Viernes, 22 de noviembre de 2024

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¿Es bella y reconciliadora la diversidad en la Iglesia?

¿Es bella y reconciliadora la diversidad en la Iglesia?

por La divina proporción

El tema de la unidad de los cristianos y de la Iglesia Católica, es un tema que me interesa. Por ello he fijado en esta frase el Papa Francisco pronunció en una reciente reunión con cristianos evangélicos: “El Espíritu Santo crea diversidad en la Iglesia. La diversidad es bella, pero el propio Espíritu Santo hace también la unidad, para que la Iglesia esté unida en la diversidad: para usar una palabra bella, una diversidad reconciliadora 

¿Podemos estar unidos en la diversidad? ¿La unidad tiene que ver con lo que el Papa nos indica como “diversidad reconciliadora”? ¿Cuándo es bella la diversidad? Hay que darle un par de vueltas a estas palabras de Papa para desentrañar un poco el trabalenguas semántico. 

Hoy en día, la Iglesia Católica está llena de diversidades incompatibles, que nos llevan a desentendernos unos de otros y a vivir en reductos espirituales cada vez más pequeños. ¿Es esto bello? Pues tan bello como un cajón lleno de cosas desordenadas. No podemos decir que somos una verdadera comunidad, mientras lo común entre nosotros no se valore y a lo que nos diferencia se le dé categoría primordial. 

Es triste ver que con frecuencia dedicamos nuestros esfuerzos en destrozar al hermano que tenemos a nuestro lado y rara vez dedicamos estos mismos esfuerzos en evangelizar. Sin duda el ecumenismo externo es importante, pero el ecumenismo interno es la verdadera piedra que toque que deberíamos atender.. Todos sabemos que las herejías no han desaparecido aunque hayan sido condenadas miles de veces. La tendencia crear grupos o tendencias, es siempre más fuerte que la tendencia a la unidad. Las leyes de la termodinámica lo señalan y la historia lo atestigua. Los conflictos no son procesos que si los ignoramos, desaparecerán con el tiempo. Esperar que todo lo arregle el tiempo, las exclusiva mediáticas y la buena voluntad, es pura ilusión y apariencia. 

Pensemos en una comunidad ideal. Este espacio social posee una base de convivencia que es aceptada y respetada por todos los que la componen. Esta base no puede ser diversa, ya que no sería posible trabajar ni convivir con las demás personas. En la comunidad, las diferencias son aceptadas mientras no cuestionen la base común, por lo que hay que ser muy respetuoso con las demás personas. Si pasamos al siguiente escalón de unidad social aparece la fraternidad. Este es un espacio social que parte de una comunidad sólida en donde las diferencias actúan sinérgicamente, potenciando la base de convivencia común. Lo que nos diferencia no nos separa, sino que nos permite estar más unidos. 

Si entendemos la “diversidad reconciliadora” como estas sinergias que nos llevan a ampliar la unidad previa, estoy totalmente de acuerdo con que nos encontramos con una diversidad bella, ya que se evidenciaría la sintonía de lo fundamental y la armonía en las diferencias. Pero para que esto lo pudiéramos llevar a la realidad habría que partir de una comunidad previa que tuviera sólidas bases de convivencia común. Por desgracia intraeclesialmente es casi imposible encontrarnos en una gran comunidad que vive su fe sin tirarse las diferencias a la cabeza. Si damos un doble salto en el vacío y lo extrapolamos al ecumenismo extraeclesial, la “diversidad reconciliadora” resulta doblemente imposible. Si intraeclesialmente no somos una comunidad ¿Cómo vamos a generar “diversidades reconciliadoras”  con otras confesiones, comunidades o iglesias? 

Pero no desechemos las diversidades como algo siempre negativo, Dios es capaz de sacar hijos de Abraham de las piedras y sacar bien el más tremendo mal. Los diferentes carismas son la respuesta a los problemas y retos de la Iglesia de cada momento. Pero para ello no debemos verlos como oportunidades para cerrarnos con los que son similares a nosotros, ya que esto neutraliza la acción vivificadora del Espíritu. Nadie mete una lámpara debajo de la cama o dentro de un cajón. 

Por ejemplo, para nada sirve crear una comunidad universal de internautas católicos que vivan cerrados en su experiencia en la red. El carisma de evangelizador en las redes puede ser una solución si en cada comunidad estas personas pongan su carisma a disposición de todos los demás. No se trata de crear grupos de oración homogéneos que vivan su experiencia de oración encerrados en si mismo. Habría que llevar a estas personas a todos los grupos parroquiales, de forma que muevan a la oración a las demás personas. ¿Complicado? Imposible sin la ayuda del Espíritu.

Pero hay más condicionantes. Si los internautas católicos se unen para ayudarse mutuamente, no deberían de ponerse a discutir porque a uno le gusta la Liturgia tipo A y a otro la Liturgia de tipo B, ya que la Liturgia debería ser parte de la base fundamental que nos une a todos nosotros. Si nos dedicamos a diversificar lo fundamental, estamos dinamitando la capacidad de unirnos en verdaderas comunidades. El fino trabajo del enemigo se huele en este tipo de diversidades.

Si dos internautas se dan cuenta que difieren en algo fundamental para uno de ellos y para el otro no, sería interesante que reflexionaran unidos para lograr encontrar qué problemas existen para esta disparidad de opiniones. Dicho sea que la reflexión debería ser privada y llena de caridad, nunca una guerra donde el más fuerte apalea al débil. Por desgracia este tipo de abusos desprovistos de toda caridad, se dan con demasiada frecuencia. La soberbia termina de hacer que el que tiene el altavoz más fuerte, sea el que aparentemente gane la partida. Desgraciadamente no gana nada, ya que cuando la caridad desaparece, todo lo que realizamos está marcado por el mal. 

Desde mi punto de vista, la unidad es lo que nos reconcilia, mientras que la diversidad puede ser una oportunidad o un riesgo. La unidad reconciliadora es el verdadero don del Espíritu, ya que nos permite darnos cuenta que lo fundamental nos une y lo accesorio nos potencia. En la Torre de Babel empezamos a hablar lenguas diferentes y no fue precisamente el Espíritu Santo quien lo hizo. En Pentecostés, el Espíritu Santo hizo posible que todos entendieran el Kerigma en su lengua. El Espíritu consiguió la unidad reconciliadora y una diversidad potenciadora. A partir de ese momento, el mal de Babel se transformó en vehículo del Evangelio. 

Dios fue capaz de hacer de la muerte de Cristo un inmenso bien, ya que sólo Él es capaz de transformar el mal en bien y que el bien se multiplique. De la misma forma, las diferencias sólo pueden ser herramientas del bien cuando el Espíritu nos transforma en colaboradores dóciles y eficientes, que ofrecemos lo que no diferencia como un don en bien de todos. La diversidad sólo en bella, por si misma, cuando el Espíritu Santo habita en nosotros. 

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