Jueves, 21 de noviembre de 2024

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Para interpretar bien el Vaticano II

Para interpretar bien el Vaticano II

por Mientras el mundo gira

Me ha resultado muy sugerente y clarificadora la entrevista que, en el último número de la revista Catholica, Raphaël Delavigne hace a Mons. Florian Kolfhaus, sacerdote de la diócesis de Ratisbona destinado en la Secretaría de Estado del Vaticano y autor de una tesis doctoral sobre el magisterio pastoral del Concilio Vaticano II que fue dirigida por el jesuita Karl Becker, entonces profesor en la Gregoriana y actualmente cardenal desde 2012.

El tema es delicado, pero me parece que Mons. Kolfhaus arroja algo de luz. Así, contra aquellos que presentan el Concilio Vaticano II como superador del pasado y creador de una nueva doctrina católica que enterraría la de los anteriores concilios y papas, Kolfhaus recuerda el discurso de apertura del Concilio, en el que Juan XXIII declaraba explícitamente que “La tarea principal de este Concilio no es, por lo tanto, la discusión de este o aquel tema de la doctrina fundamental de la Iglesia”.

Explica Kolfhaus: “lo que se ha dado en llamar Escuela de Bolonia, reunida en torno a Giuseppe Alberigo, ha invertido completamente este punto de partida fundamental de la hermenéutica del Concilio, considerándolo como un suceso excepcional y situando su “espíritu” por encima de los textos, hasta llegar a sostener que la ortopraxis precede a la ortodoxia”. Cualquiera que se acerque al Concilio Vaticano II con honradez puede constatar el acierto de Kolfhaus y el error de Alberigo. Lejos de pretender cambiar la doctrina católica, Juan XXIII, en el mismo discurso de apertura insistía: “de la adhesión renovada, serena y tranquila, a todas las enseñanzas de la Iglesia, en su integridad y precisión, tal como resplandecen principalmente en las actas conciliares de Trento y del Vaticano I, el espíritu cristiano y católico del mundo entero espera que se dé un paso adelante hacia una penetración doctrinal y una formación de las conciencias que esté en correspondencia más perfecta con la fidelidad a la auténtica doctrina”. Y recordaba el Papa santo: “Al iniciarse el Concilio Ecuménico Vaticano II, es evidente como nunca que la verdad del Señor permanece para siempre. Vemos, en efecto, al pasar de un tiempo a otro, cómo las opiniones de los hombres se suceden excluyéndose mutuamente y cómo los errores, luego de nacer, se desvanecen como la niebla ante el sol.” Otra cuestión es que muchos hicieran oídos sordos a las palabras del Papa y la sustituyeran por ese inasible “espíritu del Concilio” que sirvió para justificarlo todo. De hecho es lo que ya advirtiera el entonces cardenal Ratzinger en una conferencia que dio en Chile en 1988 y que Kolfhaus cita, cuando señala el contraste entre “el Concilio mismo que no definió ningún dogma y quiso conscientemente expresarse a un nivel menos elevado, en tanto que puro concilio pastoral” y “la interpretación del Concilio como si fuera prácticamente el superdogma que retira a todos los demás su significación

Me ha llamado también la atención un comentario de Kolfhaus a propósito del famoso término “aggiornamento”, que tanto éxito tuvo y cuyo ámbito de aplicación también ha sido sumamente elástico (el término, por otra parte, tiene su origen en el ámbito de la contabilidad, un poner al día las cuentas, como también uno “actualizaba” su libreta de ahorros de vez en cuando). La sorpresa viene cuando el teólogo alemán nos advierte de que el famoso término, que se ha presentado como la síntesis del concilio Vaticano II, nunca fue aplicado por Juan XXIII al Concilio, sino únicamente a la reforma del Código de Derecho Canónico. Curioso como mínimo.

Pero volviendo a la recepción y a las interpretaciones del concilio Vaticano II, Kolfhaus señala en la entrevista citada algunos aspectos que me parecen de gran importancia:

1.    Cómo en la teología pastoral moderna “el método es considerado frecuentemente como más importante que el contenido. Es el caso por ejemplo de cuando se pide a los niños que dibujen, no para conocer mejor a Jesús y a la Iglesia, sino para expresar quién es Jesús para ellos y cómo les gustaría que fuera la Iglesia”. No es de extrañar que esta moderna catequesis tenga los resultados que cualquier sociólogo puede constatar.

2.    En la Iglesia “la pastoral se funda en la doctrina, la práctica tiene como condición previa una doctrina justa”. Cuando se invierte este orden, se produce irremediablemente el fenómeno de que una “nueva realidad pastoral” acaba desarrollando una “nueva doctrina”. De ahí el grave riesgo de permitir que prácticas heterodoxas se vuelvan comunes, incluso si no se ha tocado una coma de la doctrina

3.    Es también importante considerar, al acercarse al concilio Vaticano II, algo que afirmó también el entonces cardenal Ratzinger: “todos los documentos del Concilio no tienen el mismo rango”. Esto no significa que podamos despreciar a ninguno de ellos, pero no es lo mismo, en la jerarquía magisterial, una constitución apostólica que una declaración. El obispo de Ratisbona, Mons. Voderholzer, sucesor en aquella cátedra de Mons. Müller, afirma al respecto: “a partir de esta jerarquía interna aparece ya una primera indicación para la interpretación: las declaraciones y decretos deben ser leídos a la luz de las constituciones, y no a la inversa”.

4.    Hay que huir también de una lectura que enfrente doctrina y pastoral. Explica Mons. Kolfhaus que “no se trata de servirse de la doctrina contra la práctica, de considerar la palabra “pastoral” como sinónimo de “no obligatorio”, esto es, sin importancia […] El concilio Vaticano II ha querido a la vez proteger y anunciar la doctrina, lo que ha hecho en la Constitución sobre la Iglesia y, más en general, en las diferentes constituciones, y, a partir de esta doctrina, animar una nueva práctica adaptada a la época, que se ha expresado en los decretos y declaraciones, como respuestas a los desafíos de la Iglesia y del mundo”.

Como vemos, plantea Kolfhaus cuestiones de calado, y lo hace con rigor y huyendo tanto de ningunear el Vaticano II como de convertirlo en el suceso que habría cambiado al doctrina católica y, de este modo, abierto las puertas a una nueva época. El Vaticano II es un concilio ecuménico de la Iglesia católica, como lo fueron el Vaticano I, Nicea, Éfeso, Calcedonia, Letrán o Trento, por citar algunos. Ni más, ni menos. Y debe leerse en continuidad armónica con ellos. Lo contrario no es católico. Es lo que expresa también una cita del discurso de Pablo VI en la sesión en que fueron aprobados los documentos Lumen Gentium y Unitatis Redintegratio: “El comentario más significativo que se puede hacer a propósito de la promulgación de estos documentos me parece que es el siguiente: aquello que Cristo ha querido, nosotros lo queremos también. Aquello que era, permanece. Lo que la Iglesia ha enseñado a lo largo de los siglos, nosotros también lo enseñamos.

A mí me ha aportado luz.


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