Dom. XIII Tiempo Ordinario: El lugar de Dios
“El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 10, 37-39)
Si alguien se atreviera a decir a un padre que tiene que amarle más que ama a su hijo, o si se atreviera a decirnos a cualquiera que tenemos que amarle más que a nuestra propia vida, pensaríamos que está loco o que tiene una soberbia infinita. Nadie puede pedirnos semejante entrega. Nadie, excepto una persona: Dios. Él sí que tiene derecho a estar en el primer lugar de nuestro corazón, de nuestra vida, de nuestros intereses. Tiene ese derecho por ser Dios, por ser nuestro Creador, por ser nuestro Redentor.
Por eso, esta semana intentaremos vivir este fragmento del Evangelio de San Mateo haciendo un examen de conciencia para ver en qué lugar real está Dios dentro de nuestra escala de valores. ¿Es antes el trabajo o Dios? ¿Es antes la diversión o Dios? Para ello será útil que nos fijemos en el tiempo que dedicamos a cada cosa. Es natural que dediquemos más tiempo a trabajar que a rezar, pero no tanto que no quede nada para lo segundo. Y lo mismo pasa con el descanso. El valor que damos a las cosas –y a las personas- se mide por el tiempo que pasamos con ellas. El tiempo que dedicamos a Dios nos da la medida de la importancia que para nosotros tiene Dios. Y después vendrá lo demás: actuar conforme a nuestra conciencia, aunque eso nos suponga algún problema. Pero, no lo olvidemos, poner a Dios en el primer lugar de la vida, que es el que le corresponde, no significa olvidar o despreciar al resto; significa que, por amor a Dios, vamos también a amarles a ellos, incluso cuando no nos apetezca.