Iconoclasia e iconodulía de imágenes
“Yo no venero la material, sino al Creador de materia”
San Juan Damasceno (675-749)
ETIMOLOGIA
Iconoclasia es una expresión griega que significa ruptura de imágenes. Es la deliberada destrucción de los iconos religiosos y otros símbolos o monumentos, normalmente por motivos religiosos y/o políticos. El iconoclasta es la persona que destruye las imágenes, y se define como tal en particular a quien negaba en el siglo VIII el culto debido a las imágenes sagradas, las destruía y perseguía a quienes las veneraban.
El término opuesto a iconoclasta es iconódulo, que proviene de las palabras icono (imagen) y dulía (veneración). La herejía opuesta a ambas doctrinas, la iconoclasia y la Iconodulía, es la idolatría, en que las figuras son adoradas en lugar de ser reverenciadas.
El esquema de dichas definiciones es el siguiente: Iconoclasia Destrucción de imágenes o de símbolos religiosos. Iconoclasta Persona que destruye las imágenes. Iconodulía Veneración de imágenes. Iconódulo Persona que venera las imágenes. Idolatría Adoración de imágenes. Idólatra Persona que adora imágenes.
En el catolicismo la Iconodulía se diferencia de la idolatría en que esta última tiene carácter hereje, y por lo tanto no es aceptada por dicha religión. Sin embargo la Iconodulía o veneración de imágenes sí es acorde con los preceptos religiosos católicos.
FUENTES HISTORICAS
El Imperio Bizantino fue el estado superviviente de los dos imperios en los que fue dividido el Imperio Romano tras la muerte del emperador Teodosio I (347-395) con el nombre de Imperio Romano de oriente, cuya capital era Bizancio, en la actual Turquía, de cuyo nombre deriva el término bizantino.
Una comprensión profunda del período iconoclasta en Bizancio es complicada por el hecho de que la mayor parte de las fuentes que han sobrevivido fueron escritas por los vencedores definitivos de la controversia, los iconódulos o veneradores de imágenes. Es por tanto difícil obtener un relato razonablemente equilibrado y objetivo de la época bizantina en cuanto a este tema acerca de varios aspectos de la controversia.
Las principales fuentes históricas para dicho período incluyen las crónicas de Teófanes el Confesor (758-818) y del Patriarca Nicéforo (758-829), ambos ardientes iconódulos. Las fuentes teológicas principales incluyen los escritos de Juan Damasceno (675-749), Teodoro el Estudita (759-826) y el Patriarca Nicéforo, todos ellos iconódulos o afines a la veneración de imágenes. Los argumentos teológicos de los iconoclastas sobreviven sólo en forma de citas seleccionadas dentro de documentos iconódulos, principalmente las actas del Concilio de Nicea II (787) y el Antirrhetici de Nicéforo escrito en el año 814.
EL IMPERIO BIZANTINO
I.- Primer período iconoclasta (726-814)
Como con otros temas doctrinales en el período bizantino, la controversia entre iconoclastas e iconódulos no quedó en modo alguno restringida al ámbito eclesiástico o a argumentos teológicos. Parece ser que le iconoclasia era apoyada principalmente por personas procedentes de la parte oriental del Imperio Bizantino, así como por otras personas refugiadas de las provincias tomadas por los musulmanes.
El uso de imágenes probablemente había ido creciendo en los años que precedieron al estallido de la iconoclasia. Un cambio notable se produjo en el año 695 cuando el emperador Justiniano II (669-711) puso el rostro de Cristo en el reverso de sus monedas de oro, lo cual provocó que el Califa Abd al-Malik (646-705) rompiera con su anterior adopción de los tipos de moneda bizantinas y comenzara una acuñación de moneda genuinamente islámica que sólo contenía palabras.
En algún momento entre los años 726 y 730 el emperador bizantino León III el Isáurico (680-741) ordenó que se suprimiera una imagen de Jesús colocada de manera destacada sobre la puerta de Calcis, la entrada ceremonial al Gran Palacio de Constantinopla, y que se reemplazara con una cruz. Algunas personas destinadas a tal labor fueron asesinadas por un grupo de iconódulos. Se dice que León III describió la veneración de imágenes como artimañas de la idolatría, prohibiendo por ello, por medio de un edicto redactado en el año 730, la veneración de imágenes religiosas, pero que no se aplicaba a otro tipo de imágenes tales como las del emperador, o a símbolos religiosos como la cruz.
Germano (635-732), el iconódulo patriarca de Constantinopla, o dimitió o bien fue depuesto de su cargo después de la prohibición decretada por León III. En Occidente el Papa Gregorio III celebró dos Sínodos y condenó las acciones del emperador León III y, a modo de respuesta, León III tomó algunas tierras del Papa.
La veneración de imágenes o iconos simplemente se prohibió porque León III veía en ella una violación del mandato bíblico que prohibía la elaboración y la veneración de imágenes (Éxodo 20:4-5). En el proceso de destruir imágenes, León III confiscó valiosa platería eclesiástica, telas de altar y relicarios decorados con figuras religiosas.
León III murió en el año 741, pero su prohibición de iconos religiosos fue establecida como dogma por su hijo Constantino V (741-775), quien convocó el Concilio de Hieria en el año 754, en el que unos 340 obispos participaron para apoyar la posición iconoclasta o de destrucción de imágenes. Ningún patriarca o representante de los cinco patriarcas estuvieron presentes en tal Concilio.
Sin embargo, el Concilio iconoclasta de Hieria no puso fin al tema, ya que en ese período aparecieron complejos argumentos teológicos, tanto a favor como en contra del uso de imágenes. Los monasterios eran plazas fuertes a favor de la veneración de iconos y entre los monjes se organizó una res de iconódulos, o sea, de personas devotas de imágenes. El monje sirio Mansur, conocido posteriormente como Juan Damasceno (675-749), quien vivió fuera del territorio bizantino, se convirtió en el principal oponente de la iconoclasia a través de sus escritos teológicos.
Pero el emperador Constantino V se movilizó en contra de los monasterios e hizo que las reliquias conservadas en ellos fueran lanzadas al mar, prohibiendo además la invocación a los santos. En el año 765 San Esteban el Joven (714-764) fue asesinado, aparentemente mártir de la causa iconódula. Una serie de grandes monasterios en Constantinopla fueron secularizados y muchos monjes huyeron a regiones más allá del control imperial.
El hijo de Constantino V, León IV (750-780), fue menos riguroso que su padre, y durante un tiempo intentó mediar entre las dos facciones. Sin embargo hacia el final de su vida León IV emprendió severas medidas contra las imágenes, pero excluyendo a su esposa Irene (752-803) quien tenía fama de venerar imágenes en secreto. A la muerte de León IV su esposa Irene asumió el poder como regente de su hijo Constantino VI (771-797), con lo que el primer período iconoclasta llegó a su fin.
Irene puso en marcha un nuevo concilio ecuménico, denominado posteriormente el segundo Concilio de Nicea, el cual se reunió por vez primera en Constantinopla en el año 786, pero fue interrumpido por unidades militares leales al legado iconoclasta. El Concilio se reunió de nuevo en Nicea en el 787 y revocó los decretos de los anteriores concilios celebrados en Constantinopla y en Hieria, asumiendo su título de séptimo Concilio Ecuménico. Por consiguiente hubo dos concilios que se llamaron séptimo Concilio Ecuménico, siendo el segundo el que apoyó la veneración de imágenes.
II. Segundo período iconoclasta (815-842)
El emperador León V el Armenio (775-820) instituyó un segundo período de iconoclasia en el año 815. Poco después de su ascenso, León V comenzó a discutir con una serie de personas la posibilidad de revivir la iconoclasia, entre ellas varios sacerdotes, monjes y miembros del Senado.
Lo siguiente que hizo León V fue nombrar una comisión de monjes para que leyeran los libros antiguos y tomaran una decisión acerca de la veneración de imágenes. Pronto descubrieron las actas del sínodo iconoclasta del año 754 y entonces se produjo un primer debate entre quienes apoyaban al emperador León V y los clérigos que seguían defendiendo la Iconodulía, guiado este último grupo por el Patriarca Nicéforo, pero no se llegó a ninguna resolución. Sin embargo León V había quedado plenamente convencido de que la posición correcta era la iconoclasta, por lo cual el renacimiento de la iconoclasia se oficializó por un sínodo celebrado en la Iglesia de Santa Sofía de Constantinopla en el año 815.
A león V le sucedió el emperador Miguel II (770-829), quien en una carta escrita en el 824 al emperador carolingio Ludovico Pío (778-840) lamentó la apariencia de veneración de imágenes. Por ello confirmó los decretos del sínodo iconoclasta del año 754.
A Miguel II le sucedió su hijo Teófilo (813-842), quien falleció dejando a su esposa Teodora (815-868) como regente de su heredero menos, Miguel III (840-867), Teodora movilizó a los iconódulos y proclamó la restauración de imágenes en el año 843, poniendo como única condición que su esposo Teófilo, ya fallecido, no fuera condenado.
ICONOCLASIA PROTESTANTE
Algunas congregaciones protestantes ven en la veneración de imágenes una manifestación de idolatría por el mandato que se encuentra en Éxodo 20:4-5 de la Biblia. Por esta razón son contrarios a la práctica católica de veneración de imágenes y desaprueban tal tradición católica.
Sin embargo los protestantes no toman en cuenta que en el Antiguo Testamento Dios ordenó o permitió la institución de imágenes que conducirían simbólicamente a la salvación por el Verbo encarnado: la serpiente de bronce, el Arca de la Alianza y los querubines (Catecismo Católico, numeral 2130). Además, el mandamiento bíblico que prohibía las imágenes de Dios había sido superado por la encarnación de Jesús quien, siendo la segunda Persona de la Santísima Trinidad, es Dios encarnado en materia visible.
Desde sus orígenes el protestantismo se manifestó en contra de las imágenes. Los primeros líderes protestantes, como Martín Lutero (1483-1546), aceptaban la veneración a la Virgen María, lo cual fue proscrito en las muchas iglesias protestantes nacidas del cisma con la Iglesia Católica.
Pero el protestantismo no se detuvo en consideraciones teológicas. Los protestantes destruyeron en Suiza, Alemania y otros países del norte de Europa numerosas manifestaciones de arte sacro durante la Reforma iniciada en el siglo XVI. Un ejemplo de ello fue la Tormenta de las imágenes llevada a cabo en los Países Bajos en 1566, durante la cual los protestantes calvinistas provocaron una iconoclasia, destruyendo cientos de imágenes en iglesias católicas y monasterios. Esta fue una de las causas de inicio de la Guerra de los Ochenta Años (1568-1648).
Las desamortizaciones de propiedades y de bienes eclesiásticos llevadas a cabo por la burguesía protestante llevaron a cabo una importante destrucción del patrimonio artístico y cultural, ya que en aquella época no existían aún leyes adecuadas para su protección. Muchos monasterios, iglesias y conventos, junto con sus retablos, pinturas, esculturas y libros, fueron vendidos o destruidos. En especial resultó perjudicado el patrimonio arquitectónico, ya que numerosos edificios religiosos fueron destruidos para construir edificios civiles.
CONCLUSION
El culto cristiano a las imágenes no es contario al Primer Mandamiento que proscribe a los ídolos. En efecto, el honor dado a una imagen se remonta al modelo original y el que venera una imagen venera en ella a la persona que está representada. El honor tributado a las imágenes sagradas es una veneración respetuosa, no una adoración, la cual sólo corresponde a Dios (Catecismo Católico, numeral 2132).
El culto de la religión no se dirige a las imágenes en sí mismas como realidades, sino que las mira bajo su aspecto propio de imágenes que nos conducen a Dios encarnado. Ahora bien, el movimiento que se dirige a la imagen en cuanto a tal, no se detiene en ella, sino que tiende a la realidad de la que ella es imagen (Santo Tomás de Aquino (1224-1274), Suma Teológica II-II, 81, 3, ad.3).
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