Domingo, 22 de diciembre de 2024

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El poder transformador de los símbolos.Nueva Evangelización

El poder transformador de los símbolos. Nueva Evangelización

por La divina proporción

Evangelizar es comunicar la Buena Noticia, pero, ¿Cuál es la Buena Noticia? ¿Qué tenemos que comunicar al evangelizar? ¿Cómo vamos a Evangelizar sin tener claro qué tenemos que comunicar? 

En los Evangelios encontramos muchas acciones de Cristo que pueden ser tomadas como “buenas noticias” parciales, adaptables a las ideologías de cada cual. Unos hablan de Cristo como curador de todos los enfermos, pero nunca los reunió para curarlos a todos juntos, ni hizo maratones de curaciones. Otros dicen que Cristo vino a dar de comer a los hambrientos, pero sólo hizo un milagro puntual de multiplicación de comida. Otra visión señala que Cristo vino a luchar contra el poder establecido, pero no hizo nada que contraviniera el sistema político-social de su época. A su nacimiento asistieron los pastores y los magos de oriente. Se entrevistó con pobres y con ricos. Comió con rechazados sociales y personas influyentes. ¿Qué vino a decir Cristo entonces? 

Cristo envía a sus Apóstoles a: bautizar y anunciar que el Reino de Dios está entre nosotros. ¡Vaya! No se trata de slogans o discursos sino de algo más complejo: dos símbolos que necesitan ser vivirlos antes que proclamados. Parece que tenemos una misión complicada en un entorno comunicación diseñado para trasladar apariencias crear falsas necesidades. ¿Cómo llevar estos dos símbolos hasta el todos los seres humanos? 

Quizás estos párrafos de M. I. Rupnik nos sirvan para comprender todo esto: 

El símbolo tiene tres claves de acceso con las que se abre su comunicación: 

La primera clave es el sujeto que conoce, que se abre al símbolo, madurando cada vez más en la purificación y en la conciencia de que la sabiduría espiritual no se tiene que conquistar, sino recibir. 

La segunda clave es “el otro” al que se abre “el que conoce” y al que se intenta comunicar que se está viviendo, transmitiéndole su experiencia junto con los primeros pensamientos insinuados.

La tercera clave es la memoria, a la que se llega por medio de la segunda clave, es decir, por medio  de una relación real. Se trata de la memoria viva personalizada en la Iglesia, que atraviesa generaciones y lo siglos y constituye la sabiduría del Cristo vivo. . (M. I. Rupnik. Teología de la Evangelización desde la Belleza, Consecuencias para la Teología y la Acción Pastoral, 3) 

Comunicar símbolos necesita de una serie de pasos que son imprescindibles para la Evangelización. El primer paso es un paso personal que está relacionado con el primero y más importante de los mandamientos: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente” (Mt 22, 37) 

1.- Este primer paso conlleva abrirse a Cristo y a la trascendencia. No se trata de actuar sino dejar que Cristo actúe en nosotros. Quizás sea el paso más complicado, ya que conlleva una total confianza en Dios, dejarnos hacer por El sin oponer resistencia. El Evangelizador debe estar previamente evangelizado, formado y vivir realmente el cristianismo. 

2.- El segundo paso tiene que ver con el segundo de los mandamientos, similar al primero, pero que necesita del primero para cobrar sentido pleno: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” ” (Mt 22, 38) 

Una vez dejamos que Cristo nos transforme en símbolos de Él, no podemos dejar de comunicar a Cristo en cada acto o movimiento de nuestra vida. Pero comunicar el símbolo no es sencillo, ya que no se trata de hablar únicamente, sino de sentir y actuar en total coherencia. El símbolo se comunica en toda la extensión de nuestro ser y de forma constante. No se trata de ir por las calles cantando o dar la lata a las personas que están en la playa durante el verano, aunque estas acciones puedan ser parte de nuestra presencia simbólica. Se trata de donarnos a los demás, momento a momento, porque sabemos que a través de nosotros, otras personas podrán ver a Cristo. 

3.- La tercera clave es la más complicada para el ser humano de este siglo: no quedarnos en el tú y el yo, sino traspasar ese límite hasta el nosotros. “Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18,20). Un nosotros que no está limitado por el tiempo y el espacio, sino que se extiende a toda la humanidad desde que nació y que se proyecta a todas las personas que vendrán después de nosotros. Un nosotros que no queda en las personas, sino que tiene a Cristo como centro de todo. Un nosotros que no simplifica las cosas creando discontinuidades entre el pasado, el hoy y el mañana. 

Como he comentado muchas veces, tendemos a ver la Nueva Evangelización como una técnica que se aprende y se aplicar. Se crean actividades, se realizar acciones, se planifican los tiempos y las formas. Se da más importancia a la herramienta que a la persona que tiene que manejarla. Evangelizamos como un remedio que solucione los problemas de la Iglesia. Parece que a la pregunta ¿Somos pocos? Queremos responder con un “hagamos esto y seremos más”. 

Creemos que los problemas de la Iglesia parten del exterior y centramos la acción en los alejados o los no creyentes. También solemos echar la culpa a las herramientas que utilizamos y no nos damos cuenta que los problemas parten del interior nosotros y del interior de nuestras comunidades. 

¿Cómo cambiar el mundo? Siendo levadura que transforma, convirtiéndonos en Reino de Dios y llevando el bautismo a cualquier persona que se cruce con nosotros. La primera pregunta que nos tendríamos que hacer es ¿Realmente queremos cambiar el mundo? 

¿Dónde está el Reino de Dios? Debería estar dentro de nosotros y tenemos que comunicarlo a los demás de forma coherente y sincera. Somos la levadura que transforma la masa de trigo en pan. No vale mezclar la masa de trigo con azúcar o con sal. La levadura es lo que transforma. ¿Somos realmente levadura? 

¿Y el bautismo? Deberíamos ser conscientes que es más que la recepción de un signo a los pocos días después de nacer. El bautismo necesita del compromiso y vivencia de la fe para desarrollarse y brindarnos la Gracia contenida en el. No se trata de rebautizar a todos los alejados, sino que les ayudemos a vivir su bautismo. Al bautismo real de agua que recibimos de pequeños hay que unir el bautismo del Espíritu. Ya se lo dijo Cristo claramente a Nicodemo:

De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (Jn 3, 5-8) 

Los símbolos no son cosas del pasado o elementos que impiden entendernos. Todo lo contrario. Son esenciales para nuestra conversión y para llevar la Buena Noticia a los demás.

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