De nuevo los mártires
Probablemente, la noticia de la semana ha sido el cambio de presidente en el IOR, el Banco Vaticano, y la modificación de sus objetivos. Aunque la cosa no deje de tener su importancia, a estas alturas ya nos da casi igual quien mande en esa institución, con tal de que no vuelva a ser piedra de escándalo en el futuro. También ha sido noticia la creación de una comisión para asesorar al Vaticano en lo concerniente a los Medios de Comunicación; una comisión más y no sé cuántas van ya creadas, para una cosa o para otra. Dios quiera que no se cumpla aquello de "si quieres que algo no funcione, crea una comisión".
En realidad, estas noticias y otras por el estilo, no interesan demasiado a la inmensa mayoría, y no porque no tengan su importancia. En cambio, otras cosas que son mucho más importantes pasan desapercibidas para los medios de comunicación y por eso las ignoran la práctica totalidad de los católicos. Por ejemplo, el asalto por musulmanes a una catedral católica en República Centroafricana, con decenas de muertos. O la desaparición de facto de una diócesis en Irak, debido a los ataques que sufren los católicos de manos de ese nuevo grupo islámico que se ha proclamado califato y que aspira a reconquistar España para la causa del Islam, entre otras cosas. África se está convirtiendo en la nueva tierra de los mártires y, desde luego, los de Oriente Medio están ya incluidos en ese grupo desde los orígenes del cristianismo.
¿Qué podemos hacer ante tanto dolor, ante tanta injusticia? Lo primero y más importante, rezar por ellos. Si a la tragedia que padecen se le suma la indiferencia de sus hermanos en la fe, entonces sí corren el riesgo de hundirse, de desmoralizarse, de tirar la toalla. Debemos tenerles presentes todos los días en nuestra oración. Los periódicos suelen hablar de la incidencia en el precio del petróleo de las guerras que están dividiendo Irak, o de la importancia geoestratégica de Siria, pero olvidan que ahí, en la base, hay miles de personas -y no sólo cristianos- que están sufriendo en su propia carne los delirios fundamentalistas de una religión que no necesita que nadie la desacredite, pues son aquellos de sus seguidores que se autoproclaman más auténticos los que se encargan de hacerlo.
Tenemos que rezar por la paz y debemos hacerlo como una de nuestras tareas cotidianas más urgentes. Y, claro, debemos hacer algo más que rezar: debemos alzar la voz para defender la causa de los cristianos perseguidos en esas naciones, y si pudiéramos deberíamos hacerles llegar también nuestro económico, como lo hicimos con los de Filipinas, por ejemplo, cuando hace unos meses se vieron azotados por un tifón destructor.
El país de Jesús, Oriente Medio, África, están siendo sacudidos fuertemente por estas nuevas guerras de religión en las que nosotros somos las principales víctimas, aunque no las únicas. No dejemos solos a nuestros hermanos, pues si les olvidamos quizá algún día tendremos que afrontar en la propia casa la persecución que ahora ellos padecen.