitu Theodosii”, la describe como stabularia, vale decir, posadera.
 
            Las fuentes principales sobre su vida son la “Vida de Constantino” de Eusebio de Cesarea (n.h.275-m.339) y la “Historia Eclesiástica” de Sócrates Escolástico, (n.h.380-m.h.450), a pesar de las cuales, es poco lo que sabemos sobre su infancia y juventud hasta el momento en que aparece en las fuentes como esposa de Constancio Cloro, uno de los cuatro tetrarcas del Imperio Romano. Helena le da un único hijo, Constantino, que nace en Naissus, en la Alta Moesia, en el año 274. Dieciocho años después, en el 292, Constancio se convierte en el césar del Imperio de Occidente, momento en que repudia a Helena para casar con Teodora, hijastra del Emperador Maximiano Herculius.
 
            A la muerte de Constancio Cloro en el 308, Constantino le sucede en el trono, llamando a su madre a la corte imperial y confiriéndole el título de augusta, llegando incluso a acuñar monedas con su efigie.
 
            Con Helena nos hallamos en el caso contrario al de San Agustín y tantos de los primeros cristianos, y no es el hijo el que se convierte al cristianismo por influencia de la madre, sino la madre la que lo hace por influencia del hijo, haciéndolo Helena, según atestigua Eusebio de Cesarea en su “Vita Constantini”, tras la victoria de Constantino sobre Majencio.
 
            Helena llevará a la práctica una intensa labor relacionada con la construcción de iglesias, principalmente en Roma y Tréveris en Alemania, donde reside entre los años 307 y 311, así como en los santos lugares de Palestina, adonde emprende viaje entre los años 326 y 328, ya con una edad muy avanzada, justo cuando Constantino, gracias a su victoria sobre Licinio, se convierte en emperador único del Imperio.
 
            En Palestina manda erigir una iglesia en la Gruta de la Natividad en Belén, y otra en el Monte de la Ascensión, en las cercanías de Jerusalén. Pero sobre todo, acomete una febril labor arqueológica de búsqueda de los lugares y los objetos relacionados con la vida de Jesús, hallando entre otras, las que pasan por ser las reliquias de los Reyes Magos (pinche aquí para conocer los pormenores del tema), la Scala Santa (los veintiocho escalones que hubo de subir Jesús antes de ser crucificado), las de los clavos de la Cruz, y las de la Vera Cruz (pinche aquí para conocer los pormenores del tema). Con ésta última, Constantino levantará en Roma la iglesia de la Santa Cruz de Jerusalén en el lugar en el que se halló el Palatium Sessorianum, y cerca de donde se encontraban las Termas Helenianas, en honor a la emperatriz.
 
            Poco tiempo después de retornar de Palestina, Helena entrega la vida, lo que debió suceder hacia el año 330, fecha de las últimas monedas acuñadas con su nombre. Tiene unos ochenta años. Su cuerpo es enterrado en la cripta imperial de la iglesia de los Apóstoles, en Constantinopla, de donde según recoge la “Translatio” del monje Altmann, serán transferidos en 849 a la abadía de Hautvillers, en Reims. Su sarcófago es trasladado en 1777 al Museo Pio Clementino en el Vaticano.
 
            Desde muy pronto es venerada como santa, llegando su culto a occidente a principios del siglo IX. Se celebra su festividad tal día como ayer, 18 de agosto, haciéndolo la Iglesia Ortodoxa el 21 de mayo. Por razones en las que no es preciso extenderse, es considerada la patrona de los arqueólogos.

            Y por hoy y como siempre, que hagan Vds. mucho bien y no reciban menos. Hasta mañana.
 
 
 
            ^©L.A.
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