Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Os colocaré en una completa paz. San Juan Crisóstomo

Os colocaré en una completa paz. San Juan Crisóstomo

por La divina proporción

El Evangelio de hoy da pié a una reflexión personal sobre la misión evangelizadora de la Iglesia, que hoy en día se está concretando a través del paradigma de la Nueva Evangelización. 

Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana. (Mateo 11,25-30) 

La Nueva Evangelización es un llamado a volver a comunicar el Evangelio a una sociedad, que lo ha olvidado o lo utiliza de forma sesgada. Me da la impresión de que a veces se nos olvida qué es el Evangelio, lo que no ayuda a comunicarlo a otras personas. 

El Evangelio es la Buena Noticia que Cristo comunica y a través de la cual nos invita a que, una vez la hayamos recibido en nosotros, la comuniquemos a los demás. Pero ¿Es para nosotros una buena noticia? En pleno siglo XXI ¿Qué nos aporta de bueno y de novedoso? Tal vez si entendemos las razones por las que el mensaje de Cristo no nos mueve ni nos conmueve, entendamos la razón de nuestra incapacidad para comunicarlo y recibirlo. 

El Evangelio nos dice dos cosas: somos hijos de Dios y además, Dios mismo ha venido a señalarnos el camino para salvarnos. Preguntémonos, la mentalidad del siglo XXI, El ser humano del siglo XXI se pregunta ¿Para qué es útil ser hijo de Dios? ¿Gano más dinero? ¿Tengo más fama? ¿Tendré más éxito en la vida? Para nosotros sólo es bueno aquello de lo que obtenemos algún provecho egoísta. 

¿Qué significa que Dios nos señala el camino para salvarnos? ¿Salvarnos de qué o quién? El estado, la ideología o la tecnología se ocupan de salvarnos de todo lo que nos parece malo. El concepto de mal, tampoco nos resulta claro. Por ejemplo, para un habitante de Judea, en el siglo I, trabajar era un castigo. Para nosotros es un bien escaso que consideramos un premio. Así podríamos seguir señalando males antiguos que ahora son bienes que todos deseamos. ¿De qué o quién nos salva Cristo si ya nos sentimos salvados? La religión es para muchas personas una costumbre positiva que le permite sentirse unida socialmente y además, le permite mitigar sus propias contradicciones. 

Pero, este panorama que acabo de pintar es sólo superficialmente real. En esta sociedad casi perfecta, que se basta a si misma y que admite como buenos muchos de los antiguos males, se evidencia que no somos felices. Para vivir con un poco de alegría, recurrimos a todo tipo de actividades que nos permiten olvidar la realidad que nos rodea y el vacío que llevamos dentro. 

El stress, mal humor, ansiedad y la tristeza los alejamos a base de fármacos que bloquean los síntomas de la enfermedad existencial que tenemos. ¿Quién necesita a Cristo si ya tiene Prozac? ¿Quién necesita a Cristo si tiene una agencia de seguros? 

Cristo no dice que venga a Él unos u otros, sino aquellos que están fatigados. San Juan Crisóstomo lo señala de forma clara: 

[Cristo] no dice: Venid éste y aquel, sino todos los que estáis en las preocupaciones, en las tristezas y en los pecados; no para castigaros, sino para perdonaros los pecados. Venid, no porque necesite de vuestra gloria, sino porque quiero vuestra salvación. Por eso dice: "Y yo os aligeraré". No dijo: Yo os salvaré solamente, sino (lo que es mucho más) os aliviaré, esto es, os colocaré en una completa paz. (San Juan Crisóstomo, Homiliae in Matthaeum, hom. 38,2) 

Sólo quien se reconoce fatigado y cansado, puede entregar la carga que el aplasta a Cristo. Sólo quien es capaz de desprenderse de aquello que tanto le pesa, puede cambiar esta carga por el yugo que descansa y nos lleva a la paz. 

Por ello no podemos pensar que conversiones masivas ni multitudinarias. El Evangelio lo transmite quien sabe su valor y lo recibe quien necesita de esa buena noticia.

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