¿Pero quién fue la Verónica que celebramos hoy?
por En cuerpo y alma
Celebra hoy la Iglesia Católica la figura de la Verónica, la mujer que habría enjugado el rostro de Jesús camino de la cruz, produciéndose el milagro de la trasposición del rostro en el lienzo con el que lo habría hecho. Y la pregunta que nos formulamos hoy es la siguiente: ¿qué es lo que sabemos de tan singular personaje de la Pasión?
Lo primero que tenemos que hacer es advertirle a Vd. querido lector de que no se precipite sobre los evangelios, porque en ellos no la va a encontrar: Verónica no es un personaje canónico, lo que no quiere decir que no sea uno de los personajes más importantes de la más antigua tradición cristiana de la Pasión.
No consta de donde provenga exactamente la leyenda, pero el apócrifo “Actas de Pilatos”, datable en el entorno del s. IV, recoge la figura de una Verónica que identifica con la hemorroísa del Evangelio:
“Y cierta mujer llamada Verónica empezó a gritar desde lejos diciendo ‘encontrándome enferma con flujo de sangre, toqué la fimbria de su manto y cesó la hemorragia que había tenido doce años consecutivos’” (op.cit. cap. 7).
Una figura ésta de la hemorroísa, que sin nombre propio alguno aparece en el Evangelio de Marcos en estos términos:
“Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues decía: ‘Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré’. Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal. Al instante Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de él, se volvió entre la gente y decía: «¿Quién me ha tocado los vestidos?» Sus discípulos le contestaron: ‘Estás viendo que la gente te oprime y preguntas: ¿Quién me ha tocado?’ Pero él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, viendo lo que le había sucedido, se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante él y le contó toda la verdad. Él le dijo: ‘Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad’” (Mc. 5, 25-34).
La identificación de la Verónica y la hemorrroísa de Marcos ha quedado fuertemente impresa en la tradición cristiana sobre aquélla, y nos la encontramos también en la “Historia Eclesiástica” escrita en los albores del s. IV y a la que tan a menudo recurrimos en esta columna, de Eusebio de Cesarea, la cual, sin embargo, nos presenta esta versión algo diferente a la que generalmente rememora la tradición sobre la Verónica:
“En efecto, la hemorroísa que por los evangelios sabemos que encontró la curación de su mal por obra de nuestro salvador, se dice que era oriunda de esta ciudad [Cesarea de Filipo] y que en ella se enseña su casa, y que aún subsisten monumentos admirables de la buena obra realizada por el Salvador en ella.
Efectivamente sobre una piedra, delante de las puertas de su casa, se alza una estatua de mujer, en bronce, con una rodilla doblada y con las manos tendidas hacia adelante como una suplicante. Y enfrente de ésta otra del mismo material, efigie de un hombre en pie, revestido pulcramente de un manto y tendiendo su mano hacia la mujer […] Esta estatua dicen que reproducía la imagen de Jesús. Se conservaba hasta nuestros días, como lo hemos comprobado de vista nosotros mismos, de paso en aquella ciudad” (HistEc. 7, 18).
Siempre relacionada con la figura y el rostro de Jesús que constituye la constante de la tradición sobre Verónica, el apócrifo titulado “Muerte de Pilato”, un texto breve y no excesivamente antiguo que podría ser copia o estar inspirado en alguno anterior, nos presenta esta otra versión de los hechos:
“Cuando mi Señor se iba a predicar yo llevaba muy mal el verme privada de su presencia. Entonces quise que me hicieran un retrato para que mientras no pudiera gozar de su compañía, me consolara a lo menos la figura de su imagen. Y yendo yo a llevar el lienzo al pintor para que me lo diseñase, mi Señor salió a mi encuentro y me preguntó adónde iba. Cuando le manifesté mi propósito, me pidió el lienzo y me lo devolvió señalado con la imagen de su rostro venerable”
En cuanto al nombre de la Verónica, según la versión más comúnmente aceptada estaría relacionado con la reliquia que le da carta de naturaleza, el lienzo en el que queda impreso el rostro de Jesús, y significaría “verdadera imagen”, de vero=verdadera e icono=imagen, Verónica. Ahora bien, existe un nombre griego frecuente, por cierto, en la época de Jesús, que incluso porta una sobrina de Herodes el Grande y una hija de Herodes Agripa (pinche aquí si desea aprender a distinguir entre los muchos Herodes recogen los textos canónicos), que que es Βερενίκη (Berenice), del que Verónica podría ser una versión.
Como personaje basado en la tradición que es, existe abundante leyenda sobre la vida posterior de la Verónica. Según algunas tradiciones habría casado con Zaqueo, el recaudador de impuestos que nos presenta Lucas (ver Lc. 19, 110), lo que a mayor detalle habría hecho en Francia, transformándose luego Zaqueo en el ermitaño Amadour en la región de Rocamadour. Otras leyendas la presentan en Soulac, en la garganta del Gironde, portando reliquias de la Virgen, o según Gregorio de Tours, en Bazas, portando la sangre de Juan el Bautista, en cuya ejecución habría estado presente. Precisamente el apócrifo citado arriba, “Muerte de Pilatos”, la presenta en Roma, donde habría curado al Emperador Tiberio por medio de la imagen que portaba consigoy donde, según otras versiones, habría permanecido hasta su muerte, donando la reliquia por la que pasa a la tradición al Papa Clemente (93101).
Es mencionada en varios textos medievales. Así en un viejo “Misal de Augsburgo”, que recoge una misa “De S. Veronica seu Vultus Domini”, así en un texto de Mateo de Westminster que habla de la impresión de la imagen del Salvador. El Papa Juan VII (705-707) consagra en Roma una capilla denominada de Sancta María in Verónica.
Leyendas y menciones literarias todas ellas que conviven también con un movimiento de resistencia a la certificación de su figura histórica, como demuestra el hecho de que su onomástica no aparezca en el importante Martirologio Hieronymiano, al que nos hemos referido otras veces, ni en otros martirologios antiguos, o que San Carlos Borromeo excluyera el oficio de Santa Verónica del Misal de Milán.
Su figura pasa a la iconografía cristiana en la que registra riquísima presencia, inseparablemente unida al lienzo que le da razón de ser, una de las principales reliquias del cristianismo, sobre el que nada decimos por ahora por tener pensado hacerlo extensamente en otra ocasión.
Y por hoy y como siempre les digo, que hagan mucho bien y que no reciban menos.
©L.A.
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